Vistas de página la semana pasada

miércoles, 23 de marzo de 2011

La frontera invisible


La carretera asfaltada es una serpiente negra entre el verde de la selva y las plantaciones de caña de azúcar y banano que se extienden a ambos lados de la ruta 34 en el valle del Zenta donde está asentada la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán en la provincia de Salta, Argentina. Un nombre sugestivo que rememora los años de la conquista española cuando Ramón Gracía de León y Pizarro la fundó allá por 1794. Casualmente Pizarro había nacido en Orán, Argelia. La ruta 34 o la ruta de "los bagayeros"  termina en el puente sobre el río Bermejo, un caudaloso y torrentoso río que en este lugar se desliza entre altos cerros de apretada vegetación. Cruzando el puente nos encontramos en territorio boliviano, en la localidad de Bermejo, una ciudad que ha crecido al impulso del comercio con el país vecino. El puente construido hace poco, une a las dos naciones y es atravesado por miles de personas cada día en ómnibus, autos y camiones que esquivan peligrosamente a ese otro grupo de personas que prefiere llevar sobre sus hombros los pesados bultos con productos de diverso tipo envueltos en fuertes telas plásticas. O los transportan en carritos de dos ruedas cuando la carga es más pesada. Todos vienen del extenso mercado en que se ha convertido la localidad de Bermejo, principalmente para los argentinos, aunque también de otras partes de Bolivia. Las crisis políticas y económicas de ambos países han tenido sus flujos y reflujos, afectando ese comercio, pero en general son los argentinos, con mayor poder adquisitivo, los que se desplazan hasta Bermejo para comprar a bajo precio ropa, zapatos, enseres de cocina, electrodomésticos, computadoras, teléfonos móbiles, televisores, etc.

Antes de llegar al puente hay dos puestos de la gendarmería argentina, donde se controla la identidad de los viajeros y sus equipajes. Una vez del lado boliviano se controla también por soldados bolivianos quiénes llegan y quiénes parten del país, un trámite que suele ser rápido y sin mayores contratiempos. Cuando estamos frente a la barrera que baja y sube un soldado se detiene frente a nosotros un pequeño autobús del cual desciende un grupo de mujeres jóvenes que están vestidas como europeas y nocomo las indígenas bolivianas.

- Prostitutas rumbo al mercado bonaerense –constata lacónicamente nuestro acompañante. Apenas a un kilómetro del puente comienza el gran mercado de mercancías que los bermejianos han construido del lado izquierdo de la avenida y que sube zigzagueando hasta el mismo centro de la población. A la derecha de la avenida y cercano al río se encuentran, bajo techos improvisados, una serie de cocinas rudimentarias donde hierven grandes ollas y donde la gente que atraviesa el río en frágiles embarcaciones acostumbra a comer. A un costado se ven grandes neumáticos negros de tractor que sirven de balsas para pasar las mercancías al otro lado del río. Esta es la forma más práctica que usan los bagayeros o contrabandistas para pasar las mercancías hacia el lado argentino, ropa y calzado entre otros, y regresan luego cargados, esta vez con productos alimenticios como harina, azúcar y aceite. El tráfico ilegal es permanente, pero cuando reina la oscuridad se torna imparable. Caravanas de autos, camionetas, colectivos y utilitarios repletos de bolsas y cajas circulan a veces hasta con luces apagadas para evitar los controles de los gendarmes, cuenta la prensa local.
Una actividad que dificilmente pueda escapar a la vista de lagente, incluso a la de los gendarmes argentinos y militares bolivianos que prefieren mirar para otro lado y concentrarse, dicen, en descubrir a los contrabandistas de drogas y armas. Sin embargo, cualquiera que observe con detención los controles descubrirá que la forma como se revisan los vehículos es bastante superficial, y si se trata de descubrir drogas la ausencia de perros entrenados en tal tarea brilla por su ausencia. Probablemente esas mafias de las drogas busquen otros caminos para introducirla a gran escala en Argentina ya que la frontera es larga, inhóspita y de difícil terreno, pero de todas formas las facilidades para contrabandear droga a pequeña escala parece contar con buenas condiciones cuando los que deben vigilar y controlar ese pasaje a plena luz del día simulan no ver el intenso tráfico de embarcaciones y los grandes neumáticos mencionados que atraviesan el río-
 - El soborno es habitual y muy redituable para los que vigilan las fronteras, nos dice nuestro acompañante.

El calor en plena tarde de marzo pega fuerte en la larga galería de puestos que forman un collar multicolor, una larga serpiente con gente adormecida por el calor. Otros con grande bolas de hoja de coca en la boca dormitan y no parecen interesados en la hipotética y escasa clientela que desfila ante sus puestos. Niñas y mujeres adultas son las que preferentemente atienden los puestos y preguntan sin mayor interés - Qué va a llevar? Una cierta antipatía se siente en la atmósfera caliente del mercado cuando los “blancos” caminan a lo largo de los puestos. Se adivina ese malestar de hombres y mujeres condenados a estar sentados en esos sitios de calor insoportable esperando que alguien “del otro lado” les compre justo a ellos alguno de los productos que ofrecen para poder salvar el día. Porque son tantos los puestos y la competencia entre ellos es tan afilada, que los márgenes de ganancia deben ser mínimos. Sin embargo esa actividad está establecida desde hace décadas y parece seguir creciendo. Recuerdo que Bermejo hace veinticinco años era un miserable mercado con apenas algunas casas de material, y los puestos eran frágiles tinglados con hierbas, carne y artículos de cocina colgados al sol y perros flacos deambulando por calles sin asfaltar. Hoy la población cuenta con casas y edificios modernos, oficinas públicas y servicios de agua corriente y electricidad. Es innegable que cierto bienestar material ha traído esta actividad comercial que fluctúa entre lo ilegal y lo legal. Nada detiene en esta frontera invisible la actividad humana de hombres y mujeres que buscan ganarse el sustento ya sea sentados en sus puestos o cruzando el peligroso río que a menudo se lleva para siempre a los más audaces que desafían la fuerza de la naturaleza.

Una vez de regreso y pasado el segundo puesto de control de la gendarmería argentina vemos un grupo de coches a la orilla de la carretera. Hombres impacientes se resguardan del sol a la sombra de los altos árboles y de las miradas de los curiosos.

- Quiénes son esos? –le pregunto a nuestro acompañante.

- Ese es el "hormiguero". Son los que esperan a los que cruzan el río en botes o que arrastran los neumáticos que vimos antes. Eluden los puestos de gendarmería sin mayores problemas y descargan sus bultos aquí. Reciben la recompensa y se vuelven por más carga, nos cuenta el guía.

A nuestro costado desfilan otra vez las plantaciones de banano y caña de azúcar, donde otros hombres tan oscuros como la tierra se desloman por un salario miserable, esperando, quizás, que la fortuna les sonría alguna vez en la vida.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Le agradecemos su comentario referido al tema. Cada aporte es una gota de reflexión sobre temas que interesan o preocupan. Suscríbase si desea seguir leyendo las notas y relatos de este blog.Es gratis.