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miércoles, 11 de abril de 2012

La violencia en el fútbol pan nuestro de cada partido

En esta semana se inició el campeonato sueco de fútbol. Suecia no se ha salvado de que sus estadios sean sacudidos por la violencia en el pasado, protagonizada por las llamadas barras bravas o hooligans que ponen en jaque al resto del público, a las autoridades de los clubes, a la policía y al prestigio de Suecia como país pacífico con una población tolerante. Ese resplandeciente sello queda desflecado por esos núcleos de hinchas que hacen de la violencia un modo de vida.

Del boliche después de unas cuantas cervezas entre pecho y espalda, marchan a un lugar solitario para enfrentarse a otra barra brava , en una pelea a puñetazos en el mejor de los casos, para ir calentando los motores antes del partido. Luego, con algún ojo amoratado o la nariz hinchada, el grupo de individuos invade su tribuna favorita, despliega sus banderas y carteles, y comienza a desafiar a todos los que no vistan los colores del equipo. Insultos, algún que otro objeto volador contra los otros hinchas, puteadas al árbitro, y si el arquero rival está justo delante de la tribuna, un acoso constante para hacerle perder los nervios. A propósito de esto, en un partido entre dos rivales clásicos de la capital sueca, presencié un hecho repudiable. Uno de los arqueros era moreno y la hinchada rival lo primero que hizo fue arrojarle kilos de bananas a su alrededor. Algo humillante que el guardameta simuló ignorar, lo que enfureció más a la jauría que aúllaba insultos de toda clase.

Observar ese escenario es deprimente, ya que se trata de muchachos jóvenes que encuentran su seguridad y vida social en un medio que termina por aplastarlos a ellos mismos sino se van a tiempo de las filas de los patoteros munidos de camisetas del club que en realidad no defienden, sino que le hacen un daño total y le crean una imagen de patoterismo difícil de borrar. Los deportistas más populares no se merecen que estos tipos lleven sus nombres en las camisetas con las que se pavonean, pensando que ellos mismos son la panacea del fútbol con sólo ponérsela todos los días. Estas barras bravas reciben nombres que buscan atemorizar a los rivales. En el plano internacional tenemos a  barras bravas como las del Chelsea, Headhunters, Real Madrid: Ultras sur, Lazio Irriducibili, AS Roma, The boys, todas ellas vinculadas además a organizaciones de ultraderecha.

Después de muchas idas y venidas hay una serie de propuestas concretas para tratar de cerrarles el paso a los estadios a los integrantes de esas barras bravas. Entre otras se propone crear un registro nacional con los nombres de los patoteros identificados. Prohibición de concurrir a los estadios por un tiempo determinado, máximo tres años, según el grado de participación en hechos violentos o de otro tipo. Más cámaras para identificar a los violentos, entre otras medidas.

Los clubes más grandes y con más socios que se han convertido en sociedades anónimas, pagan actualmente por la custodia policial a los estadios, por los destrozos en caso que los haya y otras facturas más como consecuencia del accionar de los violentos. La propuesta es ahora que ese gasto corra a cuenta de los contribuyentes, algo que es resistido por una buena parte de las organizaciones sociales y partidos políticos que desean no tocar el actual sistema, o sea que sean los clubes mismos los que  corran con los gastos que provocan estas barras bravas. El Reino Unido estuvo azotado por estos hooligans durante las décadas de los 70 y 80 hasta que las autoridades lograron poner freno a la violencia entre ellos. El fin de la estupidez de estos chicos cuya testosterona le sale por las orejas y cuyas células grises no están bien conectadas, puede lograrse si ciertas medidas son tomadas con inteligencia por las autoridades, y no con la represión policial violenta que genera más violencia. Por eso son muchos los que le dan la bienvenida a una iniciativa que hace ya tiempo debió estar sobre el tapete. Así las familias pueden ir al estado con sus hijos... y yo con mis nietos.

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