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sábado, 28 de enero de 2012

La Justicia del revés

España es un país como una caja de Pandora en muchos aspectos. Levantás la tapa y saltan los escándalos que llenan de vergüenza a ese sector de la sociedad que desearía vivir en un país más transparente y justo. Uno de esos episodios vergonzosos es como los tribunales resuelven los casos que toman notoriedad pública. Uno de ellos ocurre en Madrid contra el juez Baltazar Garzón por prevaricación al haber pedido a la policía que se pincharan los teléfonos en la cárcel donde estaban alojados los principales dirigentes de la llamada trama Gürtel, guardando sin embargo las garantías necesarias. Y el otro es el que se llevó a cabo contra dos miembros del PP, Francisco Camps  y Ricardo Costa por el caso de los "trajes" y que fue protagonizado por un jurado popular en Valencia.

Mientras que en el caso de Garzón todavía el fallo está a la espera de la decisión del Supremo Tribunal de Madrid, en Valencia un jurado popular determinó la inocencia de los dos acusados Francisco Camps y Ricardo Costa por un hecho de corrupción. Este jurado compuesto de 9 miembros absolvió e toda culpa a los acusados por 5 votos a favor y 4 en contra. Ya lo sabía Camps de antemano cuando afirmaba repetidamente que era inocente y la justicia lo absolvería. Estaba seguro que una mayoría de ese jurado era leal a un político que durante toda su gestión ha permitido que la economía del ladrillo y la financiación de su partido, el PP, estuviera en manos de grupos de personas que han profitado con negocios inmobiliarios y contratos fantasmas con dineros públicos que han llevado al borde de la bancarrota a la comunidad valenciana.
Más allá de las suspicacias que despierta la decisión del jurado cuando el llamado "caso de los trajes" era solo una de las tantas prebendas con la que se beneficiaban esos dos políticos por hacerle favores a los miembros de la trama Gürtel, no deja de llamar la atención el texto que ese jurado popular redactó para declararlos inocentes.

El diario El País ha publicado en la edición digital de hoy una foto de la misma, que de ser verdadera, muestra el nivel de capacidad intelectual de sus integrantes con el que conformaron ese jurado donde saltan a la vista faltas de ortografía que ni un chico de sexto año cometería. (ver el sitio siguiente:

http://politica.elpais.com/politica/2012/01/27/actualidad/1327660536_530015.html

Una de las condiciones para formar un jurado popular es que sus miembros sepan leer y escribir. Si ese texto es el original donde declaran la inocencia de esos dos adalides de la corrupción valenciana y del PP, se abren todas las puertas para sospechar con qué facilidad pueden haber sido manipulados y probablemente sobornados esas personas que votaron por la inocencia de Camps y Costa. No porque sean semianalfabetos, sino porque se han preocupado de elegir personas que se debaten entre seguir siendo leales al que les tira un poco de migajas en el plato de comida, o cumplir con su conciencia que no le da de comer.
Al mismo tiempo esa justicia compuesta por la mayoría de representantes del franquismo inventan los cargos más desopilantes contra el juez Garzón, por justamente luchar contra la corrupción.  España se está deslizando no sólo en lo económico con más de 5 millones de desocupados hacia la categoría denominada "Tercer Mundo". Su justicia tiene un aspecto cada vez más parecido a una de las llamadas "repúblicas bananeras".

domingo, 22 de enero de 2012

La hora de los naufragios

En estos días la noticia del naufragio del buque de pasajeros Costa Concordia ha dado la vuelta al mundo ya varias veces, con la picante y vergonzosa conducta del capitán Schettino como protagonista. Según su propia versión, primero quiso saludar desde muy cerca de la costa a un viejo colega jubilado residente en la isla del Giglio en el mar Tirreno, y luego cuando el barco encalla y naufraga, por culpa de un tropezón cayó de cabeza en un bote salvavidas. Y a pesar de las reiteradas órdenes para que volviera al barco, il grandissimo capitano amigo de las juergas a bordo, se mantuvo a una segura distancia del barco varado en la costa italiana.

Otro naufragio menos conocido en el extranjero es el que está sufriendo el partido socialdemócrata sueco, que de ser un partido mayoritario que prácticamente condujo políticamente al país la mayor parte del siglo XX, y parte de la década pasada, ahora las olas de la opinión pública lo han llevado contra los arrecifes de un mar implacable que abre vías de agua por todos lados.
Una de ellas que lo están hundiendo fue la pésima decisión de elegir a Håkan Juholt como secretario general del partido en marzo del año pasado. Para muchos socialdemócratas la elección de este  parlamentario como líder del partido fue un error, por lo menos por dos razones importantes: la primera que había tenido una escasa participación en el debate público y era apenas conocido  por la mayoría de los ciudadanos. La segunda y más importante, no era ningún visionario ni tenía una clara imagen de líder para inspirar a los miembros del partido para tomar impulso y trabajar por una victoria y retomar el gobierno en 2014, ahora en manos de la alianza de centro-derecha desde hace ya seis años.

Otro arrecife que abrió una considerable vía de agua
en el partido fue la machacona investigación de la que fue objeto Håkan Juholt por los medios de prensa. A veces con mala leche, pero no por eso en muchos casos con razón por su conducta y declaraciones a los medios que llenaban de titulares a los informativos,  de regocijo al gobierno y de angustia a los militantes del partido que veían como las encuestas en este último año mostraban que la sala de máquinas se estaba llenando de agua: con un 30,7 por ciento de apoyo en las elecciones pasadas de 2010, actualmente el partido apenas reunía el 23 por ciento de las simpatías.
Y esa caída a pique en las encuestas, la causa ha sido en gran parte las repetidas metidas de pata de Juholt, de cuya boca salía uno que otro sapo, sobre los cuales había que salir corriendo para aclararlos o justificarlos. Su espontaneidad lo traicionó varias veces al decir cosas que no concordaban con la realidad, o decidir asuntos a espaldas de su partido, en una ocasión contrariando uno de los pilares del partido, la poderosa  Central de Trabajadores. También su entereza moral fue cuestionada cuando él habría aprovechado una generosa contribución que cada parlamentario recibe si está obligado a alquilar una segunda vivienda, ya que su hogar está en otro lugar del país. Si bien al final devolvió el dinero y las aguas se calmaron, la herida  quedó supurando, y la espina quedó clavada en el alma de los rectos espíritus nórdicos amantes de la estricta moral y de no engañar a la agencia tributaria.
Ayer finalmente cuando se hizo público que varios distritos del partido públicamente pedían su renuncia, el comité ejecutivo, luego de dos días de reunión, tuvieron que tomar la decisión de pedirle la renuncia a quien alguna vez había dicho que era como Mohamed Ali, él tenía siempre los guantes puestos y ganaba cansando a sus rivales bailando en el cuadrilátero.

Sin embargo ayer tiró la toalla y los guantes. La noticia de su renuncia significó el fin de un destino político que nunca debió ser, ya que el propio Juholt al momento de ser elegido como uno de los candidatos a liderar el partido predijo su destino: yo no soy un buen candidato, expresó. Tampoco en la lista de condiciones que debía reunir el nuevo líder logró una buena puntuación: apenas dos de siete exigencias. Aún así lo eligieron, seguramente porque otros con más carisma político eligieron mantenerse en segunda línea. Ahora a Juholt le queda la oportunidad de agarrar la caña de pescar e irse a enganchar algún salmón o trucha en un río o lago sueco, ya que debe olvidarse probablemente de pescar electores.  Al capitán Schettino con casi toda seguridad le espera un destino más duro, es decir agarrarse a las rejas de la cárcel por haber provocado una tragedia inútil, y ponerse un uniforme que diga testa di cazzo!



martes, 17 de enero de 2012

El retorno de la inquisición

Esta vez no es en el sótano de alguna oscura iglesia castellana donde los representantes de la iglesia católica torturaban a los herejes en la Edad Media. Ni tampoco el hereje será descuartizado ni quemado en la hoguera. Ahora los inquisidores son los magistrados del Tribunal Supremo que sientan en el banquillo al hereje, el juez Baltazar Garzón por el presunto delito de prevaricación.

Un ajuste de cuentas, dice Iñaki Gabilondo, uno de los más agudos comentaristas de la realidad española. Y cómo verlo de otra manera cuando al juez Garzón lo juzgan por las escuchas a los cabecillas de la trama Gürtel, ese tóxico que ha envenenado de corrupción a los políticos valencianos del Partido Popular. O por investigar los crímenes del franquismo.
Prevaricación es un delito que se comete cuando una autoridad, un juez u otro funcionario público dicte una resolución arbitraria en un asunto administrativo o judicial, a sabiendas que dicha resolución es injusta.

En el caso Gürtel, el juez Garzón ordenó  buscar pruebas  pinchando los teléfonos de los implicados en conversación con sus abogados para evitar que pudieran poner a salvo los millones con los que se habían beneficiado sobornando a los políticos valencianos. Esas escuchas estuvieron avaladas por otro jueces.y fiscales, pero esa línea de defensa fue rechazada por el Supremo, así como otras apelaciones interpuestas por la defensa de Garzón.
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Investigar los crímenes del franquismo y qué ocurrió con las víctimas cuyo destino final aún no se conoce, también es un delito para esos magistrados, que decidieron abrir la causa contra Garzón argumentando que éste también había prevaricado al investigar dichos crímenes.

La razón de la sinrazón ha triunfado por el momento. El juez que puso a Pinochet en el banquillo de los acusados en Londres, que golpeó duramente desde los tribunales a la organización vasca ETA y sentó  ante esos mismos tribunales a miembros del PSOE por corrupción, entre otros de sus sonados casos, ahora es víctima de la venganza de los que dicen defender la ley y la constitución.
Muchos de esos magistrados tienen fuertes vínculos ideológicos con esa derecha recalcitrante que ha creado una cultura de corrupción e impunidad que se parece mucho a sociedades donde la seguridad jurídica es una farsa cuando se quieren tocar los resortes del poder.

Ese juicio contra Garzón en el Tribunal Supremo, que le pueden costar hasta 17 años de suspensión en su cargo, es realmente una vergüenza y un insulto a todo intento de justicia, y es protagonizado por los últimos representantes de una generación de magistrados que crecieron respirando el fétido aliento del general Franco.