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sábado, 23 de julio de 2011

Masacre en Noruega

Ayer cuando estaba por abandonar mis tareas en la redacción de la radio nos sacudió la noticia de que había ocurrido una explosión frente a los edificios de la casa de gobierno en Oslo, la capital de Noruega. Todo parecía indicar que habían sido una o dos bombas ya que los daños que pronto pudimos ver en las fotos de los medios de prensa noruegos en internet, eran cuantiosos, y los heridos que habían escapado a la muerte estaban recibiendo los primeros auxilios en la calle.
Con las imágenes de los atentados de Londres y Madrid todavía fijos en la retina, para no hablar del de Nueva York, no podíamos pensar otra cosa que una acción conjunta de un grupo terrorista, sobre todo cuando empezaron a llegar poco después los primeros informes, la noticia  de que estaba ocurriendo una masacre en un campamento de jóvenes socialdemócratas, a pocos kilómetros de Oslo.

Un día después sabemos un poco más. No fue al parecer un grupo terrorista islamista el que se ensañó con la sociedad noruega, rompiendo una inocencia que llevaba décadas sin experimentar una catástrofe desde este tipo. Hay que remontarse a la 2a. G.M. para poder ver por el retrovisor de la historia, cómo los nazis habían invadido y ocupado este país escandinavo con la cuota de muertos y perseguidos que toda ocupación le cobra a los que se resisten. Y es que nadie en Noruega podía imaginarse que alguien estuviera dispuesto a tener a ese país, y en particular a su clase gobernante y a la juventud del partido de gobierno, la socialdemocracia, como blanco de un atentado de esa dimensión. Por eso cuando la imagen de esa tragedia y los datos que recibíamos hablaban de muchos muertos y heridos, más la destrucción material de los edificios de gobierno y sus alrededores, las conjeturas era que la participación noruega en Afganistán podía ser el motivo. Noruega es miembro de la OTAN y tiene unos 500 soldados allí, acompañando la misión de ISAF que dirige EEUU. Entonces, si alguien quería una vez más llevar la guerra a algún país miembro de la OTAN, Noruega podía ser el blanco menos riesgoso, ya que por el tipo de sociedad abierta y liberal, podía significar el eslabón más débil de la cadena de los países miembros de la alianza del Atlántico Norte. Sin embargo esas conjeturas fueron pronto abandonadas cuando la policía noruega detuvo al que con toda probalidad ejecutó la masacre de jóvenes en la isla de Utöya, y a quien se le responsabiliza también por haber colocado las bombas frente a la casa de gobierno en Oslo.

Los antecedentes de este individuo de 32 años, no pueden ser mejores para pasar desapercibido para las policía de seguridad. Si bien se le conocía como simpatizante de la ideología de extrema derecha y activa participación en las redes de la ultraderecha xenófoba, principalmente dirigida contra los musulmanes, no habría mostrado nunca tendencias a acciones violentas o habría expresado ideas que levantaran sospechas de lo que se avecinaba. Anders Behring Breivik pasará a la historia como ese joven más bien tímido y callado, que como un demonio vengador cayó sobre ese campamento apretando el gatillo de su arma semiautomática, y sin contemplaciones masacró a más de 76 miembros de la juventud socialdemócrata, que indefensos cayeron baleados por el odio de este individuo que perdió el control total de toda racionalidad y límites morales que una persona normal puede tener. Su acción terrorista sin precedentes en el país vecino, abre una profunda brecha por donde se cuelan las preguntas que por ahora no tienen respuesta. Fue realmente una acción en solitario de Anders  Behring Breivik? Consiguió los elementos necesarios para fabricar las bombas y las armó él sólo? Pudo desplazarse después de estacionar el coche -o los dos coches- y activar el sistema de relojería para que las bombas estallaran una vez que estuviera en camino hacia Utöya? Pudo matar a tantos jóvenes él sólo sin ayuda de otro u otros asesinos?

Estas y otras preguntas son difíciles de responder con los datos que la policía ha dejado filtrar hasta ahora. Pero una cosa es cierta, su acción, solo o acompañado, nos muestra hasta donde el fanatismo y la locura reunidas pueden arrastrar a un individuo que se autoproclamaba nacionalista y defensor de los valores culturales de su pueblo. También expresaba odio a la llamada sociedad multicultural que según él rompía las tradiciones que él quería defender. Y el gobierno socialdemócrata del Primer Ministro Stoltenberg representaba todo ese cúmulo de responsabilidad política que él, en sus elucubraciones, seguramente odiaba y deseaba borrar de la faz de la tierra. Hoy este asesino no está solo, en el mundo desvariado del nazismo o de las ideologías satélites, exterminar a ciertos grupos étnicos es parte de la misión que dicen tener en su triste pasaje por el mundo. Pero la peor derrota que pueden sufrir estos individuos o los grupos que expresan esas ideas de ultraderecha, es que la sociedad abierta no se permita caer en un remolino de pánico y elimine las libertades individuales, los derechos básicos de los ciudadanos y establezca un control que rompa con las bases democráticas que permiten una convivencia en paz y libertad. Más allá de los riesgos que eso conlleva.
Lo contrario sería darle la razón a la sinrazón.

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