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viernes, 8 de abril de 2011

El carnaval en la sangre


Tiene 71 años y es un bailarín empedernido. Desde jovencito Alfredo no se perdió carnaval alguno si no fue por una causa grave,pero ha participado bailando al ritmo de los tambores y el candombe en cuanto carnaval se le cruzara en el camino. Alfredo es un optimista implacable que a puesto a prueba la paciencia de muchos miembros de su familia, entre ellas mi prima Norma, pero siempre ha salido triunfante porque es empecinado y el baile lo hace feliz. Ninguna de sus hijas, Ana Karina ni Rossana han seguido los pasos de candombe de su padre. Y entre los nietos no parecen tampoco estar muy entusiasmados, aunque la más pequeña, Angelina, tiene cualidades que pueden despertar su interés por el baile, aunque difícil saber si por el carnaval.

En todo caso Alfredo demostró en este último carnaval uruguayo lo que un apasionado de esta fiesta popular siente cuando se acerca el momento de salir a la calle junto a una comparsa, bailando durante el largo recorrido y con una rodilla hecha polvo. La lesión la recibió -nos contaba- cuando su camioneta por causa de un eje roto lo dejó varado a doscientos metros donde debía llevar unas bolsas de papas. Cargó una de las bolsas al hombro, pero antes de llegar sintió que las rodillas se le doblaban bajo el peso de la bolsa. Unas horas antes de las llamadas (*) como se denomina la fiesta que inaugura el carnaval en Uruguay. Alfredo estaba rengueando en el patio de su casa y nos mostraba las dificultades que tenía para caminar. Estaba preocupado porque el dolor podía impedirle participar en la gran fiesta de la ciudad, ya que diversos grupos de otros departamentos, entre ellos de Montevideo, estarían presentes en ese desfile. Por eso se aplicó unos ungüentos caseros y masajes en su rodilla hinchada, y se fue con sus mejores ropas carnavaleras y los zapatos blancos que guarda celosamente para estas ocasiones, un regalo de mi hermano Gustavo, y rodearse de chicas adornadas con plumas y trajes brillantes mientras los tambores resonaban a sus espaldas.

Una parrilla humeante con carnes y chorizos tentadores nos detuvieron a todos bajo el quincho de la casa y no pudimos ver el desfile directamente, aunque por la cantidad de gente que había en la calle del desfile probablemente no hubiésemos visto nada.
- Digan que son familia mía y seguro que les abren paso- nos decía ingenuamente Alfredo.
Nos quedamos bajo el humo del asado y nos deleitamos con la carne y el vino haciendo bromas sobre el "artista de la familia". De pronto alguien gritó para ver por la tv cómo el que hasta hace poco rengueaba y se quejaba del dolor, bailaba por la calle con la gracia de un experimentado bailarín.
Alfredo estaba en su salsa, y el dolor había quedado olvidado, sólo la música de los tambores y el torbellino de la danza existían en ese momento para él. Y con un gracioso gesto repartía entre el público unos pequeños papeles donde estaban imprimidos unos números de la suerte y un corto mensaje sobre sus condiciones de bailarín. Sí, Alfredo es admirable y con sus setenta abriles le ha ganado la batalla a tantas penurias que dan los años y los daños. Por eso querido amigo, que sigas alegrando la vida por las calles y las pistas de bailes muchos años más, hasta que los huesos digan basta!

(*) Las llamadas de Carnaval es una fiesta tradicional de la comunidad afro-uruguaya que se desarrolla por la calle "Isla de Flores" del Barrio Sur y Palermo de Montevideo, la cual proviene de la época colonial. Inician la semana de carnaval que se desarrolla en todos los lugares del país donde haya tambores y quien los toque.


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