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sábado, 4 de mayo de 2013

Los indiferentes y la mala conciencia

Hay anécdotas que hablan claramente por sí solas de la idiosincrasia de los habitantes de un país, en este caso Suecia. Se trata de la historia de un inmigrante rumano, Marius, que cuenta su experiencia a una reportera del diario Dagens Nyheter. Su pasado antes de llegar a Escandinavia había estado teñido por la dura escuela rumana del entonces presidente Nicolae Ceausescu, en un orfanato donde los chicos eran formados y educados para ser fieles al régimen y a su líder. Cuando se produjo el derrumbamiento de la Unión Soviética en 1989, acompañada por las otras repúblicas socialistas, entre ellas Rumania y Ceausescu fusilado, esos orfanatos fueron cerrados y Marius fue a parar a la calle. Pero tuvo la oportunidad de iniciar estudios y con los años llegó a sacar un título de ingeniero civil, con el que llegó a Suecia cuando lo acorraló una vez más la pobreza y el desempleo en su país. Se sentía atraído por el modelo sueco de sociedad. Pero pronto comprobaría que la gente lo ignoraba.


Suecia no lo recibió con los brazos abiertos. Como la mayoría de los inmigrantes sin carta de presentación ni contactos, deambuló por las calles golpeando puertas que nadie quería abrir. Buscó trabajo durante dos años y apenas podía sobrevivir con las tareas a las que podía acceder trabajando en negro, pero principalmente juntando latas de bebidas que la gente deja en los cestos de basura. Como no tenía suficientes ingresos se construyó una vivienda clandestina, una carpa escondida en un bosque donde podía refugiarse de las inclemencias del tiempo. Sin papeles y con la indiferencia marcada por la desconfianza que el ciudadano medio de este país suele tener contra el extranjero que no habla el idioma y en su caso apenas inglés, además de vivir en la miseria más absoluta, Marius estaba marcado a esfumarse lentamente de esta vida y de este país. Dentro del sistema todos los beneficios que todavía quedan del antiguo estado de bienestar. Fuera de él, nada.

Sin embargo una reportera y un fotógrafo se le cruzaron en el camino y quisieron documentar su vida. Luego la contaron prolijamente en el periódico y la misma se coló por el buzón de los suscriptores del periódico. Y allí se produjo el milagro. Los que ni siquiera lo miraban cuando juntaba latas en las estaciones del metro, vieron al ser humano y el relato de su vida. Y de ser un marginado se convirtió de pronto en el centro de la atención de muchas personas que le ofrecieron casa, comida y un trabajo. Sí, al fin pudo trabajar dignamente haciendo entre otras tareas la de jardinero en las villas de los que hasta entonces eran indiferentes cuando golpeaba sus puertas buscando hacer alguna reparación u otra tarea práctica. Al fin consiguió lo que buscaba. Lograr lo que la mayoría de los seres humanos aspiran. Respeto, valoración a su trabajo y conseguir los bienes materiales que le permitan una vida digna. Un trabajo lo espera en una comuna sueca, posibilidad de aprender el idioma y una vivienda. Tuvo suerte cuando en su destino se le cruzó una reportera que contó su historia. Y todavía quedan quedan miles de historias de otros Marius por descubrir y contar.

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