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domingo, 22 de enero de 2012

La hora de los naufragios

En estos días la noticia del naufragio del buque de pasajeros Costa Concordia ha dado la vuelta al mundo ya varias veces, con la picante y vergonzosa conducta del capitán Schettino como protagonista. Según su propia versión, primero quiso saludar desde muy cerca de la costa a un viejo colega jubilado residente en la isla del Giglio en el mar Tirreno, y luego cuando el barco encalla y naufraga, por culpa de un tropezón cayó de cabeza en un bote salvavidas. Y a pesar de las reiteradas órdenes para que volviera al barco, il grandissimo capitano amigo de las juergas a bordo, se mantuvo a una segura distancia del barco varado en la costa italiana.

Otro naufragio menos conocido en el extranjero es el que está sufriendo el partido socialdemócrata sueco, que de ser un partido mayoritario que prácticamente condujo políticamente al país la mayor parte del siglo XX, y parte de la década pasada, ahora las olas de la opinión pública lo han llevado contra los arrecifes de un mar implacable que abre vías de agua por todos lados.
Una de ellas que lo están hundiendo fue la pésima decisión de elegir a Håkan Juholt como secretario general del partido en marzo del año pasado. Para muchos socialdemócratas la elección de este  parlamentario como líder del partido fue un error, por lo menos por dos razones importantes: la primera que había tenido una escasa participación en el debate público y era apenas conocido  por la mayoría de los ciudadanos. La segunda y más importante, no era ningún visionario ni tenía una clara imagen de líder para inspirar a los miembros del partido para tomar impulso y trabajar por una victoria y retomar el gobierno en 2014, ahora en manos de la alianza de centro-derecha desde hace ya seis años.

Otro arrecife que abrió una considerable vía de agua
en el partido fue la machacona investigación de la que fue objeto Håkan Juholt por los medios de prensa. A veces con mala leche, pero no por eso en muchos casos con razón por su conducta y declaraciones a los medios que llenaban de titulares a los informativos,  de regocijo al gobierno y de angustia a los militantes del partido que veían como las encuestas en este último año mostraban que la sala de máquinas se estaba llenando de agua: con un 30,7 por ciento de apoyo en las elecciones pasadas de 2010, actualmente el partido apenas reunía el 23 por ciento de las simpatías.
Y esa caída a pique en las encuestas, la causa ha sido en gran parte las repetidas metidas de pata de Juholt, de cuya boca salía uno que otro sapo, sobre los cuales había que salir corriendo para aclararlos o justificarlos. Su espontaneidad lo traicionó varias veces al decir cosas que no concordaban con la realidad, o decidir asuntos a espaldas de su partido, en una ocasión contrariando uno de los pilares del partido, la poderosa  Central de Trabajadores. También su entereza moral fue cuestionada cuando él habría aprovechado una generosa contribución que cada parlamentario recibe si está obligado a alquilar una segunda vivienda, ya que su hogar está en otro lugar del país. Si bien al final devolvió el dinero y las aguas se calmaron, la herida  quedó supurando, y la espina quedó clavada en el alma de los rectos espíritus nórdicos amantes de la estricta moral y de no engañar a la agencia tributaria.
Ayer finalmente cuando se hizo público que varios distritos del partido públicamente pedían su renuncia, el comité ejecutivo, luego de dos días de reunión, tuvieron que tomar la decisión de pedirle la renuncia a quien alguna vez había dicho que era como Mohamed Ali, él tenía siempre los guantes puestos y ganaba cansando a sus rivales bailando en el cuadrilátero.

Sin embargo ayer tiró la toalla y los guantes. La noticia de su renuncia significó el fin de un destino político que nunca debió ser, ya que el propio Juholt al momento de ser elegido como uno de los candidatos a liderar el partido predijo su destino: yo no soy un buen candidato, expresó. Tampoco en la lista de condiciones que debía reunir el nuevo líder logró una buena puntuación: apenas dos de siete exigencias. Aún así lo eligieron, seguramente porque otros con más carisma político eligieron mantenerse en segunda línea. Ahora a Juholt le queda la oportunidad de agarrar la caña de pescar e irse a enganchar algún salmón o trucha en un río o lago sueco, ya que debe olvidarse probablemente de pescar electores.  Al capitán Schettino con casi toda seguridad le espera un destino más duro, es decir agarrarse a las rejas de la cárcel por haber provocado una tragedia inútil, y ponerse un uniforme que diga testa di cazzo!



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