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martes, 8 de marzo de 2011

La tía Rosa cumple 100 años


La tía Rosa junto a su nieta Mercedes y su bisnieta Ana Clara
El 12 de diciembre pasado (ayer), en la madrugada, respiró por última vez mi tía Rosa. 102 años llegó a cumplir. Todavía lúcida pero tal vez ya algo cansada de vivir tanto se durmió sin estar agobiada por alguna enfermedad que no fuera el tiempo. Que descanses en paz, tía, y que tu bondad nos ayude a todos a ser más tolerantes y comprensivos. Como vos fuiste a lo largo de tu vida.
 
Hoy en el día de la mujer quiero rendirle homenaje a mi tía Rosa que en el próximo mes de julio cumplirá un siglo de vida. Hasta ahora es la más longeva de todos los tíos y tías de mi familia paterna y materna. La conocí de muy chico y por décadas no tuve contacto con ella. Sin embargo sabía por otros parientes de su vida en la ciudad coloniense de Rosario donde se había mudado luego que se casara muy joven. Hace unos siete años me reencontré con ella cuando por primera vez visité Rosario y su casa a las afueras de la ciudad. Allí llegó con su marido como una de las primeras pobladoras de esa zona y nunca cambió de domicilio. Rodeada de campos y una calle sin ningún servicio municipal, ya que incluso hoy día el actual intendente de esa ciudad no ha puesto iluminación en esa calle, crió a sus dos hijos, Freddy y Nelita,  con el amor y dedicación que ya había dedicado a sus hermanos menores cuando niña. Fue la segunda hija después de Ferdinando que nació un año antes en 1910. Y el patriarca Federico, su padre y mi abuelo paterno, heredero de la tradición italiana del honor y la sumisión femenina, decidió que por ser la primera niña de los once hermanos que llegarían después (dos morirían tempranamente) no iría a la escuela para ayudar a su mamá, mi abuela Luisa Margarita, a cuidar los nuevos hijos que irían naciendo en el correr de los años siguientes. Así llegaron Juan José, Maria, Ademar, Nelly, Renée, Santos, Alberico, Julio y Ruben.

No ir a la escuela significó para ella estar relegada a las tareas hogareñas en diversos lugares de la campaña uruguaya, en chacras que el abuelo Federico arrendaba y donde vivirían durantelargos períodos. Años de sacrificio para unos y otros en parcelas de tierras a veces perezosas y reacias a producir lo que se sembraba. Una vida dura, especialmente para los hijos varones que Federico había elegido para que los secundaran en las tareas más rigurosas del campo.
Nunca aprendió a bailar porque el patriarca Federico no consentía que sus hijas fueran a bailar con extraños ya que para él se trataba sólo de un “refriegue”, y no un momento de libertad y diversión para las chicas aburridas o cansadas de esa vida rutinaria en esos campos desiertos. 
Entre sus recuerdos más dolorosos está la muerte de uno de sus hermanos de apenas seis años de edad, que vio morir prácticamente en sus brazos. Un dolor que todavía le atenaza el alma cuando se toca el tema, nos dijo. Rosa finalmente se liberó de esa carga injusta a la que la sometió su padre a través del matrimonio, aunque esta nueva vida tampoco estuvo falta de sacrificios y momentos penosos. Sin embargo ha sobrevivido a todos y a todas esas pruebas. Sus ojos celestes aun conservan la picardía y la viveza de una anciana que se sobrepuso a todas las dificultades que la vida le puso por delante; su memoria a pesar de las lagunas, sigue siendo admiración de todos por los detalles que recuerda y que nosotros hemos olvidado. La tía Rosa llega a cumplir los 100 años con un optimismo envidiable. Porque aunque no fue a la escuela me cuenta Mercedes su nieta,  Rosa fue una autodidacta y casi solita aprendió a leer y escribir con el empecinamiento e inteligencia que la caracterizaba, lo que le dió la oportunidad más tarde de estudiar un curso de corte y confección y se convirtió en una modista que cosía ropa para los que en aquélla época preferían ir a la modista en vez de comprarse los vestidos de confección. Y en la casa todavía adorna el salón la máquina Singer con la que durante largas horas transformaba las telas informes en bonitas prendas especialmente para las damas y niños de la ciudad.

Actualmente vive en un hogar de ancianos muy cerca de su casa. Allí trata de caminar todo lo que puede ayudada por un andador. Con una voluntad de hierro se impone esos pasitos todos los días que le impiden anclarse al sillón donde la mayoría de los otros ancianos terminan sus días.
Cuando le pregunté si tenía muchos amigos en el hogar de ancianos me dijo sarcásticamente que no, ya que todos son unas viejas y viejos “carcamanes” amargados y con miedo a la muerte. Al despedirnos su mensaje no fue “tal vez esta sea la ultima vez que nos veamos” sino que esperaba vernos pronto y lamentaba que no pudiéramos venir a festejar su cumpleaños. Tía Rosa, gracias por darnos una lección de vida, y espero que celebres tu cumpleaños número 100 rodeada de toda esa familia que tanto te quiere y a los que tanto has amado durante estas largas décadas. A la fortuna, a pesar de ser esquiva y no sonreírte a menudo, tuviste el coraje de ganarle la pulseada aún cuando todas las apuestas estaban en tu contra.  Salud tía!

1 comentario:

  1. Divina crónica y regalo del dia de la mujer!
    Te quiero comentar además q aunque la posibilidad de asistir a la escuela para mi abuela estuvo vedada ella igualmente se encerraba con sus cuadernos y su tenacidad y asi casi solita aprendió a leer y escribir. Esto le significo q mas adelante puediera estudiar corte y confección, de lo que trabajo toda su vida de casada a la vez q cuidaba a sus hijos y luego a sus nietos, hasta jubilarse. En casa aun esta la Singer por la que, imaginaras, pasaron unos cuantos metros de hilos.
    Mi abuela un ejemplo viviente, suerte q seguimos disfrutando de ella!

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