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jueves, 9 de octubre de 2014

El precio de la fe

Tampoco falta la bandera argentina
Visitar el Vaticano el día de la audiencia del Papa Francisco los días miércoles es toda una experiencia de vivir de cerca la dimensión que tiene su mensaje a los devotos.
Personalmente no soy religioso pero me tocó compartir con mi familia la oportunidad de estar presente en esa ceremonia, que sin duda el Vaticano planifica a la perfección para que el nuevo Papa difunda su mensaje humanista, conciliador y tolerante. Aunque detrás de ese tono suave se esconda también un puño de hierro.

Pero lo que también me llamó la atención es la dimensión que a alcanzado la venta de chucherías con imágenes de Francisco, compitiendo con Messi y Ronaldo además de rosarios de toda clase y precio, cruces, manteles y delantales para nombrar algunos de esos productos que abarrotan los negocios, en la mayoría en manos de asiáticos provenientes de China. Con menos status la venta callejera está en manos de africanos provenientes de Senegal, Costa de Marfil y otros países del África occidental. También se agolpan los inmigrantes provenientes de Sri Lanka que llevan colgados de sus brazos pañuelos de seda o de imitación que pretenden vender, incluso regateando el precio ellos mismos. Allí están todos ellos, esperando que la gente abandone la plaza San Pedro, con una sonrisa y una persecución implacable.

Un baño de masas y de parientes
Nombro este fenómeno sin ánimo de crítica a los vendedores inmigrantes, hay que sobrevivir en una sociedad cada vez más xenofóbica y discriminatoria. Al mismo tiempo es paradójico porque los que visitan el Vaticano son decenas de miles de fieles que piensan en su comunión con Dios y su representante en la Tierra, y probablemente en la suerte de su alma. Hay que decir que también hay turistas curiosos, y en el constante ir y venir de esas muchedumbres muchos quedan atrapados en las redes de esos vendedores. Mientras los que tienen un comercio fijan sus precios sin necesidad de rebajarlos, y aún así venden mucho, los callejeros tienen que luchar denodadamente con sus potenciales clientes para vencer su resistencia. Pero como decíamos los que tienen tiendas alrededor del Vaticano aprovechan el entusiasmo del creyente y le venden hasta lo que no habían pensado comprar, porque siempre hay algo nuevo que aportarle al ritual de la fe. Y cuesta caro, pude comprobarlo con mis propios ojos, pero que importa si esos objetos  acercan al creyente más cerca de Dios? Por lo menos eso es lo que creen y no hay porqué dudarlo, como tampoco  hay que dudar que alos mercaderes no arriesgan que llegue Jesús y les destroce el negocio. Tampoco ha logrado destruir el del propio Vaticano, aunque Francisco parece estar decidido ha hacerlo a pesar de los riesgos.

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