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miércoles, 16 de enero de 2013

Los guerreros de escritorio obligan a la autocensura.


Hace unos meses visitó el Instituto Cervantes de Estocolmo, Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique para disertar sobre el futuro de los medios y la actual situación que viven muchos de ellos, enfrentados a la nueva realidad donde una masiva oferta de información más o menos profesional se expande por el mundo. A eso hay que agregarle los otros fenómenos digitales de caracter social como Facebook , MySpace, Twitter, Google+ y YouTube, entre muchos más.
Una de sus más polémicas  hipótesis expresadas fue que esa masiva información –y en muchos casos desinformación- constituían una especie de censura al revés. Ramonet opina que esa oferta masiva de información constituye un muro digital donde las personas se estrellan por lo abigarrado de la misma. Hay tanto para seguir y elegir que es difícil discernir donde está la información más imparcial y objetiva de lo que se le ofrece. De esta forma, opina Ramonet, se convierte esa avalancha de noticias y sucesos  en una censura atípica porque nadie alcanza a informarse o no puede discernir los temas fundamentales que afectan a la sociedad, aún existiendo una libertad de prensa digna de su nombre. Además la clara apuesta por el entretenimiento en la tv y radio, por ejemplo, hace que el público sólo consiga distraerse y entretenerse sin ningún tipo de aliciente para pensar críticamente. Hasta ahí la hipótesis de Ramonet que algunos la apoyan y otros la critican. Pero la razón de esta nota es otro fenómeno vinculado al tema.

Y es que comienza a vislumbrarse hechos que habían sido ignorados hasta que el problema ha aflorado con tal fuerza que comienza a ser una grave amenaza para la libertad de prensa y de pensar de los ciudadanos: esto es el odio difundido a través de internet por grupos de extrema derecha.
En su libro « Los guerreros de escritorio » la periodista y escritora sueca Lisa Bjurvall destaca cómo esos grupos ultraderechistas usan sistemáticamente la red para amordazar a sus rivales políticos y a los periodistas a través del miedo. Para la periodista no se trata de un problema de cobardía sino que esos periodistas no desean cargar con todo ese odio sobre sus espaldas. Y no sólo eso, escribe Bjurvall, existen  periodistas que ni siquiera han empezado a escribir sobre temas relacionados con la extrema derecha por el riesgo a exponerse ante esos grupos. Autocensura . Y ejemplos sobran para ilustrar un ambiente cada vez más enrarecido donde se expresan todo tipo de amenazas desde violación, palizas o visitas al hogar para un « arreglo de cuentas ». Tal vez no tan peligroso como lo que ocurre en México o Colombia, sólo por nombrar dos casos donde muchos periodistas han perdido la vida, pero suficiente como para influir en la elección de los temas a cubrir.

El origen de este fenómeno está en el gran interés y cobertura que han dispuesto los medios para cubrir el terrorismo islámico, lo que ha provocado la salida de sus cuevas de los grupos más intolerantes y racistas , opina la escritora. Con la excusa de que son los inmigrantes los que tienen la culpa de todos los males que ocurren en la sociedad, la crisis económica y la inseguridad, y por supuesto el islam, religión que se ha convertido en una amenaza cada vez mayor para los países cristianos, esos grupos guerrilleros de escritorio ganan adeptos y silencian a los que se atreven a argumentar y debatir sobre las causas mismas de los problemas. Este bombardeo de constante desinformación y la propia autocensura de muchos periodistas, estaría favoreciendo el crecimiento de los partidos y organizaciones de la ultraderecha, constata la escritora.
 
El 12, 4 por ciento del electorado votaría hoy por Sverigedemokraterna, un partido  que nació en el pantano de la ultraderecha y que en las elecciones de 2010 obtuvo el 5,7 por ciento de los votos.  Si bien este partido ha dejado de lado su anterior política abiertamente xenofóbica, existe subyacente en su programa la diferencia  entre el « sueco » y el « extranjero », la « cultura original » y las foráneas, y el esfuerzo por conservar los valores del cristianismo y la religión ante el avance del islam. Hasta ahora los gobiernos parecen estar maniatados por las propias leyes que protegen la libertad de prensa y de expresión, a la espera que esta ola ultraderechista desaparezca  en algún momento. Sin embargo es difícil predecir si se terminará destruyendo por propia implosión y/o movilización del resto de la sociedad como una respuesta en contra de ese odio que atenaza a tantas voces. La cuestión es si estos grupos están dispuestos a que esto ocurra o levantarán aún más la apuesta en una sociedad cada vez más atemorizada.

 

 

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