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miércoles, 23 de diciembre de 2015

Cuentos en la Nube. Una historia de Navidad el día de Lucía.

Este es un relato  unos días antes de la Navidad,  el día de Lucía, el 12 de diciembre. En los países nórdicos se celebra esta tradición con una ceremonia protagonizada por niñas y niños que cantan una emotiva canción a la virgen mientras visitan distintos lugares para un público diverso - y en las escuelas y guarderías. Al mismo tiempo ideas oscuras abrazadas a la xenofobia y al racismo gana las mentes de muchos europeos resucitando un viejo fantasma. Los motivos pueden ser variados, pero las víctimas son todos aquéllos y aquéllas que simplemente son diferentes por el color de la piel y/o su cultura. La Navidad según la tradición cristiana debería acercarnos a pesar de los prejuicios. Pero no siempre es así. (La foto no tiene ningún vínculo con el relato, es solo una ilustración)


Una historia de Navidad el día de Lucía.

Todavía era noche oscura en la ciudad a pesar de que el reloj del salón de la Casa de Salud había dado las 07.30. Todos los ancianos allí reunidos esperaban expectantes la entrada de las niñas adolescentes vestidas con túnicas blancas que portaban velas encendidas en forma de corona sobre sus cabezas, y cantando la melancólica canción a Santa Lucía que todos los niños y adultos cantaban ese día. Ya sea como integrantes de un coro o como publico de la celebración. Para muchos era el comienzo de las fiestas navideñas a pesar que recién estaban a 13 de diciembre. Pero en esa fecha, pensó Ingrid una anciana de 90 años sentada en una silla de ruedas, se celebraba el fin de la noche más larga del año  y comenzaba el regreso de la luz. Ella  estaba muy emocionada y las lágrimas ya corrían por sus mejillas  al ver entrar al grupo de niñas y niños cantando "Santa Lucía" con voces armoniosas. Los recuerdos se agolparon en su mente y la llevaron a las celebraciones en que ella misma había participado cuando era niña mientras en Europa, y no muy lejos  de allí, de desarrollaba una terrible matanza con millones de muertos.

- Qué bella es la Lucía - dijo Göran, otro anciano que ya había superado las 80 décadas, sentado a su lado y señalando con su mano extendida a la chica que encabezaba el grupo. Era distinta, podían todos comprobarlo. De piel morena y cabellos renegridos y ojos del mismo color contrastaba con el resto de las otras adolescentes de cabellos rubios, ojos azules y muy blancas de piel. Los ancianos de aquélla Casa de Salud estaban sentados en semicírculo en el gran salón y el grupo de niñas recorrió la fila lentamente  mientras cantaban. Detrás venían tres varones con disfraces marrones de galletitas de jengibre, otra tradición que en esos días era imposible obviar. Y otros tres más llevaban trajes de Papá Noel. Las galletitas de jengibre de verdad con forma de corazón no podían faltar en los hogares y tampoco faltaban en el hogar de ancianos, quienes en ese momento las masticaban y acompañaban con café.

Ingrid no pudo evitar saciar su curiosidad por saber el origen de aquélla Santa Lucía tan distinta a las que estaba acostumbrada a ver. Cuando las niñas terminaron de cantar entre entusiastas aplausos le hizo una señal a la "Lucía"y ella se acercó presurosa para satisfacer la curiosidad de la anciana porque adivinaba lo que iba a preguntarle.

- Hola señora, qué desea? -preguntó con dulzura sin acento extraño, algo que los habitantes
del país  esperaban generalmente cuando iniciaban una conversación con una persona que no tenía aspecto nórdico. Ingrid no era ajena a esa costumbre, por eso no mencionó aquello de "Qué bien hablas el sueco ... aunque se nota que no eres de aquí".

- Querida, quería comentarte que han hecho un espectáculo hermoso y que eres muy bella. Cómo te llamas?-dijo con voz tímida Ingrid.
- Me llamo Florencia y mis padres son peruanos.
- Qué nombre más bonito!
- Gracias señora, nos da mucha ilusión poder alegrar un rato este hogar con un público tan entusiasta.
- Pues no todos estamos contentos - dijo una voz ronca desde el fondo de la sala. Era Lasse, un setentón que siempre estaba malhumorado y nada le venía bien.
- Disculpe, que quiere decir con eso? -respondió Ingrid irritada.
- Que donde se ha visto una Santa Lucía negra. No calza con nada, no te han hecho ningún favor hija-dijo con tono paternal que no simulaba la acidez del comentario.
- No tienes vergüenza Lasse! Decirle eso a la niña que vino a alegrarnos la mañana -comentó irritada Ingrid.
- Pues es la verdad, sino pregúntale a todos aquí - enfatizó Lasse con aire de triunfo.
- No se preocupe señora, no es la primera vez que me pasa esto. Yo entiendo que se rompe una tradición con esto de que las "Lucías" tienen que ser rubias. Pero no me preocupa, el señor Lasse tendrá que acostumbrarse a soportar a las "Lucías" morenas, amarillas y coloradas - respondió mirándolo directamente a los ojos.
- Atrevida! Cómo te atreves a contestarme de esa manera cuando este país le ha dado de comer a tus padres y a ti. Desagradecida! Si fuera por mí los echaba a todos a sus países de origen con un pasaje solo de ida.

El silencio se había extendido alrededor de los tres.  Los ancianos y los chicos que acompañaban a Florencia no podían salir de su asombro. La profesora que acompañaba al grupo empezó a reunirlos para irse cuanto antes al ver el cariz que tomaba la situación.
Pero Florencia no se movía, mirando fijamente al anciano y hechando chispas por los ojos le dijo.

- Es usted un malvado, le importa más el color de la piel que lo que la gente  lleva por dentro. Mis padres siempre me han dicho que personas como usted están acosados por el miedo a lo desconocido. Se creen superiores pero no lo son. Sólo un grupo de conejos asustados!
- Pero no hay nadie que haga callar a esta "cabeza negra". Stefan, tú opinas lo mismo que yo. Y Lotta, también a ti te parecía bochornoso el espectáculo. Es que me van a dejar solo en esto? No ven que el año próximo vamos a ver cantando a un grupo de monos?
- Eres realmente despreciable Lasse. No tienes respeto por nada ni nadie. A ver qué opinan los demás, no tienen nada que decir? -dijo Ingrid mirando al grupo de ancianos. Todos habían bajado la cabeza, hasta Göran que había estado de acuerdo con el emotivo momento que los chicos habían protagonizado.

Entonces Ingrid se incorporó de su silla de ruedas con mucha dificultad y recorrió con su mirada el salón lleno de caras compungidas.
- Ya me lo imaginaba. Son unos cobardes! les espetó en la cara. Florencia tiene razón.
- Señora, no se preocupe, el señor Lasse es sin dudas el líder de este hogar, y hasta ahora nadie le ha cuestionado ese liderazgo. Ignora que hace miles de años llegaron de África miles de humanos que emigraron buscando nuevas tierras. Ellos eran negros probablemente, y el señor Lasse tiene en su venas y en el ADN sangre de negros circulando. No lo siente señor en sus arterias y es por eso que tiene miedo?

Lasse hizo un esfuerzo por levantarse y al hacerlo se llevó la mano al corazón. El rostro estaba pálido y contraído.
- Es un infarto! - gritó Stefan tratando de sostenerlo para que no cayera y se golpeara.

Todos se miraron impotentes. Dos cuidadores que estaban presentes quedaron parados como estatuas. Entonces Florencia se acercó a Stefan y le pidió que acostara a Lasse en el suelo. Pidió una chaqueta y se la puso debajo de la cabeza como una almohada. Luego juntó sus manos sobre el pecho del anciano y empezó a contar mientras sus brazos bajaban y subían rítmicamente tratando de reactivar el corazón con un masaje intenso. Pero nada sucedía, Lasse estaba inerte y cada vez más pálido. Entonces Florencia apretó con dos dedos la nariz del anciano y comenzó a hacerle respiración boca a boca. Sintió el sabor del café y las galletitas de jengibre, y apenas pudo contener la náusea que la invadía. Siguió luego con el masaje al corazón y a la quinta vez Lasse pegó un ronquido y abrió los ojos.
Un largo suspiro recorrió el salón y pronto dos ancianos ayudaron a Lasse todavía aturdido a sentarse en un cómodo sillón.
Poco a poco fue recuperando el sentido y miró a su alrededor sin entender mucho lo que pasaba.
- Tuviste un infarto, Lasse. Y casi te nos vas. Pero ... - y ahí Stefan se detuvo simulando recuperar la voz que extrañamente había desaparecido.
- Pero quién me salvó? Cómo pude recuperarme? -preguntó a los demás, pero nadie respondió.
Entonces levantó la vista y se encontró con los ojos negros de Florencia. Y comprendió. Le tembló todo el cuerpo y unas gruesas lágrimas corrieron incontenibles por sus fláccidas mejillas.
- Perdón -atinó a decir.
Pero Florencia no lo escuchó. Ya había partido a reunirse con sus compañeros de clase.


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Este relato pertenece al libro de la colección Cuentos en la Nube (I) Una luz en la noche y otros cuentos que publiqué en Amazon 2018. A los/las interesadas en estos relatos de ficción pueden hacerlo a través de esta página en los comentarios.