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viernes, 15 de enero de 2021

El apagón del Sabalero

 

Con José Carbajal en Växjö 




















Revisando viejos archivos de artículos escritos hace ya muchos años, encontré este del Sabalero cuando visitó la ciudad de Växsjö, donde muchos refugiados uruguayos y de otras naciones latinoamericanas se habían radicado. Por su interés cultural y la figura de este cantautor de los pagos de Juan Lacaze, Colonia, me pareció de interés volver a reproducirlo en mi blog. Fue escrito para Brecha en 2003.

El encuentro tenía que ser  a la tarde en el centro de Växjö, en una plaza, y para mayor seguridad, vecina a la tienda de venta de bebidas alcohólicas de la ciudad, llamada Systembolaget, cosa de no perderse ante las posibilidades de tanta bebida espirituosa. Sin embargo los encargados de guiarlo, José y Álvaro, decidieron buscarme en otro lugar no muy lejos de allí, en el local de El Diario Parlante (Taltidningen), porque suponían que todavía estaba allí en compañía de Ana María Silva, una amiga ciega que trabaja en ese periódico para no-videntes. 


Bueno, yo sin embargo seguía sentado en el banco de la plaza aprovechando los últimos rayos del sol de un día de otoño que empezaba a cubrirse de grises. De pronto aparecieron los cuatro guiados por Ana María. Con su bastón de ciega ella los guiaba hacia el lugar convenido, alegre de que los roles se hubiesen cambiado. No pudimos dejar de reírnos, porque a esa situación se le agregaba además otra: un apagón de luz de dimensiones apocalípticas que había paralizado todo el sur de Suecia, obligando a suspender los servicios públicos de toda índole y paralizando el comercio de la ciudad. El Sabalero se lo tomó con soda, alejando toda sospecha de que fuese su presencia la causa del apagón, aunque no dejó de recordar que muchos años antes la policía noruega lo había expulsado del país apenas había llegado, pues algo trágico había ocurrido con un miembro del IRA refugiado en Noruega. Las invitaciones oficiales de la TV noruega no sirvieron de nada para que pudiera entrar al país, recordaba.

 

La gente en Växjö se agolpaba en la calle desorientada ante la confusión, ya que el único que mantenía su servicio ambulante era el vendedor de panchos, korvgubben, que con su garrafa de gas se sentía en ese momento superior a todos allí en la peatonal de la Calle Mayor, Storgatan. Nosotros decidimos sentarnos en el único café abierto en el lugar para hacer la entrevista, el viejo cine Palladium convertido en cafetería y sala de conferencias.

Luego de los comentarios de rigor por el apagón y la fragilidad de nuestra sociedad moderna, basada en el consumo de energía eléctrica para realizar la mayor parte de nuestras actividades, empezamos con El Sabalero a despuntar recuerdos del pueblo chico. Juan Lacaze y sus fábricas textil y papelera, la niñez feliz junto a padres trabajadores y bonachones, los hermanos, la escuela y los amigos. Tardecitas en la playa donde jugaban a los trompos o a la bolita, mientras los sabaleros recogían las redes llenas de sábalos que vendían luego en la ciudad o en pueblos vecinos. 

Una niñez que le ilumina la mirada tras los párpados entrecerrados sobre los ojos algo achinados que es una parte característica de su fisonomía, lo mismo que el pelo largo y negro como alas de cuervo, a pesar de los sesenta casi cumplidos, y el también negro bigote de charro mexicano que cae a ambos lados de la boca y que se alisa a menudo con su mano. 

- Te teñís las mechas, Saba?, tenía ganas de preguntarle, pero me muerdo la lengua porque la pregunta traspasa un límite que siempre cuido de no violar: la integridad y la confianza de la persona que me ofrece su tiempo y su compañía. Tal vez se hubiese reído y contado una anécdota, pero a lo mejor algo se rompía en ese momento y la atmósfera lograda se deshojaba como los árboles de la calle sacudidos por el viento. 

Sí, El Sabalero no pierde su fisonomía de artista bohemio y travieso, con anécdotas que surgen como conejos del sombrero de un prestigitador. Así son sus conciertos, una escena donde se mueve con la precisión de un artista de teatro más que de un trovador abrazado a su guitarra, improvisando en el marco de una estructura que probablemente nunca terminará de construir, gracias a su necesidad de no repetirse. Cuentamusa es la obra de un narrador que aprendió a rasguear la guitarra con algunas dificultades, como lo confiesa, en aquéllos años de su juventud junto a amigos parranderos en el rancho de Macario, acompañando esa su voz curada en caña, mate y torta fritas, pero que sigue cautivando a las viejas y nuevas generaciones con aquélla inolvidables Chiquilladas, La Sencillita (Villa Pancha) o Yacumenza. Sin embargo ha sabido renovarse incorporando a su repertorio nuevas canciones, propias y ajenas, abrazando diversos estilos, en esa búsqueda del caminante insaciable de renovar y renovarse, de catar en otras copas los vinos que otros poetas han servido con tanta inspiración. 

A Suecia hace veinteitrés años que no venía. Creía que los latinos nos habíamos “borrado” de este país, o bien porque habíamos regresado a nuestras patrias de origen, o bien porque España nos había atraído como un imán luego de que el momento de la jubilación comenzó a llegarle a los más veteranos en un sobre marrón de la Caja de Seguros del Estado. Pero la memoria es testaruda, y con la ayuda de los que ofrecen su tiempo y energías en organizar la pequeña gira del Sabalero, retoma un camino casi olvidado. Växjö, Lund, Estocolmo son las perlas de un collar que probablemente seguirá hilvanando en el futuro cuando otros lo “descubran” al enterarse de que pasó por aquí en ancas de un apagón. 

El Sabalero podrá engancharnos de nuevo como lo hacía cuando canturreábamos en las plazas o en los boliches “Pantalón cortito, bolsita de los recuerdos...” o “Sentados al cordón de la vereda, bajo la sombra de un árbol bonachón...” compenetrados en ese mensaje simple y directo que tiene la fuerza de un huracán cuando es compartido por tantas gargantas... y ronroneadas por su voz algo desflecada por tantas aguardientes (ahora tomo solo pomelo, afirma humildemente), pero con la magia de lo que es auténtico del barrio Las Casillas, allí donde todavía juega a los trompos o remonta cometas otro botija (otro José María?) que sueña mirando al río ancho como mar. 

Setiembre de 2003 

Alberico Lecchini

Periodista de Radio Suecia Internacional
y del semanario uruguayo Brecha


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