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viernes, 19 de julio de 2024

En el reino de Caramlandia


Había una vez un feudo llamado Caramlandia, donde reinaba un señor feudal, el conde Paulus Caramelus y su familia, quienes ocupaban el trono desde hacía largo tiempo, en nombre del venerado monarca Luis II el Pelado. Esta configuración del poder estaba escrito en relieve en las murallas del castillo, a un costado de la gran puerta principal de la fortaleza, protegiendo de cualquier intento de poderes foráneos o locales, de romper la trama  que el conde y su entorno familiar y de amistades habían credo. Todos ellos súbditos de la dinastía de los Luises Aparicios, que por supuesto no eran la de los franceses del siglo XVIII, pero que pretendían emularlos, porque según ellos tenían la misma sangre azul, aparentemente heredada a través de transfusiones de plasma de color azul de sus antepasados de la aristocracia franchute, algo que se obtenía junto a los escudos de familia si se pagaba una buena suma.

En todo caso, Paulus Caramelus había ostentado el gobierno de su feudo desde hacía muchos años y la gente opinaba que este señor feudal, si bien robaba a manos llenas sin disimularlo, él, el sobrino y su esposa, la sobrina y los vasallos que ejercían la administración del feudo, usurpaban a los siervos una buena parte de sus cosechas, dejándoles apenas lo mínimo para sobrevivir, con el resultado de que paradójicamente, una mayoría de estos desgraciados opinaba que a pesar de que "ellos roban, pero de todas formas hacen obra". Con este tópico la familia del conde Caramelus se enriquecía, y para mantener lealtades, como hacen todos los que tienen la sartén por el mango,  beneficiaba a sus aliados y así poder mantenerse al frente del feudo Caramlandia, donde hasta hace poco parecían intocables.

Sin embargo, sin que nadie se lo esperara, llegó al feudo un inspector de hacienda, que cumpliendo con su misión, comenzó a investigar los negocios de Paulus y la familia, principalmente la venta de terrenos a los amigos más cercanos y parientes, adjudicación de contratos de obras sin licitación, adjudicación de fondos adicionales a los funcionarios del castillo con dinero del reino para que pudieran suplir algunas necesidades no satisfechas con el salario normal de los empleados del feudo, algo que debió alertar al rey Luis II el Pelado, las señales eran inequívocas, pero al parecer, el rey solo miraba para el costado, hasta que el escándalo lo empezó a amenazar, y tomó la decisión de soplarle al oído que renunciara a su cargo, él, la sobrina y el resto de la pandilla antes que los desterraran del reino. 

La conclusión es que el gobierno del monarca Luis II el Pelado, hace agua por todos los costados, porque la corrupción, en el reino que se catalogaba hasta hace poco como el menos corrupto del continente, está siendo carcomido por la corrupción. El rey hace publicar sabiamente a golpe de trompeta anuncios que proclaman que la mitad de la población lo considera como muy simpático y campechano.  En todo caso, los consejeros del monarca tienen unas escobas muy poderosas y barren y barren bajo la alfombra la mugre que se acumula exponencialmente. Se comenta en el interior del castillo que Luis II el Pelado está deprimido, e intenta distraer a sus súbditos con noticias como que las relaciones con el rey de la vecina orilla están en excelentes condiciones, a pesar de que ese monarca y su reino parece estar al borde del colapso. Se rumorea que Netflix o HBO están estudiando un proyecto de crear una nueva serie con estos personajes de película que pondrían al reino en el centro de la atención mundial. Qué orgullo! proclama Alvariño, el delfín del rey, preparándose para ser coronado en octubre. Quién sabe, nada está escrito todavía en las murallas.

1 comentario:

  1. Gracias cumpa por un relato que toda semejanza con la realidad es casualidad 😁

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