A la izquierda Álvaro Delgado y Valeria Ripoll (PN) y a la derecha Carolina Cosse y Yamandú Orsi (FA) |
Los estrategas del PN, porque a Delgado no se le ocurren muchas ideas más allá de sentirse un hombre de campo y hasta ser “colono rural”, como alguna vez simuló ser en los papeles del Instituto de Colonización, necesitan a Ripoll para alcanzar a ese electorado fugitivo, y enfrentar al FA con una mínima retórica similar a la que desarrolla esta oposición progresista, cuando habla de la necesidad de cambios en las políticas sociales, educación, salud y otras áreas que este gobierno ha gestionado recortándolas con el hacha, con políticas muy beneficiosas para las élites y en perjuicio para las mayorías, como ya señalamos y las que pocos ignoran, o simulan ignorarlas.
Los abucheos y las puteadas que recibió Delgado en el momento del anuncio de Ripoll como su acompañante, frente al local partidario de la plaza Matriz, en la Ciudad Vieja, fueron una señal muy clara del rechazo de algunos grupos del PN de elegir a una candidata a vicepresidenta con apenas algo más de seis meses de militancia, con un pasado en el Partido Comunista, que abandonó oportunamente, hace ya muchos años, para hacer carrera política en la derecha, pero que a los blancos tradicionalistas les importa un bledo y, sin dudas, les rechinan los dientes, mientras que el viejo Aparicio Saravia se retuerce en la tumba clamando por su poncho y su caballo, y los muertos en la batalla de Masoller se levantan en polvaredas de cenizas, empuñado las tacuaras, para dejar bien en claro que no están de acuerdo con la inesperada jugarreta de última hora.
Pero sabemos que el núcleo duro del herrerismo en el PN tiene la estrategia bien diseñada para mantenerse en el poder, o intentarlo al menos, sin importarle el patealeo de los grupos minoritarios dentro del partido, y en el peor de los casos, asfaltarle el camino de regreso al Gran Luis, para 2029, ya que es "tan popular" como ninguno en sus filas. El asunto es frenar la sangría y debilitamiento por la gestión del actual gobierno, sí, la del Gran Luis, que, paradójicamente, le siguen dando al presidente Lacalle una relativa alta popularidad (más del 40%, aunque no por su gestión, sino por su "simpatía" y personalidad. ¿"De gorrión de basurero", como dijo una vez Pepe Mujica?) a pesar de que el gobierno se ha visto envuelto en verdaderos escándalos, que todavía están bajo investigación por causas de ex ministros y funcionarios implicados en escándalos y posibles graves delitos de corrupción, donde el presidente puede estar salpicado o en el peor de los casos implicado.
La meta neoconservadora dentro de los dos partidos tradicionales, el Partido Nacional (124.000 votos) y el Partido Colorado (80.000 votos), y las figuras de sus nuevos líderes, Alvaro Delgado (PN) y Andrés Ojeda (PC), mantienen en una nebulosa lo que pretenden hacer, pero qué diferencia puede haber cuando representan lo más granjeado del neoliberalismo, claro que "a la uruguaya". Se enfrentan, sin embargo, a la fuerza política del FA, cuyos gobiernos la mayoría de la gente tuvo oportunidad de conocer y beneficiarse, dándole al país la oportunidad de crecer económicamente con redistribución de la riqueza. Claro que quedaron flecos y sectores sociales que no pudieron ser beneficiados, por carencias propias de sus políticas o la lucha en minoría en el parlamento contra la oposición y, a veces, con votos propios dentro del FA que le impidieron seguir con las reformas. Esto impidió que no pudieran cumplirse nuevas metas de redistribución y derechos que estaban en el programa. La esperanza es que en octubre, cuando se realicen las elecciones nacionales, se pueda retomar esa senda y Uruguay vuelva a ser un país con desarrollo económico, justicia social y, culturalmente, una país para que florezcan miles de girasoles que iluminen el camino hacia una sociedad mejor en todos los aspectos posibles. Es política progresista, muchachada. Vamos que vamos.
ResponderEliminarUn mundo que contiene color esperanza.
Un Uruguay enfrentado a un proceso electoral el cual será enmarcado dentro de mentiras, injurias, supuestos escándalos que ya estamos acostumbrados en los países del primer mundo. El mundo democrático, pluralista y donde los derechos del ser son respetados (según sus capacidades).
Uruguay no escapa a las coyunturas ya experimentadas en Brasil con Bolsonaro y el actual presidente argentino Milei.
Ya podremos ver una campaña electoral con muchos matices.
Es el deber de los uruguayos ponerle freno a las injusticias y darle paso a un futuro de color esperanza.