Domingo 2 de Julio
Ha llegado la hora de dejar Palermo y viajar a Cefalú, allí me encontraré con mi hija Paula, su esposo Markus y mis nietos Sandro y León. Después de desayunar empaco la ropa y los utensilios del baño, los zapatos y chancletas, hago un poco de tiempo en la habitación para bajar y pagar la cuenta. Luego me voy a la parada del bus 101 que está apenas cien metros del hotel. Había jugado con la idea de irme caminando hasta la estación, ya había hecho ese trayecto, pero ahora tenía que arrastrar la valija y cargar la mochila a mis espaldas. Y el calor cerca del mediodía seguía siendo implacable. ”El cielo está cargado de azufre”, me decía irónicamente un amigo en España cuando la temperatura pasaba los 35°C y haciendo referencia al innombrable de los cuernos y la cola.
El billete del tren lo tenía conmigo. Ya lo había comprado en mi visita anterior a la estación, así que me fui a averiguar desde qué andén partía el tren. El cartel electrónico marcaba binario 5. Caminé lentamente hasta allí, todavía faltaba casi media hora para la partida. La mayoría de los asientos del andén estaban ocupados, solo había lugar entre dos muchachos africanos. Me senté al lado del más joven quien estaba ocupado con su computadora portátil esperando también la llegada del tren. En el banco pegado a nuestras espaldas, mirando hacia el andén 5, estaba sentada un pareja de chicos jóvenes.
Diez minutos antes de la partida llega un tren al andén 4. Con el chico empezamos a intercambiar miradas interrogantes, sospechando que podía haber ocurrido un cambio de andén que no había sido avisado por los altoparlantes. ”Vas a Cefalú?” le pregunté. ”No, viajo a Messina” - respondió. Pero los dos viajaríamos en el mismo tren que a mí me dejaría a mitad de camino en el balneario de la costa norteña de la isla.
El cartel electrónico estaba muy lejos para distinguirlo y poder leerlo. Noté su nerviosismo y no pudo esperar más, se levantó y se dirigió hacia el comienzo del andén donde estaba el cartel. Hasta ese momento la gente ya había descendido del tren en el andén 4 y subían los nuevos pasajeros. Faltaban 7 minutos para la hora de partida. Yo también comencé a inquietarme porque el tren podía estar atrasado, nada raro en Italia, pero como era la estación terminal era menos probable. Entonces veo al chico, al que no había dejado de observar, que me hacía señas con los brazos y me señalaba el tren del andén 4 como el correcto donde esperaba nuestro tren. Faltaban 5 minutos, así que levanto mi equipage y me dispongo a caminar hacia allí cuando veo que la pareja están despreocupados mirando un mapa. Les pregunto si viajan a Messina y me dicen que a Cefalú. Les cuento que el tren nos espera en el binario 4 y no en el 5 como era de esperar. Así que los tres emprendemos una rápida caminata, casi una carrera para llegar antes de que partiera. El andén era largo y después había que caminar otros trecho por el andén 4 para llegar al último vagón. Subí al tren agitado por el esfuerzo, y me ubiqué en un asiento para cuatro personas después de acomodar la valija y la mochila en el portaequipajes encima del asiento. Estaba solo y me senté todavía con la respiración agitada. Faltaban dos minutos para la partida. En eso veo que una chica muy joven se sientre frente amí y suben también muy agitados los miembros de una familia francesa que ocupan los asientos restantes. Unos segundos después parte el tren. Nos salvamos por un pelo. Buongiorno Italia.
Después de unos cincuenta minutos de viaje llegamos a Cefalú. Son muchos los pasajeros que descienden del tren y cuando llegamos a la calle no hay rastros de taxis. Solo los coches de la gente que esperan amigos o familiares. El resto veo que emprende la caminata hacia algún lugar incierto. Pregunto entonces donde estaba el lungomare para orientarme, ya que el hotel quedaba vecino a la costa. Me indicaron el camino y llegué después de una corta caminata hasta la zona de las playas. A lo lejos, sobre una colina se distinguía el hotel Santa Lucía. Evalué la idea de ir caminando inmediatamente o sentarme en un bar a tomarme una cerveza helada y averiguar sobre la forma de conseguir un taxi. Hago esto último y el mozo me trae una birra Moretti bien helada. Le pregunto cómo se hace en Cefalú para conseguir un taxi. No se preocupe, me dice, saca un papel y una lapicera y escribe un número. ”Llame cuando quiera, es el taxi de mi padre” dice el chico sonriente. Los problemas en Italia surgen a menudo y las soluciones están a mano también inesperadamente.
Hay una brisa fresca que sopla del mar. Todavía estoy pensando en el paseo por la rambla que llega hasta el hotel. Es un poco más de un kilómetro, según el mapa, pero todo el camino es plano y está bien pavimentado. Y me decido por otra caminata más desafiando la ley de gravedad que determina mi peso, el de mi equipaje y al sol que castiga de arriba, del que me cubro con el sombrero de papiro que me regalaron Paula y Markus. En el paseo hacia el hotel me cruzo con mucha gente que deja la playa para irse a almorzar a los hoteles que quedan en las cercanías, algunos al otro lado de la calle. Me habían hablado de una larga escalera que llevaba al hotel al final del camino. Cuando llego a ella, ya bastante cansado, veo que es más larga y empinada de lo que me había imaginado. Espero que terminen de descender tres personas y abrazando la valija para que resulte más fácil el ascenso, emprendo la ”trepada” ya empapado en sudor por la distancia recorrida. A medida que subía sentía como las piernas subían de peso, la maldita fuerza de gravedad que tanto temía parecía haber aumentado el tironeo hacia el centro de la tierra. Por suerte pude llegar al primer descanso de la escalera y pude recuperar fuerzas y la respiración. El último trecho no era tan largo así que con un nuevo impulso llegué a la cima. Desde allí había una vista magnífica de la bahía y de la costa. Identifiqué una iglesia que parecía abandonada en lo alto de las rocas que arañaban el mar calmo a esa hora del día. Descansé un par de minutos y emprendí el camino que todavía era empinado pero podía arrastrar la valija apoyada en sus dos ruedas.
Pasé por un corto túnel construido debajo de la vía del tren y llegué al límite de los terrenos del hotel. No había ningún cartel con una flecha que apuntara hacia donde estaba la recepción. Reconocen el estilo? Así que tenía que elegir entre dirigirme a la izquierda o la derecha. Hacia este lado escuchaba las voces de los bañistas que disfrutaban de la piscina. HAcia el otro lado no podía distinguir nada que me ayudara. Así que emprendí la última cuesta, corta pero empinada, que me dejaba a la altura de la piscina. Pasé entre las reposeras de la gente que me miraba un poco extrañada, y llegué hasta un bar junto a la piscina. Allí pregunté por la recepción y me indicaron que tenía que regresar, pero podía hacerlo por el interior del hotel que era más cómodo. Seguramente el barman vio la cara de zombie que tenía después del esfuerzo y me facilitó la tarea.
Lunes 3 de Julio
Me desperté muy temprano para mi gusto. Era un rato antes de las 07.00 AM y el sol renacía entre las aguas del Mediterráneo, iluminando la costa siciliana que empezaba a cobrar vida. Bajé hasta el amplio comedor del hotel a desayunar. Ya había unos cuantos turistas como yo con ganas de empezar el día temprano. El desayuno era bueno, aunque lo más molesto era que a veces se formaban largas filas ante las máquinas de café y las de jugos de naranja o manzana. Para comer había no solo las típicas cosas dulces que adoran comer los italianos, cruasanes y bizcochos, tartas y bizcochuelos, sino jamones, quesos, aceitunas, tomates, fruta, yoghurt, huevos revueltos, y mucho más.
Al turismo masivo comida a granel.
Paula y Markus se alojaban cerca de mi hotel. Ibamos a encontrarnos en la playa, así les llamé por teléfono para combinar. Pero Paula me responde que están tratando de resolver un problema: la habitación del hotel es muy pequeña para los cuatro. Los chicos no tienen espacio para jugar, el balcón también es muy pequeño, así que el precio que habían pagado por el alojamiento estaba muy distanciado de la comodidad que les habían ofrecido. Fui caminando hasta el Tourist hotel de los chicos, por el mismo camino que había hecho para ir al mío. Esta vez bajar la escalera no era ningún suplicio. Cuando llegué estaban desayunando, y todavía sin resolver el tema de la habitación. Los gurises inquietos y nerviosos por el cambio de ambiente, eran un factor más de preocupación. Al final, después de muchas idas y venidas les ofrecieron un apartamento en el propio Cefalú que aceptaron con alivio. Tenía dos habitaciones, cocina, comedor y un baño, pero además una amplia terraza, desde donde se apreciaba una parte de la bahía y unas puestas de sol impecables.
Martes 4 de Julio
Miércoles 5 de Julio
Los chicos tenían derecho a pesar que se habían mudado a dos reposeras y una sombrilla en la playa frente al Hotel Tourist donde se habían alojado primero. Allí nos ubicamos y los gurises corrieron enseguida a jugar a la orilla del mar, haciendo pozos en la arena y llenándolos de agua, mojándose los pies, lanzando guijarros al agua, corriendo, y de alguna forma probándose en el nuevo y desconocido ambiente de la playa.
Un detalle es la precaución que Paula y Markus tuvieron en ponerles unos bañadores adaptados a los niños para protegerlos del sol. En vez de las cremas antisolares esos trajes tienen un índice 50 de protección a su piel, que obviamente es mucho más sensible que la de los chicos más morenos y que están ya más curtidos a recibir el sol directamente en la piel. Lo que no quiere decir que no deban estar protegidos.
Las escenas de la plaza donde está ubicado el Cinema Paradiso pertenecen a un pueblito aún más pequeño que Castelbuono, se llama Palazzo Adriano. Cuando comparaba mis fotos de la plaza de Castelbuono con la de la película, había detalles que no coincidían, sobre todo la fuente. La escuela, que en realidad es una iglesia y la Iglesia de la película, son los dos edificios que pude identificar.
En fin, es un detalle en esta historia sobre una gran película que nos emociona a todos los que por una razón u otra abandonamos el lugar donde nacimos, y que solo los italianos, esto es personal, con su carga cultural saben recrear. Youtube tiene una nueva versión de la película con subtítulos en español, es incluso más larga que la versión para el cine, dura 2 horas. Se recomienda fervientemente si gustan de este tipo de largometraje. Este es el sitio web donde la encontré en Google:
https://www.youtube.com/watch?v=12exqRHWSyg
Y si gustan de la música de Ennio y Andrea Morricone, aquí está la obra completa Tema de Amor, que es el tema principal de la película:
https://www.youtube.com/watch?v=-6sNES3K14M
Jueves 6 de Julio
Desayuné temprano decidido a ir a la playa antes que los chicos llegaran para disfrutar del mar unas horas más. El Hotel Santa Lucía tiene también una zona con reposeras y sombrillas, así que veo una que está libre y la coloco a la sombra del parasol. Una mujer mayor está acomodada en la otra pero un poco retirada tomando sol. Al poco rato percibo que la mujer se muda a la sombra, pero a otra reposera que está al costado de un hombre también mayor. Entonces me doy cuenta que muchas parejas hacen eso, en vez de dos ocupan tres o cuatro reposeras, unas al sol y otras a la sombra. Van más temprano que los demás, extienden una toalla sobre la reposera y simulan que está ocupada cuando llegan los demás. Casualmente eran personas llegadas de Serbia y Ucrania, que en este lugar practicaban esta forma de aprovechar un servicio y comodidad que dejaba a otros sin poder hacerlo. El respeto y la generosidad es una ”mercancía” cada vez más escasa entre la gente en ciertos ambientes, lo que habla mucho de la condición humana,es decir lo que es mío es mío, y lo que debería ser tuyo también es mío.
Viernes 7 de Julio
Desayuné temprano y me puse a escribir sobre los últimos días y acontecimientos en el país. Y a escuchar algo sobre la realidad política de Italia. Los debates reproducidos en los medios me llamaban la atención ya que el panorama siempre estaba cargado de amenazas de renuncias, alianzas impensadas o muy posibles, aunque todo muy superficial a través de los noticiarios de la TV. Este medio es lo más consumido por la población, que se entera de poco o nada, ya que los contextos de las noticias brillan por su ausencia. Como en muchos otros países la gente está escéptica sobre lo que hacen los gobiernos. Muchos sicilianos además se sienten que forman parte obligada de Italia. Una tradición en el pensamiento de los isleños que siempre tuvieron una cierta independencia del estado italiano, sino políticamente, al menos mentalmente.
Me encuentro con los chicos que ya han llegado a la playa. Sandro y León han comprendido definitivamente lo divertido que es jugar en la playa, disfrutar del mar, las olas que golpean y arrastran, la arena donde se construyen castillos, o se corre haciendo zig-zag entre los bañistas. Después de pasado el mediodía nos sentamos en el servicio de bar y restaurante de la playa a tomar una cerveza y los chicos los helados preferidos. Luego partimos hacia el apartamento donde se alojan los chicos y preparé el menú del mediodía, que no era más que tagliatelle con una salsa clásica, aceite de oliva, tomate, cebolla, ajo, romero y albahaca. También hice unos pimientos verdes fritos en aceite de oliva, les llaman padrones. No los he visto en Uruguay y a Suecia llegan importados de España. Son deliciosos.
De sobremesa probamos el limoncello que los chicos compraron en la bodega. Bien frío estaba delicioso. A la noche, después que Sandro y Leon se durmieron, algo que costó bastante, Paula y Markus se fueron a pasear por el pueblo y a disfrutar de un rato juntos, algo que no hacen muy seguido con los gurises tan pequeños, y yo me quedé cuidándolos por si se despertaban. Por suerte no hubo ningún percance, pues estaban tan cansados que durmieron como troncos toda la noche. Llamamos un taxi cuando los chicos regresaron, y me marché al hotel pasadas las 12 de la noche. Mañana será el último día en Cefalú.
Sábado 8 de Julio
Este sábado no fue muy diferente a los días pasados. Fuimos a la playa y al atardecer paseamos por Cefalú, algo que no habíamos hecho juntos porque yo estaba bastante cansado al llegar el atardecer y ellos con los chicos estaban también muy ocupados. La terraza nos atrapaba los atardeceres con una botella de vino blanco frío, y era difícil de escapar de ese abrazo. Cefalú mantiene todo su aspecto medieval y renacentista interrumpido a veces por algún que otro edificio más moderno, pero el casco antiguo con su catedral, también de estilo normando, es muy atractiva con sus estrechas calles de piedra, sus comercios artesanales, sus plazas donde las palmeras tratan de refrescar el aire con sus anchas ramas.
Domingo 9 de julio
Ha llegado el fin de mi recorrido por Italia y regresar a Suecia con una escala previa en Roma. Primero tenía que viajar de Cefalú a Palermo en el tren de las 15.10. Una vez en Palermo viajar en el bus hasta el aeropuerto Falcone.Borsellino y tomar allí el avión de Alitalia a Roma a las 19.20.
Tres semanas intensas en cuatro lugares diferentes en Italia han dejado una sensación de bienestar y de un deseado disfrute de conocer más a fondo la cultura de las diversas regiones del país.
Pero este viaje ha estado signado por sucesos, episodios que en parte agregan momentos dramáticos e indeseados. Ahora era el turno de un nuevo episodio causado esta vez por el tren italiano, o mejor dicho, por la ingenuidad de un turista desprevenido.
Sin embargo, primero debo relatar mi encuentro con Giuseppe, un albañil que me encontré en una de las terrazas del hotel Santa Lucía este domingo de mi partida. Giuseppe estaba sentado conversando con un par de amigos, a la sombra en una terraza donde el calor no castigaba tanto. Como vi que era gente del pueblo les pregunté si en Cefalú había algún servicio de autobús urbano que pasara por el hotel y me llevara hasta la estación de trenes, ya que debía viajar a Palermo en el tren de las 15.10, según había leído en la página de internet de Trenitalia.
Giuseppe me respondió que ese servicio no existía en la ciudad pero que él podía llevarme hasta al estación.
- "A las 14.15 estoy de regreso. Ahora voy a comer el pranzo y luego regreso y te llevo" - me dijo muy seguro de sí mismo. Los otros dos amigos ya se habían marchado. Como apenas nos conocíamos después de intercambiar algunas palabras, le dije que no se molestara, pero insistió tanto, y conociendo la mentalidad de los sicilianos, tuve que ceder al fin ante tanta amabilidad. Y a las 14.15 allí estaba Giuseppe como había prometido, con su macchina esperándome frente al hotel. Su entusiasmo por hablar con un extranjero me recordó algunas experiencias en España, donde también allí las personas mayores, sobre todo si son mujeres, empiezan a contar sobre sus vidas apenas te conocen. En Suecia tiene que pasar mucho tiempo para que esto suceda, salvo rarísimas exepciones. También me sorprendió que Giusseppe me contara cosas personales muy pronto, ya que entre los hombres esa espontaneidad es aún menos frecuente comparado con la espontaneidad de las mujeres. En fin, en todo caso solo escribo sobre lo más inmediato que me contó y menos dramático , el resto queda en la intimidad de nuestra conversación. Estaba muy amargado porque su patrón no le pagaba desde hacía tres meses, según me dijo. No era la primera vez que le ocurría, porque al parecer en Sicilia, los que trabajan en negro, corren a menudo ese riesgo si tropiezan con patrones inescrupulosos y explotadores. Tiene una hija de 21 años y un hijo de 30. Luego me preguntó si quería dar una vuelta por Cefalú, deseaba mostrarme el puerto y la zona donde había nacido cercana al embarcadero, así que como había tiempo allí nos fuimos. Después de ese recorrido enderezamos hacia la estación de trenes y me acompañó hasta el andén. Seguimos conversando y a la hora 15.10 estaba llegando un tren, extrañamente puntual, según las dudosas e irritantes rutinas del servicio de trenes en Italia.
Nos despedimos con un abrazo, prometiendo seguir en contacto, intercambiamos números de teléfonos, y le pregunté a otro pasajero si era este el tren a Palermo, a lo que el hombre contestó moviendo la cabeza afirmativamente. No debí confiar en ese gesto, sobre todo porque en otras ocasiones cuando preguntaba por la parada de un bus, (pullman le dicen en Italia) o alguna calle, me decían a la destra o a la sinistra, y era completamente al revés. Mala leche? Una forma indolente de ocultar la ignorancia? En fin, me comí más de una vez esos desplantes y la del tren fue fatal, porque no era Palermo el destino del tren, sino Messina, o sea iba en sentido contrario. Además debí de haber chequeado en la pantalla del cartel digital si realmente se trataba de mi tren a Palermo o no. Por aquello de la puntualidad, verdad?
Comencé a sospechar del error cuando el edificio del hotel Santa Lucia no aparecía a los pocos minutos de abandonar la estación. Desde mi balcón del hotel veía todos los días pasar a los trenes que hacían sonar su bocina cuando veloces transitaban por las vías ubicadas a pocos metros de las terrazas del hotel rumbo a Palermo. Entonces le pregunto a una chica sentada frente a mi si realmente el tren va a Palermo.
- No señor, este tren va a Messina, respondió.
La respuesta cayó como una piedra en mi cabeza y me aplastó el sombrero de papiro que me habían regalado para mi cumpleaños Paula y Markus. Confundido a pesar que había sospechado la verdad desde la partida del tren, me senté a pensar cómo haría para regresar a Cefalú y luego llegar a tiempo al aeropuerto de Palermo.
En ese momento el tren comienza a aminorar la marcha, lo que indicaba que estábamos llegando a una estación. Así era, se trataba de Castelbuono, que habíamos visitado en una excursión juntos con Paula, Markus y los chicos. Manotee mi valija y mi mochila y después de cierta dificultad para abrir las puertas que son de un sistema mecánico y no eléctrico, pude bajarme del vagón y encontrarme con el guarda del tren.
- Me he equivocado de tren. Debo ir a Palermo, paran aquí los trenes que van hacia allí? - le pregunté al hombre de cara rosada y bigote blanco.
- Sí, en el andén de ahí enfrente -me respondió y se subió al tren que inmediatamente se puso en marcha.
No tenía idea por supuesto cuando vendría el próximo tren en aquélla dirección. Me paré a la sombra de un frondoso árbol, la temperatura a las 15.30 era de 35 ºC así que la sombra del árbol era un alivio. Pasó un rato y no llegaba ningún tren, no había cartel electrónico y la estación de este pueblo estaba más desierta que la de aquélla película americana Bad Day at Black Rock, con Spencer Tracy y Robert Ryan, entre otros. Impaciente me decido dejar la sombra del árbol y hago una incursión hasta lo que sospechaba era una lista de los horarios de los trenes, protegida por un escaparate de vidrio. Allí había exactamente horarios de llegada y salida, pero a Castelbuono no lo nombraban ni por casualidad. Pasados otros quince minutos suena una campanilla en la estación y desde un altavoz se advierte de la llegada de un tren. ”Para su seguridad retírese detrás de la linea amarilla” advierte la voz masculina. Y en la boca de un túnel que está a un kilometro de la estación veo esperanzado aparecer la locomotora del tren con la dirección que estaba esperando, seguro de que iba a Palermo. Así que me paré con el equipaje preparado para subirlo apenas parara la máquina, pero esta siguió de largo a toda velocidad con un bocinazo como saludo.
Media hora después se repitió la misma escena y el tiempo se comprimía, eran las 16.00 y me convencí que estaría esperando eternamente que parara un tren allí. En eso llegó un coche y se bajaron dos jóvenes y les pregunté si sabían de algún tren que parara en la estación. Uno de ellos me dijo que él acostumbraba a viajar a las 17.00 pero como era domingo no sabía si realmente el tren pararía allí. ”Castelbuono es muy pequeño”, me dijo con una sonrisa resignada.
Ya no tenía otra alternativa que llamar a un taxi, y así lo hice. El taxista me respondió que estaría en la estación en 15 minutos así que lo esperé esperanzado de que todavía podía tener una chance de llegar al aeropuerto a tiempo. Le pregunté cuánto costaría el viaje a Cefalú, 25 € me respondió. ”Está bien”, dije con la frustración de que una vez más los tropezones de las partidas me estaban costando sumas extras que no estaban en los planes. El taxista me llevó hasta la estación pero en el camino me dijo que como era domingo no creía que había muchos servicios de trenes a Palermo. Y tenía razón, el próximo tren salía a las 18.00 así que nunca llegaría al aeropuerto en hora. ”Pero, tenemos un coche que puede llevarte por 50€ hasta el mismo aeropuerto.Hay tiempo para un viaje directo y llegas antes que cierren el mostrador”. Qué alternativa tenía? Resignado acepté porque me saldría de todas formas más barato que perder el pasaje de avión y pagar uno nuevo.
Andrea se llama el nuevo taxista que arribó a la estación después de una larga discusión con mi primer conductor que lo convenció para que me llevara al aeropuerto. Se bajó de su taxi, saludó y se dirigió a la cantina de la estación, pidió un expreso y después de tomárselo regresó al coche. ”Necesitaba un café para reanimarme” me dijo con una sonrisa. ”Y no te preocupes, a las 18.30 estamos en el aeropuerto”. Y cumplió con lo prometido, a esa hora llegamos para hacer el trámite de facturación en el mostrador. No había cola, el funcionario de Alitalia estaba solo, todos los que viajarían ya habían pasado por allí, así que me puse mi mochila en la balanza para registrarla y cuando me pide el pasaporte, me doy cuenta de la increíble pero espantosa realidad: me había dejado la cartera en el piso del asiento delantero del taxi. Otra vez! Otra vez el estrés de las tensiones me había convertido en una marmota, y la falta de costumbre de tener una cartera colgada en el hombro me había jugado una mala pasada nuevamente.
Salgo corriendo para ver si el taxi no ha partido, pero ya lo había hecho. Que hago? Esta vez si el taxi había entrado en la autopista no podría regresar inmediatamente, y los minutos eran de oro. Regreso al mostrador y en el camino se me ocurre llamar al primer taxista y le explico lo que me ha pasado. ”No te preocupes, yo llamo a Andrea”, me responde. El funcionario del aeropuerto me pregunta a su vez por el pasaporte y le digo que todos los documentos están en el bolso. De todas formas pregunta por mi apellido, y confiado inicia el trámite de embarque mientras yo miro incrédulo hacia la entrada del aeropuerto para ver si el taxi arriba. No me aguanto más y salgo hacia la calle. Miro hacia la parte por donde entran los vehículos pero nada. Llegan más coches pero ninguno es el Fiat de Andrea. En ese instante miro hacia el otro lado y veo que Andrea con paso apresurado está llegando con la cartera al hombro. Se había detenido a 400 metros para atender la llamada de su colega y como no podía volver con su coche, caminó de regreso el trecho para traerme la cartera. Se puede tener más suerte dentro del cuadro vivido por ser tan distraído? Difícilmente tendría esa fortuna otra vez. Le di un abrazo a Andrea por su buena voluntad y haberme salvado de otra "catástrofe". Pero la historia comenzó casi como empezó. Este viaje, ya no me cabían dudas, estaba signado por la influencia de Circe, la hechicera del Circeo, con la diferencia que Ulises quedó atrapado allí un año y yo pude subir al avión y escapar del encanto de la bella maga del Lacio. Aunque para estar al nivel de los horarios italianos, el avión partiría una hora más tarde de lo anunciado. Buongiorno Italia!… Y hasta la vista!