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martes, 8 de julio de 2014

El fútbol, la nueva panacea de las masas

El pueblo colombiano también pudo festejar.
Debo decir que no es una gran sorpresa que decenas de miles, millones de personas celebren acontecimientos importantes en el mundo de hoy. Pero que un lugar en los octavos de final en el Mundial 2014 causen tanto furor en los pueblos de distinta religión y cultura habla de un fenómeno que si bien no es nuevo, indica algo muy particular. Me refiero a la pasión que desata el fútbol en la gente y el sentimiento de unidad y orgullo nacional compartido en esta ocasión. Probablemente el único que logra hacerlo.

En el siglo pasado eran los líderes políticos que reunían a "las masas" en una plaza para entusiasmarlos con su proyecto y promesas de un futuro mejor para todos. Obligados o voluntariamente, escuchaban y seguían al Gran Líder en el sendero que estaba trazado por el partido o los generales del alto mando. Hitler, Stalin y Mussolini fueron ejemplos formidables de esa identificación de la gente con la patria, la bandera y el Gran Líder. También en otros lugares del mundo surgieron buenos ejemplos del entusiasmo y esperanzas reunidos en ese sentir nacional. Manipulados o no, la gente creía en su ingenuidad que el futuro siempre sería mejor, que la realidad que estaban viviendo era un paréntesis donde apenas sobrepasado se arribaba al mundo soñado,  sin dudas ni grietas que el enemigo pudiera penetrar, porque siempre había un enemigo.

Luego, cuando esa forma de hacer de hacer política dejó cada vez más huérfanos a los individuos por el fracaso y el precio que debieron pagar, desilusionados, la música comenzó a ocupar mágicamente el trono abandonado por los líderes políticos marchitos y cada vez más impopulares, muchas veces acusados de corrupción, abuso de poder o simplemente por no tener ni la capacidad ni la energía que todos creían que poseía. Los conjuntos de rock y otras tantas manifestaciones musicales copaban los estadios, los teatros o un parque donde el escenario vibraba y hacía vibrar a la gente hipnotizada  por los acordes, unidos pero sin banderas. O eran escuchados clandestinamente por las nuevas generaciones cuando estaban prohibidas las canciones disidentes.
Identificarse a través de la música con sus semejantes pasó a ser la experiencia más extraordinaria entre los jóvenes y también mayores, reunidos bajo el techo de los acordes de las guitarras eléctricas aporreadas por artistas siempre dispuestos a llegar hasta la última frontera. O por bombos y tambores, guitarras clásicas y voces que clamaban libertad y justicia.

Ese entusiasmo por la música sigue llenando estadios, pero el fútbol los llena aún más, y cuando es hora de recibir a los muchachos después de un triunfo internacional, total o parcial, la gente se vuelca a las calles enfervorizada, agitando banderas de la patria, aplaudiendo a nuestros héroes del presente, unidos con un mismo sueño aunque no se haya llegado hasta la final, pero con el orgullo intacto y la confianza en sí mismos más fuerte que nunca. De pronto el orgullo nacional opaco y débil resurge, florece y hay algo que mostrar al mundo: estamos entre los mejores! Pocos son los que no sienten ese orgullo, y personalmente no me incluyo entre ellos a pesar que no puedo negar lo que dicen los escépticos repitiendo a Jorge Luis Borges "qué tiene de atractivo ver correr a 22 hombres detrás de una pelota, porqué no le regalan una a cada uno?" o algo así. No, el equipo nacional rompe con esas frases irónicas y el escepticismo, y nos subimos en los postes de luz para ver pasar a nuestros muchachos, los únicos que logran masivamente hacernos sentir que somos un solo corazón aunque sea detrás de esa efímera camiseta. 

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