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jueves, 7 de abril de 2022

Las arenas movedizas ucranianas

Entramos por desgracia en la séptima semana de la Operación Especial rusa en Ucrania, una guerra que no es otra cosa que una nueva desgracia para el pueblo ucraniano sacrificado en aras de una reivindicación territorial, cultural y étnica que huele a excusa desde lejos. Invadir un país soberano era casi materia exclusiva de EEUU, pero a medida que los gobiernos que en base a su poder económico y militar elevan las miras y su ambición imperial, ponen toda su atención en ese otro aparentemente más vulnerable lo que hace pensar que su suerte parece estar echada. Aunque conocemos experiencias donde los invasores finalmente han salido con la cola entre las patas. Vietnam y Afganistán son solo dos ejemplos muy claros de que no alcanza con un poderoso ejército y toneladas de armas.

Rusia se metió de cabeza en las arenas movedizas ucranianas creyendo que convencería a su propia población de que era una guerra justa contra los nazis opresores de sus congéneres de habla rusa y las ambiciones de la OTAN de incorporar a Ucrania bajo su esfera. No son muchos los que niegan que Putin y sus generales tuvieran razón en cuanto a las pretensiones de la OTAN de expandirse un poco más hacia oriente, pero la guerra no era una buena receta para evitarlo. Los hechos lo demuestran cada día de estas siete semanas transcurridas con los miles de muertos en ambos bandos y la destrucción de ciudades y pueblos, infraestructura y más de cuatro millones de refugiados, y muchos millones más de desplazados.  No es una operación especial clínica. Ninguna guerra lo es. Y en esas arenas movedizas el ejército ruso es víctima de una estrategia basada en largas columnas de blindados que se pasean por las carreteras como
conejos en un Tívoli para que los ucranianos hagan 
blanco con las modernas armas antitanques cargadas al hombro, más baratas que los blindados pero más eficaces, o los drones que vigilan desde el aire, o la variedad de misiles tierra-aire que vigilan el espacio aéreo. Es cierto, los rusos tienen también muchos misiles cargados en los lanzacohetes, apodados los órganos de Stalin en la 2a GM, y otros más refinados que llueven sobre los sitios que desean destruir, con la diferencia que ya no sólo caen sobre objetivos militares sino también civiles. 


La Unión Europea, Gran Bretaña y EEUU unidos más que nunca en una estrategia que el propio Putin les puso en bandeja, han tenido la oportunidad de probar cuan fuerte era su unidad, y sin dudas, la tecnología bélica que están convirtiendo en chatarra a los tanques rusos.  Son juguetes mortales puestos a prueba en el frente ucraniano y una comprobación de su eficacia en caso de que la guerra se extienda, algo tal vez improbable pensando en que Rusia no solo sufre daños importantes en el frente de batalla, sino en su economía afectada seriamente por las crecientes sanciones a la que está sometida por los países occidentales. La guerra mediática y psicológica tampoco le es favorable a los rusos según muestran las imágenes que invaden las pantallas de la TV y la de los dispositivos celulares cuyos dueños frecuentan las redes sociales. Porque esa guerra también la pierden los rusos en Occidente. La pregunta es hasta cuando su versión de la guerra y sus motivos podrá sostenerse para los propios rusos…


¿Sobrevivirá Putin y los oligarcas que lo apañan a una victoria pírrica en el mejor de los casos? Cuando los intereses económicos de los más poderosos comienzan a agrietarse y los resultados son magros en el frente, el murmullo de la protesta del pueblo contra una guerra que se hace cada vez más incomprensible por el costo en vidas humanas y el bienestar propio del pueblo, ese murmullo se vuelve un grito, un alarido de madres y padres cuyos hijos se esfumaron por el calor de las explosiones. Y de los oligarcas que pierden miles de millones de dólares cada día que pasa.


¿Habrá ganadores y perdedores en esta nueva guerra? ¿Como la que llevan Arabia Saudí y su aliados en Yemen? ¿O la del gobierno etíope contra la provincia de Tigray? Sí, los hay. Los perdedores son las sociedades civiles de esos pueblos, muchos al borde de una catástrofe sanitaria y humanitaria que se repite como un eco de las tragedias anteriores que llevaron a los crematorios a millones de judíos y otras minorías en la Alemania nazi, el Gulag estalinista, el colonialismo despiadado y feroz en África, Asia y América Latina. 


Inevitablemente tropezamos con la misma roca porque el karma del poder y la opulencia de los poderosos van de la mano en un mundo cada vez más dominado por esos grupos llámense oligarcas, autócratas, plutócratas, o simplemente dictadores. Incluso cuando se disfrazan de demócratas (Gracias Grecia por regalarnos tantos conceptos y contenidos) se ufanan en darle al rico más de lo mismo a costa de una buena parte de la población condenada a la miseria generación tras generación reproduciendo aquello de que no hay mal que por bien no venga. ¿O era al revés?

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