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martes, 19 de noviembre de 2013

Un rompecabezas para armar

La ciudad de Pontrémoli vista desde el hotel Golf
Comenzó con unos tímidos intentos por descubrir en qué lugar de Uruguay se encontraban aquéllos que llevábamos el apellido Lecchini a través de Facebook. Se creó un sitio común y con los meses fueron apareciendo como por arte de magia tantos "parientes lejanos" que aunque no somos muchos, vemos que tampoco somos tan pocos. Salto, Paysandú, Colonia, San José, Flores, Montevideo, Canelos, Maldonado, y seguro que muchos más, han sido los refugios donde se fueron afincando las pasadas y pressentes generaciones de los Lecchini. Mis abuelos paternos, Federico Lecchini y Luisa  Germano vivieron en Soriano y luego se mudaron a la cuarta sección del dpto. de Flores. Allí criaron a la mayoría de sus hijos, once hermanos que junto al abuelo producían en ese campo lo que podían para sobrevivir en un medio duro y con pocas satisfacciones. Julio, uno de mis tíos, me contaba que mi abuelo Federico los sacaba de la cama apenas amanecía a las tareas más duras en pleno invierno cuando uno desea estar debajo de las frazadas. Chicos adolescentes que cumplían con las tareas que se les ordenaba, y sin chistar.

Mi viejo decidió abandonar las sacrificadas tareas del campo y trabajar como mecánico en la agencia Ford (también él se llama Alberico), casándose con Olga Ojeda en  Trinidad, donde nacimos mi hermano Gustavo y yo. Finalmente casi todos los hermanos Lecchini y mis abuelos,  partieron hacia Montevideo donde se radicaron, se casaron, tuvieron hijos que a su vez también fueron padres y madres. Hoy los Lecchini entreverados con otros apellidos hemos ido emergiendo con la curiosidad y la necesidad de conocernos. De pronto tomamos conciencia que podemos tener un pasado común entre las magras parcelas  de escasos cultivos y el polvo de las minas de mármol de Carrara. La escasez, el hambre y otras necesidades elementales para ellos y sus hijos obligaron a los Lecchini a emigrar a nuevas tierras junto a millones de compatriotas. También en la tierra prometida la vida también iba a ser muy dura, pero siempre con la esperanza de mejorarla: "Mientras tenga dos brazos para trabajar nada es imposible" solían decir.

Los abuelos Federico y Luisa rodeado de los hijos y nietos
 a fines de los ´40
Después de muchos años de ignorarnos por la razón que fuera, las generaciones más jóvenes y las no tan jóvenes tomamos esta iniciativa de encontrarnos para reconocernos en el otro, contarnos las experiencias propias y de dónde venimos, quiénes son nuestros padres y abuelos y qué saben de aquéllos hombres y mujeres que abandonaron un día el puerto de Génova apretujados en camarotes insalubres en busca de un destino incierto. Y conocer a los hijos de los hijos de los hijos. Es hora de desempolvar los viejos daguerrotipos y fotos de color sepia. De contar anécdotas de aquélla época escuchadas en la niñez antes de que se olviden o las llevemos a la tumba. Antiguas pistas para armar ese rompecabeza, sería hermoso porque el ser humano siempre desea buscar dónde nace el río de sus propias generaciones, el lugar originario donde comenzó todo. Somos hijos, nietos y bisnietos de la emigración, de aquéllos que llegaron con una valija repleta de esperanzas y sueños. Desgraciadamente no estaré allí en el encuentro del próximo mes, pero la reunión logrará iniciar  seguramente dos cosas; comenzar a armar el rompecabezas y demostrar que aquéllos sueños de nuestros antepasados no fueron en vano.

lunes, 22 de agosto de 2011

Las coincidencias de la vida


Sole y Eliot en el momento más emotivo
 El 22 de agosto ha marcado mi vida de una forma inesperada porque en esa fecha recuerdo el aniversario de la muerte de mi hermano Gustavo ocurrida el 22 de agosto de 1995 y el nacimiento de mi nieto Eliot el 22 de agosto de 2004. Tristeza y felicidad comparten un espacio en mi corazón. Hoy domingo festejamos el cumpleanios de Eliot en la intimidad de la familia. Lo hicimos con la alegría de tener un regalo que Sole nos ha hecho a nosotros los abuelos que podemos compartir nuestros momentos en que vemos crecer a ese personaje tan especial que es Eliot. Por su madurez e inteligencia, sus bromas y sus inesperados razonamientos lógicos y las preguntas que un jovencito o jovencita de esa edad se hacen al descubrir la vida.

Maniana es el momento de recordar a Gustavo, y lo hago con sus propias palabras, en esos versos que escribió en sus últimas semanas de vida. Esta es la primera vez que los publico en castellano pues él los escribió en italiano, y creo que muchos que lo conocieron reconocerán en esos poemas la búsqueda de un destino que debemos construir día a día, la alegría de haber vivido y elegido un camino, la tristeza de la despedida.

Hoy mi hermano Gustavo, y mi madre también, están sepultados en el cementerio de Anzio, al sur de Roma.

En sus últimos días Gustavo comenzó a redactar algunos poemas. Ellos sintetizan, creo, el resultado de la autoreflexión a la que llegó cuando hizo el balance de su vida.
                     


                                                       LAS   PARTIDAS.
Mi  vida ha sida una larguísima
serie de partidas
como si un karma fatal
me impidiera quedarme.

Las partidas son crueles,
sistemáticas,
quitan los afectos
arrancan los hilos sutiles del amor.
(Déjame quedar amor mío, déjame quedar).

Las partidas te obligan a vivir suspendido
regalándote la sensación
de una falsa
maravillosa libertad.
(Déjame quedar amor mío,déjame quedar).

 Las partidas no me dejan
poner nuestra mesa,
dormir contigo como si fuera un niño.
(Déjame quedar amor mío, déjame quedar).

Tal vez un día ya no sentiré más
estas irrefrenables,
incansables ganas de irme
y de preparar nuevas partidas.
(Déjame quedar amor mío, déjame quedar).
95 07 25



El siguiente poema es en toda su sencillez una muestra del  creciente coraje que nace en su interior ante la idea de la muerte. En el hospital Spalanzani Gustavo vio morir a su lado a dos pacientes enfermos de SIDA en un corto período. La situación que vivió allí no fue alentadora. El también desarrolló esta enfermedad que en esa época era muy difícil de detener. Sin embargo tuvo la fuerza de escribir y dejar una huella en nuestro universo:

RENACERÉ

Cuando mis ojos no estén más,
cuando no tenga más frentes que besar,
renaceré.

Y renaceré en un vuelo gigantesco,
sobrevolaré mis amigos,
abrazaré el huerto de Isacco,
acariciaré su nuca
y sentiré el perfume
de albahaca y mejorana.

Después volaré hacia Nettuno,
donde mis amigos están de fiesta,
y soplaré sobre ellos
el aire tibio del atardecer.

Inesperadamente reirán,
y yo comenzaré a subir
con la felicidad de haber concluído
una tarea,
y me volveré energía, energía...

950727

Apenas dos días antes de morir, Gustavo dictó su último poema, que tituló Parto o Nacimiento.
Un último intento de escapar a la celda que es nuestro cuerpo, a la materia contingente de la que estamos hechos.
Mi parto cósmico será dulcísimo,
no será como aquél terrestre:
bienvenido con una palmada.

El fragmento será no obstante el mismo,
porque la madre es siempre la misma:
la energía.

He conocido todo:
la alegría y el llanto,
la nieve y el fuego,
la amistad y la traición,
y todavía estoy aquí,
con una tarea por cumplir:

completar el camino
(cuando haya pagado mis deudas de amor)
para llegar
a mi parto cósmico.

950820

sábado, 23 de abril de 2011

Viajando al pasado para conocer el presente

La ciudad de Pontrémoli
Esta crónica la escribí en 2005. Sé que muchos integrantes de mi familia y mis amigos no han podido leerla y por eso deseo compartirla con ellos y con aquéllos que también se preguntan de dónde vienen sus propios antepasados que inmigraron a nuevas tierras. No pocas veces esos datos están claros y hay una buena documentación, pero también como en mi caso, sólo existen fragmentos de un  relato sin confirmar. Porqué? Las razones pueden ser muchas, pero los inmigrantes a veces quieren olvidar rápidamente un pasado de opresión, pobreza y desilusión. Qué dejaron atrás mis bisabuelos paternos cuando arribaron a Uruguay, es todavía para mí un misterio. 
Lo mismo sucede con los  padres de mi abuela paterna, los Germano. Los abuelos maternos eran en cambio criollos descendientes de españoles, probablemente desde hacía ya mucho tiempo y no tengo ningún dato sobre ellos.
Con un viaje al corazón de la Lunigiania, en la region occidental de la Toscana, quise acercarme a ese misterio de inmigrantes que emigraron de los Apeninos al Rio de la Plata, y de ser posible, atar los cabos sueltos.

                                                                        1
La anciana observa la fila de tumbas de mármol que tiene enfrente. Lee los nombres inscriptos y parece
dudar. Luego se vuelve hacia nosotros. Está sola en ese pequeño cementerio, donde casi la mitad de los apellidos tallados en la piedra son Lecchini y la otra Benelli. La hierba crece un poco alta entre las tumbas. Al vernos se sorprende un poco pero nos mira con curiosidad.

-Buongiorno signora, estamos de visita en el pueblo. Somos Lecchini de apellido, pero en realidad venimos de muy lejos. Él se llama Alberico, ha nacido en Uruguay; y yo Sergio, nacì en Kenya, dijo Sergio Lecchini a la viejita.
- Bah! Aquí somos casi todos Lecchini de apellido. Yo tengo 93 años, me llamo Carmela Lecchini, y he nacido en San Pablo, Brasil…
Así comenzó nuestra visita al pueblo de Arzelato,en la Toscana occidental, una mañana de septiembre 2005. Pero esta historia para mí se inició en realidad unos meses antes...

Sergio y a su espalda Arzelato
En abril recibì un correo-e desde Kent en Inglaterra. El firmante era Sergio Lecchini, radicado en ese país, y me contaba en su carta que estaba tratando de rastrear a los Lecchini por todo el mundo. Segun él, la cantidad de personas que llevan este apellido no son muchos, y estaba estudiando cómo había sido la corriente de emigración de estas personas en el pasado desde la Toscana por el mundo. Y qué pasaba con las nuevas generaciones. Me preguntó si podìa colaborar con él, contándole la historia de mi familia.

Por supuesto que acepté inmediatamente la propuesta. Desde que tuve uso de conciencia he estado preguntando a mis padres y a mis tíos de dónde venían los bisabuelos que apenas había conocido cuando pequeño. Sólo tengo una imagen muy borrosa de esos dos viejitos, a distancia, como si nunca me hubiese acercado a ellos. La respuesta siempre era incompleta y me dejaba insatisfecho: «... del norte de Italia, salieron del puerto de Genova ». Ahí finalizaba la pista, y las interrogantes quedaron como incógnitas sin resolver durante décadas, hasta que la carta de Sergio comenzó a abrir una pequeña brecha en aquél negro muro de preguntas sin respuestas.

Sergio ya había trabajado en el tema desde hacía un tiempo. Él mismo había seguido la pista de sus antepasados a través de Internet, y quería ampliar el horizonte de su búsqueda. Su hipótesis era que probablemente mis antepasados habían emigrado de la provincia marmolera de Massa-Carrara, donde se concentraba un buen número de personas de apellido Lecchini. Un poco mas al norte, en la misma provincia de Massa-Carrara, está la región de Lunigiana, donde había altas probabilidades de que desde allí hubiesen partido mis bisabuelos Domenico Lecchini y Rosa Ferrari. Probablemente de Arzelato, un pequeño pueblo a 900 metros de altura sobre el nivel del mar. Una zona de campesinos pobres, que por estar bastante aislados y con pequeñas parcelas para cultivar en la montaña, vivían una vida muy dura hasta muy avanzado el siglo XX.
Este intercambio de información que tuvimos con Sergio, nos fue acercando, y decidimos encontrarnos en Italia. Él viajaría desde Londres y yo desde Estocolmo, y nos reuniríamos en Pontrémoli ("puente tembloroso”  porque originariamente era de madera), una pequeña ciudad a orillas del rìo Magra, a unos 30 kilometros del puerto La Spezia. Sergio habìa logrado recabar màs información sobre los Lecchini, y me dijo que sin dudas, Arzelato vecina a Pontremoli, era “territorio Lecchini”.

                                                                      2

Partí desde Roma luego de haber pasado unos días con mis amigos de Nettuno, donde compartimos exquisitas comidas y los vinos del Lazio. En un tren intercity llegué hasta La Spezia, y luego cambié a un tren regional. Claro que la combinación esperada falló, porque generalmente los trenes en Italia llegan retrasados, y el mío no fué una excepción.
Finalmente me subí al próximo tren regional que subió lentamente las verdes faldas de las montanas, traqueteando, sacudiéndose como un largo gusano gris por el valle verde junto al rìo Magra. Los pequeños pueblos iban desfilando ante mis ojos, con sus techos rojos y grandes terrazas adornadas con flores. A veces un viñedo cargado de uvas o un campo de maíz rompía el manto del bosque que trepa hasta las cumbres de estos montes conocidos como Appennino Tosco Emiliano. El río es apenas un hilo de agua que baja desde las montañas, ya que es retenido gran parte de su caudal por una represa que guarda el agua para los períodos de seca.

Descendì finalmente en la estación de Pontremoli y allì estaba Sergio, esperándome pacientemente. Alto, con paso cansino, se acercó para saludarme con un apretón de manos, aunque no los dos besos de ritual que se estila en Italia. Tal vez la flema británica se lo impedía? Luego cargamos mi equipaje en el auto que él habìa alquilado, y nos dirigimos al hotel Golf, donde ya había reservado dos habitaciones. El hotel está a las afueras de la ciudad, en la ladera de la montaña, por lo que desde la ventana de mi habitación podía ver todo el valle, la ciudad y los caseríos que emergían entre el verde de los montes.

Sergio visitando Villafranca
Sergio habia llegado unos días antes y había preparado un itinerario por varios lugares donde la antigua arquitectura del 1500-1600 todavia resplandecía entre los modernos edificios contruídos en las últimas décadas. Villafranca de Lunigiana, Mulazzo y otros pueblitos fueron quedando por el camino, con sus gentes afables y comunicativas. Luego dejamos el valle y pusimos proa a Arzelato.

Subimos por un camino serpenteante, cubierto por la espesa y soberbia vegetación, donde las hayas y los pinos comparten el espacio con los magnificos castaños, llenos de frutos redondos y espinosos, que cuelgan como adornos de Navidad. La misión era investigar en el registro de la iglesia de Arzelato, el archivo donde se guarda el registro con los nacidos y fallecidos, para ver si encontrábamos los nombres de mis bisabuelos, y a lo mejor algún rastro de los antepasados de Sergio, aunque esto último casi lo habíamos descartado. El sacerdote del lugar, también de apellido Lecchini, era reacio a mostrar el registro a personas ajenas a la iglesia, le habìan advertido a Sergio. Por eso se procuró la ayuda y mediación de otro Lecchini, Nando, un veterano de 75 años que habita temporalmente su casa en el pueblo durante los veranos, y conocía al sacerdote desde la infancia. Nando estaba casi seguro que el sacerdote se encontraría a la tarde en la iglesia, y que podríamos ver entonces el registro.

Cuando el motor del auto quedó en silencio, luego de trepar los casi 900 metros de altitud, nos rodeó el silencio de la campaña, sólo interrumpido por el susurrar del viento en las copas de los árboles. Valles y montañas se sucedían hacia el norte, espesos e inescrutables. A nuestras espaldas trepaban por la ladera las escasas y pulcras casas de Arzelato en una fila irregular, con callejuelas estrechas y escaleras empinadas, hasta terminar en la cumbre misma del monte, adornada por la torre del campanario, de piedra gris y llena de cicatrices; y la iglesia misma, blanca como un traje de novia.

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Cuando bajamos del auto, vimos que al borde del camino y debajo de un tilo, se levantaba un pequeño monumento de mármol en memoria de los caídos en las dos ultimas guerras mundiales europeas, y allí pudimos comprobar que los Lecchini habían vertido su sangre sobre los campos de batalla. Por el tipo y texto del monumento habían pertenecido al ejército italiano, que en estos paesi no había sido muy popular. Sobre todo en la 2ª Guerra Mundial, ya que muchos de los lugareños se unieron a los partigiani comandados por el mayor británico Gordon Lett que combatió a los soldados del ejército italiano, y principalmente al ejército de ocupación alemán en la Lunigiana. Estos monumentos oficiales, y otros que recuerdan a los partigiani, son muy comunes en la región, y recuerdan el difícil período que vivieron muchas regiones italianas azotadas por la ocupación tedesca. Como dato curioso, el monumento a los partigiani no está en el poblado, sino casi a un kilómetro del lugar, sobre un montículo solitario, desafiando el viento del norte. No es de mármol, y en su texto recuerda la lucha de los voluntarios internacionales y del mayor Gordon Lett.

- Porque no vamos hasta el nuevo cementerio? - me propuso Sergio, ante la ausencia de gente en las callejuelas de Arzelato. Parecía un pueblo fantasma. Algún gato que otro se calentaba al rayo del sol. “ Podemos echar un vistazo a los nombres en la tumbas. La mitad son de los Lecchini, la otra de los Benelli” –agregó sonriendo.

Emprendimos nuestros pasos hacia allí, por un camino asfaltado, lleno de castañas caídas, que como erizos de mar poblaban la negra superficie. Pateándolas, esquivándolas, llegamos a la puerta del cementerio, donde el mármol blanco de Carrara resplandecía. Allì fue donde encontramos a Carmela Lecchini, nuestra “parienta” nacida en San Pablo, Brasil.
Carmela busca el nicho de su marido bajo la atenta mirada de Sergio
- Si la memoria no me falla mis padres regresaron de San Pablo a Italia cuando yo tenía siete años. Aquí están enterrados mi madre, mi padre y mi marido –nos contaba con la voz un poco temblorosa Carmela, señalando con su bastón el nombre de su padre escrito con letras de bronce. “ Después emigré a Francia, siendo joven, y vivimos muchos años allí. Regresamos siendo ya viejos con mi marido, y ahora vengo todos los días al cementerio. Mi nieta me dice que no venga, que voy a terminar en un zanjón... pero que voy a hacer sino?... Si apenas queda gente en el pueblo. Me entretengo limpiando un poco, y arreglando las flores. Pero ya no puedo cortar la gramilla, si me agacho me mareo, y si me arrodillo ya no puedo levantarme”... se lamentaba doña Carmela, frágil como un pajarito, pero con la mirada chispeante.

- Sí abuela, no se preocupe que ya vendrá alguien a cortar el césped –le dije tratando de consolarla. “Nos quiere acompañar de vuelta al pueblo?” Le pregunté pensando que la nieta estaría preocupada por su ausencia.

- No, me voy a quedar un rato más, todavía tengo que limpiar la placa del sepulcro de mi marido... pero esta memoria me está fallando, justo ahora no la puedo encontrar... –murmuraba mientras apoyada en su bastón y con pasito lento, se volvía otra vez hasta la fila de nichos, donde las fotos de los Lecchini y Benelli, serias y adustas, la esperaban impacientes.
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Regresamos al pueblo con Sergio, y cuando comenzamos a subir la cuesta ya nos estaba esperando Nando, que seguramente había visto el coche estacionado. Luego de los saludos y presentaciones de rigor, nos divertimos con las anécdotas de nuestro pasado, y el vínculo que teníamos por el apellido. Preguntamos si habían oído hablar alguna vez de algún Lecchini que podría haber emigrado a las Américas entre 1850 y 1870, pero el único que conocían había sido uno que murió apuñalado en una reyerta, aunque no sabían si en el norte o en el sur de las Américas. Ese era el dato más preciso aportado por otra “veterana” del lugar, Carolina Giumeli Benelli, de 103 años de edad. Con la voz cascada, pero sonriente, trató de ayudarnos, pero el dato aportado no coincidía con mi bisabuelo Doménico, que se murió de viejo cuando yo tenía unos seis años.

Nando nos dijo que el sacerdote estaba en otro pueblo, asistiendo a una familia en un entierro, y que no sabía si podía venir a tiempo para atendernos. Una mala señal, por los antecedentes escuchados anteriormente sobre su negativa a abrir el archivo del registro de empadronamiento.

Junto a Nando, su esposa y Carolina Benelli de 103 años de edad.
Para ganar tiempo mientras esperábamos al cura, visitamos el antiguo cementerio junto a la iglesia, una parcela de tierra de unos 10 x 20 metros, donde se ofrecía el mismo escenario de Benellis y Lecchinis entrelazados hasta en la muerte. Luego subimos nuevamente hasta la iglesia que estaba cerrada, y admiramos el paisaje, mientras Nando nos señalaba hacia dónde estaban los otros pueblos cercanos: Rossano, Patigno, Coloretta. Fue aquì cuando Nando nos contó que había participado en la resistencia contra los alemanes, y que a pocos pasos de allì de donde estábamos, habían dado muerte a un oficial alemán.

- Esta zona sufrió mucho cuando la ocupación – agregó, mientras en su mirada perdida en las montañas, parecía revivir los años de peligros, hambre y persecución que debieron soportar hasta el día de la liberación. “Estábamos bajo la comandancia del mayor Gordon Lett, un británico que había llegado para organizarnos y sabotear las posiciones alemanas. Un oficial muy valiente. Pero también habían rusos, yugoslavos y franceses” recuerda Nando.

Ya había transcurrido mucho rato y el sacerdote no aparecía. Con Sergio decidimos darnos por vencidos ya que habíamos recibido la información de que en la biblioteca pública de Pontremoli habìa un registro microfilmado con las partidas de nacimiento de los habitantes de la región. Con un poco de suerte podíamos obtener la información que buscábamos sin necesidad de recurrir a nuestro “pariente” de la sotana, cuya actitud me despertó también algunas interrogantes, aunque claro, todo puede ser casualidad.

Regresamos con Sergio a Pontremoli por el camino más largo, descendiendo por la carretera que por sus curvas cerradas se hacía interminable y peligrosa. Quedamos con una sensación de frustración por no haber visto el registro, pero suma sumarum, creo que llegamos muy cerca del eslabón perdido de mi familia. Pienso como Sergio, que en la región de Lunigiana puede estar la respuesta. Es una cuestión de tiempo conocer de dónde partieron mis bisabuelos Rosa y Doménico. Pero lo más rescatable de este viaje fué que conocí a un cugino con el que compartimos sabrosos platos y no menos deliciosos vinos, hablamos de muchos temas relacionados entre otras cosas con la historia, la literatura y la política. Descubriendo que a pesar de tener un pasado tan diverso y no conocernos, habíamos llegado a conclusiones muy similares en algunos de esos campos. Y eso también es “territorio Lecchini”.
De todas formas todavía está por cumplirse mi deseo de entregarle a mis hijos y nietos el vínculo completo
que los amarre a ese pasado para que puedan seguir transitando el futuro.











martes, 8 de marzo de 2011

La tía Rosa cumple 100 años


La tía Rosa junto a su nieta Mercedes y su bisnieta Ana Clara
El 12 de diciembre pasado (ayer), en la madrugada, respiró por última vez mi tía Rosa. 102 años llegó a cumplir. Todavía lúcida pero tal vez ya algo cansada de vivir tanto se durmió sin estar agobiada por alguna enfermedad que no fuera el tiempo. Que descanses en paz, tía, y que tu bondad nos ayude a todos a ser más tolerantes y comprensivos. Como vos fuiste a lo largo de tu vida.
 
Hoy en el día de la mujer quiero rendirle homenaje a mi tía Rosa que en el próximo mes de julio cumplirá un siglo de vida. Hasta ahora es la más longeva de todos los tíos y tías de mi familia paterna y materna. La conocí de muy chico y por décadas no tuve contacto con ella. Sin embargo sabía por otros parientes de su vida en la ciudad coloniense de Rosario donde se había mudado luego que se casara muy joven. Hace unos siete años me reencontré con ella cuando por primera vez visité Rosario y su casa a las afueras de la ciudad. Allí llegó con su marido como una de las primeras pobladoras de esa zona y nunca cambió de domicilio. Rodeada de campos y una calle sin ningún servicio municipal, ya que incluso hoy día el actual intendente de esa ciudad no ha puesto iluminación en esa calle, crió a sus dos hijos, Freddy y Nelita,  con el amor y dedicación que ya había dedicado a sus hermanos menores cuando niña. Fue la segunda hija después de Ferdinando que nació un año antes en 1910. Y el patriarca Federico, su padre y mi abuelo paterno, heredero de la tradición italiana del honor y la sumisión femenina, decidió que por ser la primera niña de los once hermanos que llegarían después (dos morirían tempranamente) no iría a la escuela para ayudar a su mamá, mi abuela Luisa Margarita, a cuidar los nuevos hijos que irían naciendo en el correr de los años siguientes. Así llegaron Juan José, Maria, Ademar, Nelly, Renée, Santos, Alberico, Julio y Ruben.

No ir a la escuela significó para ella estar relegada a las tareas hogareñas en diversos lugares de la campaña uruguaya, en chacras que el abuelo Federico arrendaba y donde vivirían durantelargos períodos. Años de sacrificio para unos y otros en parcelas de tierras a veces perezosas y reacias a producir lo que se sembraba. Una vida dura, especialmente para los hijos varones que Federico había elegido para que los secundaran en las tareas más rigurosas del campo.
Nunca aprendió a bailar porque el patriarca Federico no consentía que sus hijas fueran a bailar con extraños ya que para él se trataba sólo de un “refriegue”, y no un momento de libertad y diversión para las chicas aburridas o cansadas de esa vida rutinaria en esos campos desiertos. 
Entre sus recuerdos más dolorosos está la muerte de uno de sus hermanos de apenas seis años de edad, que vio morir prácticamente en sus brazos. Un dolor que todavía le atenaza el alma cuando se toca el tema, nos dijo. Rosa finalmente se liberó de esa carga injusta a la que la sometió su padre a través del matrimonio, aunque esta nueva vida tampoco estuvo falta de sacrificios y momentos penosos. Sin embargo ha sobrevivido a todos y a todas esas pruebas. Sus ojos celestes aun conservan la picardía y la viveza de una anciana que se sobrepuso a todas las dificultades que la vida le puso por delante; su memoria a pesar de las lagunas, sigue siendo admiración de todos por los detalles que recuerda y que nosotros hemos olvidado. La tía Rosa llega a cumplir los 100 años con un optimismo envidiable. Porque aunque no fue a la escuela me cuenta Mercedes su nieta,  Rosa fue una autodidacta y casi solita aprendió a leer y escribir con el empecinamiento e inteligencia que la caracterizaba, lo que le dió la oportunidad más tarde de estudiar un curso de corte y confección y se convirtió en una modista que cosía ropa para los que en aquélla época preferían ir a la modista en vez de comprarse los vestidos de confección. Y en la casa todavía adorna el salón la máquina Singer con la que durante largas horas transformaba las telas informes en bonitas prendas especialmente para las damas y niños de la ciudad.

Actualmente vive en un hogar de ancianos muy cerca de su casa. Allí trata de caminar todo lo que puede ayudada por un andador. Con una voluntad de hierro se impone esos pasitos todos los días que le impiden anclarse al sillón donde la mayoría de los otros ancianos terminan sus días.
Cuando le pregunté si tenía muchos amigos en el hogar de ancianos me dijo sarcásticamente que no, ya que todos son unas viejas y viejos “carcamanes” amargados y con miedo a la muerte. Al despedirnos su mensaje no fue “tal vez esta sea la ultima vez que nos veamos” sino que esperaba vernos pronto y lamentaba que no pudiéramos venir a festejar su cumpleaños. Tía Rosa, gracias por darnos una lección de vida, y espero que celebres tu cumpleaños número 100 rodeada de toda esa familia que tanto te quiere y a los que tanto has amado durante estas largas décadas. A la fortuna, a pesar de ser esquiva y no sonreírte a menudo, tuviste el coraje de ganarle la pulseada aún cuando todas las apuestas estaban en tu contra.  Salud tía!

lunes, 17 de mayo de 2010

Lucas nació a la 1:47 de hoy

Lucas es madrugador. Sole lo trajo al mundo esta madrugada sin complicaciones, así que a esta hora que escribo este nuevo texto ( 8:00 de la mañana) seguramente ya pegó sus primeros berridos y saboreó la leche de su madre.
Este es el segundo nieto. Eliot nació hace ya más de cinco años, así que otro varón se incorpora a la familia. Ulf, a quien llamamos Uffe, está contento y orgulloso de haber sido también él partícipe de que Lucas haya sido concebido. Es una felicidad ver como nuestros hijos comienzan a darnos la alegría de los nietos. Y recién empezamos, así que pronto tendremos un equipo para jugar al fútbol en el parque. No tendré más remedio que seguir entrenando.

miércoles, 12 de mayo de 2010

La boda y el puente


El sábado 8 de mayo mi hija Paula y Markus celebraron su boda, planificada con mucho detalle desde hacía un tiempo. Pero la misma tuvo sus momentos dramáticos antes de empezar la misma ceremonia. El tiempo, es decir la lluvia y el frío de ese día, tampoco ayudaban mucho a pensar en fotos donde los novios sonreían de cara al sol.



Pero el verdadero dramatismo comenzó cuando una parte de la comitiva estaba por cruzar uno de los puentes que llevan a Drottningholm. Por allí estábamos obligados a pasar para arribar a la iglesia de Lovö, una vieja iglesia de piedra del siglo XIII.

Estábamos apenas a unos pocos cientos de metros del puente cuando una larga cola de vehículos nos detuvo. Un accidente? eso era lo que pensábamos. Pasaban los minutos y nada ocurría. Al fin llegó la noticia que el puente que había sido abierto para que pasaran algunos yates y lanchas no podía volver a cerrarse. Algo fallaba en el mecanismo, así que no había garantías cuándo se podría cerrar de nuevo.



Como nada pasaba y los pronósticos eran que podía demorar hasta dos horas más el arreglo de la avería, parecía que estaba echada la suerte de Paula y Markus. Ese día no se casarían.



De pronto hubo sin embargo un luz en el túnel (puente): se podía pasar a pie. Así que la novia, el novio y su cortejo, que eran en realidad dos amigos, caminaron los 200 metros de puente bajo la lluvia hasta un coche que los estaba esperando al otro lado. La gente que los veía sacaba sus celulares para fotografiar aquélla exótica comitiva vestidos para una boda, que bajo la lluvia apuraban el paso para llegar cuanto antes.

De pronto, antes que llegaran al auto que los esperaba más lejos, una mujer que se encontraba en su coche les preguntó hasta dónde iban y les ofreció llevarlos hasta la iglesia. Un ángel caído del cielo? Bueno, alguien con buena voluntad. De esa forma pudieron llegar a la iglesia sin haberse empapado. Los otros invitados llegamos de la misma manera, aunque algunos que estaban atrasados, pasaron con sus coches porque el problema se solucionó antes de lo anunciado.



De todas formas la ceremonia comenzó casi una hora y media más tarde, ya que la pastora de la iglesia tuvo la buena voluntad y comprensión de esperar, y la suerte era que no había otra boda en camino. El ritual fue muy lindo, la primera vez que lo vivo en una iglesia, y aunque no soy creyente, no pude dejar de emocionarme con las canciones que un amigo de Markus interpretó y la solemnidad de la ceremonia y la felicidad de los novios.



La fiesta a continuación en una antigua villa de un viejo magnate del tabaco y del snus, ahora propiedad de la comuna, fue impecable. Desde la comida hasta los discursos pronunciados hasta la música para bailar estuvieron a tono con lo que nos esperábamos los invitados.

Algo para agradecer a los novios que se esforzaron por organizar hasta los últimos detalles de una boda que a pesar del puente, logró concretarse salvando todos los obstáculos.

Felicidad a los novios!




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