Tal vez no pase con mucha frecuencia a otros viajeros, o tal vez sí, en todo caso mi último viaje Estocolmo- Montevideo fue para el olvido. Para ahorrar un poco de dinero compre un pasaje por British Airways en lugar de Iberia. Tampoco compré el asiento cuyo precio parece atado a la inflación del mes, a pesar de que ya está en uso desde hace mucho tiempo recibiendo miles de posaderas de todo tamaño. Por lo tanto, las compañías te colocan, por ser tan avaro y amarrete, en los peores lugares de la cabina, que es el centro de la fila de tres o cuatro asientos, dependiendo del modelo de la aeronave.
Sin embargo, la diferencia de clase se nota ya en el aeropuerto al hacer la fila para el check-in. Al ingresar en esa área la clase prioridad tiene la preferencia que connota la palabra, y no importa si has llegado primero que los que han pagado por esa categoría, aún llegando después del que no cuenta con ese privilegio son atendidos primeros. El asunto es que la funcionaria que recibe el pasaporte y las maletas para entregar las tarjetas de embarque, llama en consecuencia primero a los “prioritarios” y el resto esperamos pacientemente hasta que se vacía aquella fila. Luego de recibidas las tarjetas de embarque con la categoría de los parias que ocupan desde el 5o a 8o lugar, dependiendo de la cantidad de pasajeros a embarcar. Una vez chequeados los primeros lugares, subimos el resto de los pasajeros para encontrarnos con que todos los lugares para colocar el equipaje de mano, está ocupado y no tengas más remedio que ponerlo debajo del asiento si es que allí tiene lugar.
Es en Londres- San Pablo donde se inicia la puesta a prueba más exigente de la paciencia y perseverancia para encontrar desde la Terminal 3 a la Terminal 5 en el aeropuerto de Heathrow.
Como dije, el asiento que te toca está en el centro y ojalá tu vejiga no sea de las que se llenan de líquido rápidamente, porque molestar al vecino que está durmiendo o viendo la película favorita, ocasiona a menudo miradas malhumoradas o gestos de desagrado, si tenés la mala suerte de tener gente intolerante a tu costado. Para evitar esos momentos, hay que ser oportunista y tan pronto como alguno de ellos se levanta para visitar el baño, levantarse del asiento y aprovechar el hueco es todo un solo movimiento.
Luego de la cena, en este caso la sirvieron a las 23:00 h. Pollo con salsa y arroz y ensalada de fruta de postre, no estuvo mal para ser una cena en avión británico. Cada uno se refugia después, eventualmente, en su asiento para dormir, en caso de que el sueño lo esté aguijoneando. Lo curioso es ver a tu vecino, en este caso el mío, cubrirse con una chaqueta de plástico con capucha, colocarse un antifaz para que la luz no le moleste, y quedarse quieto durante horas. Mientras a la derecha tienes a otro que, por el contrario, consume películas de acción una tras otra, sin pausas. Quieres cerrar los ojos pero el reflejo de la pantalla traspasa los párpados, los movimientos involuntarios de los brazos del sujeto te impactan en las costillas o en los bíceps, sin que el personaje se de por enterado, tal es la concentración que tiene como si él mismo estuviera presente en la arena y en las cuchilladas que se propinan los combatientes en la película El Gladiador.
Al arribar a San Pablo para cambiar de avión de la aerolínea British Airways para Latam, hay que ubicar la terminal y la puerta de salida. Allí te encontrarás en un caos bastante palpable, donde los funcionarios ruegan a los reacios viajeros a que embarquen sus valijas pequeñas en la bodega, algo a lo que se resisten una buena parte de ellos. Mi mochila entra debajo del asiento y por lo tanto puedo llevarla conmigo. El inicio del viaje se retrasa una hora sin mayores explicaciones, y cuando partimos todo el mundo está de mal humor. Yo sentado al medio otra vez, entre una joven y un muchacho claramente resfriado, de grueso volumen y corpulencia, que para colmo de males pasó sonándose la nariz. “Es por el aire acondicionado”, me comentó, sin dudas para justificar tanta sonatina nasal.
Lo peor estaría por venir, porque apenas ingresamos a territorio uruguayo se inició un bailoteo ocasionado por una tormenta que atrapó a la nave en sus turbulencias con ritmo frenético de flamenco para pasar alternativamente al malambo desenfrenado. Cuan grande sería el susto de los pasajeros que hacía tiempo no escuchaba que se aplaudiera con tanto entusiasmo a los pilotos por haber mantenido al avión en el aire y no haberlo estrellado en Maldonado o Canelones.
En fin, aliviados después de tanto zangoloteo, caminar en suelo firme devolvió la tranquilidad y la satisfacción de encontrarme con la gente querida que te espera en medio de una tormenta con diluvio. Una larga cola de taxis impide a mis primos a detenerse en un lugar techado. Pero la picardía oriental hizo que simulara una discapacidad que me obligara a parecer que estaba rengo, y mi primo político Miguel estacionara el coche en el lugar de los lisiados, discapacitados. Estaba vacío así que no jodimos a nadie esos treinta segundos que estuvo allí hasta cargar el equipaje y nos salvamos de la espantosa lluvia que caía a baldes… de veinte litros. De todas formas, nunca más British Airways.
A pesar de tus peripecias no deja de ser un cuento que arranca una risa de tus aventuras y tu forma de describir tanto suplicio.
ResponderEliminarHoy día los viajes son bastante incómodos para los viajeros. Nosotros acostumbramos a pagar un poco más y elegimos los asientos del pasillo.
Ahora y después de habernos compartido tus hazañas podrás disfrutar de tu familia y un paisaje que se enfrenta a unas elecciones que decidirá el curso del país.
Disfruta y recorre. Un abrazo cumpa.