Prendida a los coletazos del huracán Sandy llegó la victoria
del presidente de EEUU Barrack Obama sobre el republicano Mitt Romney. Continuidad en el gobierno de la todavía
potencia nr 1 del mundo tranquilizó a muchos líderes políticos en otros
continentes. Fueron elecciones muy concurridas y el partido Demócrata ganó por
más de 2 millones de votos, y triunfó en aquéllos estados claves como Ohio y
Virginia. Si bien no hubieron
grandes críticas y cuestionameientos en el país sobre cómo se desarrolló la jornada electoral, quedó en evidencia sin embargo la
intolerancia de algunos estados que impidieron que observadores internacionales
de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) pudieran
cumplir su misión de controlar el desarrollo de la votación.
Así se
encontraron con que más de 50 millones de electores de los 237 que hay en total
en EEUU, no estaban registrados. Cuánta resposabilidad le cabe al propio
ciudadano y a las autoridades es difícil de dilucidar, pero la cifra es sorprendente.
También pudieron constatar que otros estaban registrados en varios estados con
la posibilidad de votar más de una vez si se lo proponían. Otro ejemplo es el
de las personas que en el pasado fueron condenadas, y por esa razón muchos no
se les permitió votar, algo que está en contradicción con las reglas
internacionales. Además se constataron ejemplos donde las rutinas de control de
identidad eran tan rígidas, que muchos se quedaron sin votar, afirma OSCE.
Dan Everts, que
lideraba el grupo de OSCE, quedó decepcionado por la actitud de esos ocho
estados que impidieron que los observadores cumplieran con su misión. La actitud
de esas autoridades nos recuerda a los
países totalitarios, con la diferencia que esos gobiernos ganan las elecciones
con el 99,9 por ciento de los votos. El show electoral costó además miles de
millones de dólares, posibilitando a muchos políticos ser elegidos para ocupar cargos
no por su carisma, propuestas y capacidad de acción, sino por el capital
invertido. Una tendencia que se agudiza, según los observadores. El país que
muchos reconocen como el más democrático del mundo parece tener tantas manchas
oscuras que ese prestigio no parece corresponderse con la realidad.
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