Esteban estaba confundido y un poco amargado. La había buscado entre las viejas copias de fotos reproducidas en papel fotográfico pero no la podía encontrar. Tito, su padre, le había dicho que en alguna caja de zapatos estaría guardada. Él tampoco lo recordaba ya que habían pasado muchos años desde la última vez que había visto aquellas viejas fotos de la juventud de su padre. Ahora que el “viejo” había muerto, Esteban quería recuperar esos trozos de la vida de su progenitor. Y eran muchos los que estaban plasmados en los rollos de celuloide AGFA. “No me filmes” le decía Tito, y ante la pregunta de porqué, él respondía “que las secuencias de un film no podían compararse con la magia de una fotografía bien sacada, con su autenticidad y cercanía. Y si es en blanco y negro mejor que mejor” -afirmaba su padre.
- ¿Qué buscas Esteban entre esos cacharros? - preguntó Claudia, su madre, preocupada por tanto alboroto y el desorden que iba quedando en aquél viejo y enorme armario donde se guardaban los objetos que ya habían salido de uso y circulación en la casa. Ella tenía todo ordenado, y repetía a su hijo, en cada oportunidad que se presentaba, que de lo contrario no podrían encontrar las cosas allí guardadas en caso de necesitarlas.
- Busco la foto del equipo de fútbol de papi cuando salieron campeones de su serie. El jugaba como centrodelantero y quiero recordarlo como era en ese tiempo - respondió Esteban.
Recuerdo que hacía muchos goles - agregó orgulloso.
- De verdad que no sé. Él guardaba esas fotografías, medallas, copas en cajas de cartón. Ya no quería verlas porque le causaban mucha pena ver lo jóvenes y fuertes que eran entonces, y lo jodido que estaba a los setenta años - dijo la madre pensativa con un dejo de ironía.
Esteban no hizo caso al tono irónico de su madre ni a la regañina en cuanto al desorden, y siguió abriendo cajas y vetustas valijas amontonadas en el viejo armario. Recordó que cuando era niño su padre lo llevaba a los partidos de fútbol cuando jugaba en el equipo denominado Los Internacionalistas, nombre que él no comprendía muy bien de porqué al equipo le habían puesto ese nombre tan feo. Su padre le explicó que el equipo se destacaba en realidad no tanto por su buen estilo de juego, sino por llevar un nombre cargado de sentido político y solidario. A Esteban le costaba comprender que tenía que ver aquello con el fútbol, pero fuera del nombre extraño, en su interior añoraba aquellos tiempos en que compartía con el viejo los ratos alegres en aquella cancha de fútbol que parecía más un potrero que un lugar donde patear la pelota. Envuelto estaba en esos pensamientos cuando en una caja de lata de color verde descubrió lo que buscaba. Allí estaba su padre junto a sus compañeros, la mirada concentrada en un rostro serio como si estuviera por jugar la final de la Copa del Mundo. Pero la foto estaba cortada en varios pedazos.
- ¿¡Qué!? ¿Mamá qué es esto? La foto está toda cortada en pedazos -se lamentó.
Claudia guardó silencio. Esteban siguió mirando pensativo la foto dañada que de todas formas él pensaba ya que los trozos se podían volver pegar como si fuera un rompecabezas. Evitó preguntar quién la había cortado así, pero supuso que no podía haber sido otra que su madre. Entonces para evitar el tema y no agobiar a Claudia con la foto rota, le contó una costumbre que tenía su padre.
- ¿Sabés mamá que papi tenía la manía de persignarse al entrar a la cancha a pesar de que era ateo?
- No tenía la menor idea que hacía eso. ¿Te dijo porqué? -se extrañó su madre.
- Sí, por cábala, me dijo.
- No me lo puedo creer. Pero conociendo a tu padre nada es imposible. Le encantaba romper con los códigos. Si hubiera sido católico capaz que no se persignaba. Y ahora que tenés la foto rota ¿que pensás hacer con ella? - preguntó Claudia entre curiosa y con una pizca de culpa.
- La voy a pegar, enmarcar y proteger contra el agua de la lluvia. Y luego la voy a colocar en la lápida de la tumba donde descansa papá. La coloco junto a la foto suya y completamos su deseo: descansar junto a los amigos más íntimos con los que disputó tantas "batallas" como él decía.
- Pues no lo voy a permitir -dijo Claudia tajante .
- ¿Y porqué no?
- La mayoría de esos amigotes eran uno borrachos que hacían solo una pausa entre borrachera y borrachera para jugar al fútbol. No los quiero allí.
- Pero era el deseo del viejo. No lo podés impedir. ¡Mamá! Me lo pidió antes de morir.
- Claro que puedo. Pago la cuota del cementerio y le llevo flores todos los meses. Tengo derecho a decidir
- No entiendo - repetía asombrado Esteban.
- Te has olvidado hijo. Pero varios de esos atorrantes venían a casa a comer y tomar, y yo era quien tenía que atenderlos, aguantar sus groserías, y sonreír por sus bromas. Luego caía en la cama agotada. Vos no te dabas cuenta, pero esos desgraciados me hacían sudar la gota gorda con el beneplácito de tu padre que trataba de justificarlos todo el tiempo.
- Ah! Bueno, eso es distinto, claro. Pero entonces fuiste vos que la cortó en pedazos.
- Sí, por pura rabia. Además le quedaron debiendo un montón de guita. "Mañana te lo devuelvo" decían los muy hipócritas y nunca más veía un centavo. Los odio porque tu padre no me escuchaba cuando le decía que se estaban burlando de su ingenuidad.
- Pobre viejo, y yo que creía que tenía buenos amigos - dijo Esteban compungido.
- Bueno, él también creía eso, pero eran unos sinvergüenzas. ¡Todos! - martilló la madre implacable.
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