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domingo, 6 de enero de 2013

El número de la suerte tiene dueño

La mañana comenzó nublada y Toto agradeció a Dios que le hiciera la jornada más aliviada. Ese verano las temperaturas eran muy altas y recorrer el pueblo en bicicleta bajo el ardiente sol era un suplicio.
       -  Viejo, te vas ahora? le preguntó Ramona, su mujer.
   Sí, después que infle las ruedas de la chiva empiezo el recorrido.

Toto abrió el bolso y sacó los números de lotería que tenía para ofrecer a sus clientes. Miró su humilde casa y la revistió con su fantasía de colores, comodidades y un jardín espectacular donde las flores competían con los tonos del arcoiris. Carajo! si a él le tocara alguna vez sacar la grande. Se rió de sí mismo y miró los números, y como se los sabía de memoria fue recorriendo mentalmente la larga lista de clientes a quienes debería venderle la fortuna para que posteriormente festejaran con champán. Sí, hacia tiempo que la suerte no visitaba al pueblo, pensó Toto mientras subía a su bicicleta. Su mujer salió hasta el portón de la casa y lo despidió otra vez mientras su perro jadeaba a su costado, esperando la señal para que corriera detrás de su rueda. Pero el silbido no llegó esta vez, y Pompeyo se quedó mirando cómo se alejaba.
Toto recorrió mentalmente otra vez la lista de clientes, y el primer lugar a visitar quedaba cerca de su casa. Bajó de su bicicleta, saludó a un cliente que salía del bar del gallego Gutiérrez, y entró saludando a los otros parroquianos.

       -  Buen día, buen día...un numerito para la Grande  de fin de año ? Hoy nos toca la grande, señores.
       -  Dale negro, hace tiempo que esa promesa es una chantada. Ya no te creemos un pito de lo que nos prometés...
   Toto le sonrió a los pesimistas que jugaban al billar y se dirigió al mostrador, donde Gutiérrez atendía a los otros hombres recostados en el mostrador.
       -  Mucha gente esta mañana, constató mientras sacaba varios números y los ponía ordenadamente sobre el lustroso mostrador de madera.
       -   Sí, pero poco consumo, se quejó el bolichero mientras señalaba los décimos que prefería.
Pagó y le alcanzó una copa de grappa a medio llenar.
       -  Tomá negro, para que entrés en calor, le dijo.

Toto agradeció, bebió y siguió su viaje, esta vez con los perros del barrio prendidos a sus pantalones y ladrando ante el intruso. Una patada bien dirigida al hocico de uno de ellos terminó con la persecución. Ahora tenía que pensar en la subida que le esperaba para llegar hasta la panadería del tano Locatelli. Allí siempre le compraban casi todos los empleados un décimo y aprovechaban para hacer una pausa. Pedaleó raudo tratando de no perder velocidad y logró mantenerla hasta que llegó a la cima del repecho donde estaba ubicada la panadería. Bajó jadeando un poco, y se secó el sudor de la frente con el pañuelo que siempre llevaba en su bolsillo.
    
       -  Hola negro, ya venís con la yeta? A ver si por favor algún día nos traés la suerte para poder rajar de este pueblo de mierda... le dijo uno de los empleados mientras preparaba la masa del pan.
       -  No se quejen, ché. Donde mejor van a estar que aquí? Pero a ver si eligen bien que tengo un presentimiento de que hoy la pegamos... les dijo a modo de consuelo.

Cuatro décimos  logró venderles, no mucho es cierto, pensó, pero otras veces no les había vendido nada. Ahora tenía que enderezar hacia el centro. Calles asfaltadas, veredas con la sombra de los frondosos plátanos, y varios clientes más para golpearles las puertas.
       
      -  Y como viene eso? Le preguntó Arteaga, el primer cliente que tenía costumbre de permitir que Toto eligiera el número. -  A ver si me das suerte esta vez, negrito... Así que me das la terminación 47? Con ese puto número seguro que soy 800 pesos más pobre, le dijo mientras se lo guardaba en el bolsillo y le alcanzaba el dinero.

Después de visitar a varios clientes más se dio cuenta que había agotado prácticamente todos los números que llevaba consigo, menos el que siempre reservaba para don Gerardo Montelongo. Aquél número era sagrado para este cliente. Hacía ya quince años que había sacado millones con ese número, y desde entonces volvía a jugarlo empecinadamente.
Golpeó el zaguán de la casa con aquel llamador de bronce con forma de mano, y esperó atento a los ruidos del interior. Pero nada se movía al otro lado de la gruesa madera.
Golpeó de nuevo y nada. Aquéllo lo alarmó porque  don Gerardo siempre estaba en la casa y Toto ahora no sabía nada de su ausencia. Estaría de viaje?
Su ignorancia duró poco. Una vecina que salió con la escoba para barrer casualmente la vereda lo llamó, y susurrando le contó que toda la familia había llegado de un viaje esa madrugada, muy tarde. Seguro que estaban durmiendo todavía. Ella era la única que conocía lo de ese viaje porque don Gerardo no quería que nadie se enterara que habían partido.
       
       -  Por lo de los robos, usted sabe, le dijo.

Le agradeció a la mujer que después de unos pocos escobazos se metió en su casa. Qué hacer? se preguntó Toto desconcertado. Si no retenía el número don Gerardo lo maldeciría por el resto de su vida.  A lo mejor él había comprado el entero allí donde había viajado. Pero si habían estado en el extranjero  era imposible. Conocía además el genio de su cliente que entraba en ebullición por poca cosa. Y mire si sale el número, pensó mientras acariciaba los décimos. El 03865 era el número de lotería que don Gerardo apostaba sistemáticamente y que Toto siempre reservaba.
Al fin se decidió. Él pagaría con su propio dinero el entero 03865 y se lo entregaría con o sin premio. Seguro que don Gerardo se lo agradecería. Recordaba que cuando había sacado la vez pasada le había obsequiado con una par de quilos de yerba mate.
        
        -  De la mejor, negrito, de la mejor!  le gritaba mientras le palmeaba la espalda. Toto se marchó con dos quilos de yerba más rico mientras la fiesta continuaba en el patio de la casa de don Gerardo.Pensó en sus ahorros y seguro que le alcanzaba para comprar el entero. Le explicaría a su mujer lo complicado de la situación, y seguro que ella comprendería.
     Así que fue al banco y llenó el formulario correspondiente.
        
       -  Para qué querés tanta guita, negro? Te vas a comprar un auto?    le preguntó ácidamente el empleado. 
       -  No me alcanza ni pa´ las ruedas. Pero quiero hacerle un favor a don Gerardo, respondió.                             
       - A ese viejo amarrete? Vos un favor a él? No se lo hagas, negro. Y sea lo que sea hacete vos el favor, negrito. Olvidate de ese miserable.
       -  No puedo. Es un cliente de muchos años, dijo con tono reservado. 
       -  Bueno, aquí tenés la guita. Y cuidado con los chorros y carteristas que están como buitres a la salida del banco, le advirtió el cajero.

   Toto montó rápidamente en su bicicleta, y pedaleando raudamente, sin dejar de mirar hacia atrás por las dudas que lo siguieran, llegó a la agencia de loterías.
        
      -  Hola, que tal las chicas más lindas del barrio, dijo a modo de saludo. 
   
    Las empleadas de la agencia lo saludaron riéndose y le abrieron la puerta de seguridad. Al fondo había un pequeño escritorio donde Ángel, el jefe de la oficina, estaba revisando el resultado de las ventas.
-           
   -  Que tal don Ángel, saludó Toto.
       -  Mmmmm, salió un sonido indescriptible de la boca del jefe de la agencia.
       Aquí tengo la plata de la venta y sólo me sobraron estos tres décimos. 
       -  Mmmmm, volvió a confirmar Ángel mientras contaba el dinero. Luego le alcanzó un formulario que ambos firmaron después de observar que todo estaba correcto.
      -  Bueno, nos vemos la próxima semana, que pase bien, se despidió Toto. 
       -  Mmmmm, repitió a modo de saludo el jefe mientras seguía enfrascado en sus papeles.

 Toto no se esperaba más que aquéllos mugidos de don Ángel. Siempre ocupado apenas hablaba con alguien, pero por lo menos no le decía negro o negrito, ese sobrenombre que nunca se pudo sacar de encima a causa del color de su piel y que lo fastidiaba.
Montó otra vez en la bicicleta y se instaló en el bar del gallego Gutiérrez. Faltaban quince minutos para que comenzara el sorteo y quería tomarse una cerveza esperando que los niños cantores anunciaran los premios.

    - Llegó la hora de la verdad, negro. Si no nos toca aunque sea la devolución vas a tener que pagar la vuelta.
        -  No se pongan nerviosos, señores, respondió Toto sin alterarse.

La vieja radio carraspeó y un locutor anunció  el inicio del sorteo. A dos voces una niña y un niño comenzaron a anunciar los números y los premios correspondientes. En el bar todos estaban en silencio. Caras tensas, divertidas y burlonas adornaban el mostrador donde todos se habían arrimado.
De pronto todos se pusieron más atentos, iban a cantar el número de la Grande y las manos apretaban los décimos que habían comprado.
   
- El 03865 con 80 millooooones de peeeesos!!! Gritaron los chicos cantores repetidas veces.

Toto demoró unos segundos en reaccionar. De pronto sintió que se le aflojaban las piernas y un dolor intenso le invadió el pecho. Era el número que había comprado para don Gerardo! Pero él lo había pagado. Qué hacer? 

Con los millones que le tocarían en suerte por el entero fantaseó de nuevo con una nueva casa, reluciente, de techos de tejas, jardín bien cuidado, amplios ventanales, Pompeyo saltando en busca de un palo que su mujer le lanzaba lejos para que corriera a buscarla. Y sus hijos vistiendo ropas nuevas hamacándose bajo un castaño. No escuchaba las voces de los demás que le reprochaban haberles vendido números sin premios, concentrado como estaba en tomar una decisión crucial. Si cobraba el premio sería visto como un estafador, creía, ya que don Gerardo que tenía poder en el pueblo se encargaría de proclamar a toda voz que lo había traicionado. Y si bien no era ilegal cobrar ese dinero, moralmente quedaría marcado como el hombre que se apropió de la fortuna del respetable vecino Gerardo Montelongo.
En esas elucubraciones estaba cuando el mismo don Gerardo entró como un vendabal en el bar con los ojos desorbitados. 
         - Negro, que me hiciste! No me dejaste el número de la suerte! Cómo pudiste hacerme eso, gritaba al mismo tiempo que agitaba los brazos.
         - Pero si estuve golpeando su puerta para dejarle el número, respondió Toto tartamudeado. Y me dijo una vecina que había estado de viaje...

Todos miraban a Toto serios y compungidos por las consecuencias que traería el problema si don Gerardo perdía esa fortuna.Él era el hombre fuerte del pueblo.

        - Negro de mierda, me has jodido. Te voy a machacar y hasta tus hijos van a pagar por esta estafa que me hiciste.

Toto bajó la cabeza y sus manos abrieron el bolso temblando. De allí sacó el entero del número premiado y todavía sin levantar la mirada le dijo a don Gerardo.

       - Mire don, aquí tiene su entero. Yo mismo lo pagué pensando en que usted lo reclamaría.

    Los ojos del hombre se saltaron una vez más de sus órbitas. La ira que lo invadía se transformó por arte de magia en una carcajada estridente y corrió a abrazar a Toto. 

      - Negrito divino, ya sabía yo que vos no me fallabas! Esto es supremo! Aprendan lo que es la lealtad de un hombre! gritaba mientras pasaba el brazo por la espalda de Toto. Gracias macho, de esta no me voy a olvidar. A ver gallego, serví una vuelta para todos! ordenó a Gutiérrez mientras revisaba una y otra vez aquél papel que significaba su nuevo golpe de suerte.
       - Y bien muchachos, me voy a festejar con mi familia que todavía no sabe nada, dijo en forma de despedida. 
Toto levantó la cabeza y vió como don Gerardo se marchaba. Justo cuando llegaba a la puerta le dijo 
 Por favor don Gerardo, no se olvide de pagarme el entero porque lo compré con mis ahorros. 
      -  Claro moreno. Pero ahora tengo cosas más importantes que arreglar, así que tendrás que esperar, dijo en un tono despreciativo y se marchó a grande zancadas. En el bar nadie dijo nada.

        ***

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