La ciudad de Malmö, o Malmoe como se la conoce en castellano, está siendo golpeada por una ola de violencia inusual que ha sacudido los cimientos de las institituciones políticas, judiciales y sociales de esta ciudad-puerto del sur de Suecia. Ocho asesinatos, los cuales algunos de ellos han sido clarísimas ejecuciones contra miembros de bandas rivales en los últimos meses, según lo afirma la policía la cual parece impotente frente a estos episodios de violencia. Esto demuestra el desarrollo y la dimensión de la lucha que libran entre sí los grupos criminales que se disputan el mercado de la droga, la prostitución y las armas.
La marginación social y la constante expansión de las mafias que buscan nuevos escenarios donde actuar y colocar sus "productos", desatan estas olas de violencia cuando son varios los grupos que compiten en el "mercado". Detrás de esta nueva realidad hay muchas causas que han ido deteriorando la imagen de este puerto que mira a Copenague, la capital danesa, al otro lado del estrecho de Öresund. Por un lado la marginación de barrios enteros de familias inmigrantes que obligadas por una política habitacional, o por propia elección, han ido creciendo y convirtiéndose en verdaderos guetos donde muchos viven hacinados y con pocas posibilidades de escapar a ese carrusel que sólo tiene dos estaciones: la del paro o desempleo, y la magra ayuda social.
El gobierno nacional de tendencia de centro derecha, y el comunal de la ciudad, gobernado por el partido socialdemócrata, sostienen debates y severos cruces de argumentos y reproches donde se acusan mutuamente de hacer poco o nada para frenar la espiral de violencia.
No obstante, esta diferencia es sólo de matices porque ambos quieren lo mismo: una reforma de las leyes que las haga más duras en todos sus aspectos, más policías en las calles y aumentar los años de condena para los delitos vinculados a esa actividad delictiva. Medidas apoyadas con el consentimiento de una opinión pública cada vez más atemorizada por los propios asesinatos, y por el sensacionalismo de los titulares de la prensa, que no escatima textos de color rojo para ilustrar los hechos de sangre.
Poco se habla sin embargo de la miseria social que castiga a esos barrios donde se reclutan a los jóvenes para ingresar a la universidad de la delincuencia. Muchos han comprendido que viven bajo el estigma de ser "cabezas negras", discriminados y con núcleos familiares débiles o inexistentes que no han sabido adaptarse a la nueva sociedad, y que han arrastrado a sus hijos a una lucha constante por la supervivencia, y donde las reglas del juego las impone cada uno. Las otras son las que valen para los que juegan en las canchas verdes y soleadas de los suecos. En resumen, una sociedad cada vez más estratificada y polarizada.
Estos jóvenes encuentran el respeto y en algunos casos lo poco que han aprendido de la vida a través de una pantalla de televisión: consumir y destacarse por poseer la marca de auto más prestigiosa, ropa de marca, una vida de fiesta loca e intensa, y todo lo que viene detrás con ese estilo de vida que muchos sueñan imitar - y que en realidad pocos consiguen. La carrera del delito suele ser corta. Los que eligen salir del pantano social que les espera por la vía del estudio y el esfuerzo personal. tienen poco margen para librarse de ese barro pegajoso que llevan prendido a los zapatos. Sus escuelas son vandalizadas, los profesores huyen de esos centros de estudio, y sólo los más fuertes saltan esa barrera que puede llevarlos a una carrera profesional o a capacitarse en un oficio. Esos chicos y chicas son los que de todas formas serán los nuevos protagonistas de esta sociedad que como tantas otras, crece caóticamente y dando tumbos. Por eso también está en sus manos demostrar que no es el origen étnico lo que te condena a estar de un lado o de otro del muro imaginario, sino la voluntad de decirle NO al fracaso por más cerca que estén de ese agujero negro que no está en el espacio sideral sino a la vuelta de la esquina.
La marginación social y la constante expansión de las mafias que buscan nuevos escenarios donde actuar y colocar sus "productos", desatan estas olas de violencia cuando son varios los grupos que compiten en el "mercado". Detrás de esta nueva realidad hay muchas causas que han ido deteriorando la imagen de este puerto que mira a Copenague, la capital danesa, al otro lado del estrecho de Öresund. Por un lado la marginación de barrios enteros de familias inmigrantes que obligadas por una política habitacional, o por propia elección, han ido creciendo y convirtiéndose en verdaderos guetos donde muchos viven hacinados y con pocas posibilidades de escapar a ese carrusel que sólo tiene dos estaciones: la del paro o desempleo, y la magra ayuda social.
El gobierno nacional de tendencia de centro derecha, y el comunal de la ciudad, gobernado por el partido socialdemócrata, sostienen debates y severos cruces de argumentos y reproches donde se acusan mutuamente de hacer poco o nada para frenar la espiral de violencia.
No obstante, esta diferencia es sólo de matices porque ambos quieren lo mismo: una reforma de las leyes que las haga más duras en todos sus aspectos, más policías en las calles y aumentar los años de condena para los delitos vinculados a esa actividad delictiva. Medidas apoyadas con el consentimiento de una opinión pública cada vez más atemorizada por los propios asesinatos, y por el sensacionalismo de los titulares de la prensa, que no escatima textos de color rojo para ilustrar los hechos de sangre.
Poco se habla sin embargo de la miseria social que castiga a esos barrios donde se reclutan a los jóvenes para ingresar a la universidad de la delincuencia. Muchos han comprendido que viven bajo el estigma de ser "cabezas negras", discriminados y con núcleos familiares débiles o inexistentes que no han sabido adaptarse a la nueva sociedad, y que han arrastrado a sus hijos a una lucha constante por la supervivencia, y donde las reglas del juego las impone cada uno. Las otras son las que valen para los que juegan en las canchas verdes y soleadas de los suecos. En resumen, una sociedad cada vez más estratificada y polarizada.
Estos jóvenes encuentran el respeto y en algunos casos lo poco que han aprendido de la vida a través de una pantalla de televisión: consumir y destacarse por poseer la marca de auto más prestigiosa, ropa de marca, una vida de fiesta loca e intensa, y todo lo que viene detrás con ese estilo de vida que muchos sueñan imitar - y que en realidad pocos consiguen. La carrera del delito suele ser corta. Los que eligen salir del pantano social que les espera por la vía del estudio y el esfuerzo personal. tienen poco margen para librarse de ese barro pegajoso que llevan prendido a los zapatos. Sus escuelas son vandalizadas, los profesores huyen de esos centros de estudio, y sólo los más fuertes saltan esa barrera que puede llevarlos a una carrera profesional o a capacitarse en un oficio. Esos chicos y chicas son los que de todas formas serán los nuevos protagonistas de esta sociedad que como tantas otras, crece caóticamente y dando tumbos. Por eso también está en sus manos demostrar que no es el origen étnico lo que te condena a estar de un lado o de otro del muro imaginario, sino la voluntad de decirle NO al fracaso por más cerca que estén de ese agujero negro que no está en el espacio sideral sino a la vuelta de la esquina.
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