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jueves, 21 de noviembre de 2019

El Guasón. Una carcajada que duele



Pasó un tiempo antes de que me hiciera la oportunidad de ir ver la película de Todd Phillips,
renombrada y con un escandaloso éxito taquillero. Sin Batman ni Robin, sólo con el Guasón como  protagonista, ya anunciaba algo distinto a lo que nos tiene acostumbrados la sombra del murciélago justiciero y la industria cinematográfica norteamericana. Arthur Fleck (Joaquín Phoenix) es un payaso con poco éxito, que sueña con ser comediante y en sus momentos más felices ensaya una danza torpe pero liberadora. Phoenix es brillante en su interpretación del Guasón, un personaje que  rompe todos los moldes, y nos enfrenta a un destino de hombre maldecido desde el primer instante en que nació.

Phillips diseñó un largometraje de esos que desde el comienzo a fin no te sueltan las neuronas ni los sentimientos, atrapado en la butaca ves como la Ciudad Gótica y sus protagonistas marchan hacia un final ineludible con el que suelen terminar todas las sociedades donde la injusticia y la opresión es un quiste  cancerígeno que se devora a sus propias criaturas. Pega fuerte decirlo así, pero es ineludible ver cómo los crímenes del Guasón, en defensa propia ante el desprecio, la manipulación, la búsqueda de la fama a su costa, la violencia ejercida contra suyo, y las mentiras maternas originadas en la demencia, lo van hundiendo y transformando en ese mundo donde pretende sobrevivir decentemente. 

En su estado anímico, la famosa carcajada no es una burla, es una irrefrenable reacción al estrés y nerviosismo al que lo expone el entorno humano, y cuyo origen está en las condiciones en que fue tratado en su infancia, donde la madre drogadicta y con problemas mentales, lo sumergió en un mundo de maltrato y abusos. No, Guasón no es un película para seres hipersensibles, porque es cruel con el protagonista que sin quererlo, de pronto se convierte en medio de esa Ciudad Gótica desquiciada, en una suerte de héroe, en un héroe al estilo de V de Venganza, pero sin proponérselo, sólo siendo testigo de que miles de personas incendian una ciudad enfurecidas por la corrupción, las injusticias y la hipocresía en la que se funda el poder de las élites. Suena a materia conocida cuando vemos lo que pasa actualmente en Santiago, Quito, Cochabamba, y tantas otras ciudades conmovidas e incendiadas por las protestas contra sistemas que han llevado al límite la paciencia y cordura de sus habitantes. La reacción es una lucha feroz, anárquica y violenta que amenaza con dar por tierra ese inocuo sistema que absorbe y destroza a sus habitantes que buscan justicia y más democracia.

En algún momento todos hemos sido Guasón, me dijo una amiga. Sin dudas todos pasamos por el túnel de una existencia que te pone a prueba, y con suerte emerges gracias a tu propia fortaleza y el apoyo de quienes te rodean y quieren tu bien. Guasón no tuvo esa suerte, ni siquiera su carcajada lo ayudaba, aunque no era maligna, como generalmente podemos interpretarla, sino una señal de la frágil salud mental de la que era prisionero.  En definitiva Arthur Fleck sólo buscaba la verdad para sentir que la misma podía llevarlo a sentir que verdaderamente existía, que no era un miserable espectro que nadie veía ni amaba. Y en ese rompecabezas que trataba de armar, el padre ausente era una herida abierta, una búsqueda frustrante, una figura que se escapaba entre las fantasías de su madre y los documentos de un hospital psiquiátrico reveladores de una verdad… manipulada? 
Allí termina finalmente resonando la carcajada del Guasón, la carcajada que duele de un espectro sobre una huella de sangre.


1 comentario:

  1. Excelente tu crónica con lujo de detalles y paralelismos muy acertados.

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