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martes, 11 de junio de 2024

Pte. Luis Lacalle, protagonista en un cuento de Mario Arregui.

 En estos días la imagen del presidente uruguayo Luis Lacalle ha estado presente en todos los medios de prensa de Uruguay, al conocerse a través de la publicación del libro de Lucas Silva, El caso Astesiano, donde se revela que el presidente conocía y presuntamente avalaba el espionaje al líder sindical Marcelo Abdala, presidente de la central sindical más importante del país, PIT-CNT. Todo se inició con motivo de un incidente de tráfico, ocurrido en una calle de la capital, Montevideo. Abdala, en estado de ebriedad, había chocado con otros vehículos estacionados junto a la acera, y al perder el control de su auto produjo el accidente. Si bien no hubo que lamentar víctimas, este episodio tuvo consecuencias para Abdala, quien fue procesado y condenado a realizar quince días de trabajo comunitario. Lo del cuento de Mario Arregui lo contaré al final de este artículo.


Este triste episodio, protagonizado por Abdala, fue el motivo por el que Alejandro Astesiano, exjefe de la guardia personal del presidente Lacalle, e instalado en el cuarto piso de la Torre Ejecutiva, se involucró para investigar, con la colaboración de la policía antinarcóticos y otros funcionarios del Ministerio del Interior, los detalles del accidente . Astesiano quería conocer los momentos antes de producirse el choque de Abdala, investigando los movimientos del sindicalista a través de las cámaras de vigilancia instaladas en los lugares públicos, y la vigilancia del local comercial donde había entrado Abdala a comprar algún producto que desconocían. Astesiano sospechaba que ese local podía ser una boca de venta de drogas y, probablemente, si esto era así, el sindicalista podía haber comprado algún tipo de estupefaciente. Una vez puesto en marcha el plan de vigilancia, con la colaboración de los funcionarios policiales, Astesiano informó al presidente de lo que se estaba investigando, a lo que Lacalle respondió con un ”Perfecto”, dando así, presuntamente, luz verde a que se investigara a Abdala, sobre todo si había consumido drogas, lo que de ser positivo, significaría su "muerte sindical" y pública, un golpe fulminante a las reivindicaciones del PIT-CNT, sobre todo con la campaña contra la nueva ley de la Seguridad Social. ”Hay que matarlo” —decía Astesiano, fiel su presidente y al partido Nacional, ignorando lo que pasaría más tarde cuando, por otros delitos relacionados con la venta de pasaportes uruguayos truchos a ciudadanos rusos, fue condenado a cuatro años de cárcel.


Los datos de las conversaciones entre Astesiano y el presidente Lacalle fueron develados en el contenido de los chats contenidos en el teléfono del exjefe de seguridad , que intercambiaba con el presidente Lacalle en aquellos momentos, y que actualmente  investiga la fiscalía. El periodista Lucas Silva recibió de una fuente desconocida no revelada, por supuesto, ese material, parcialmente extraído del celular de Astesiano que, curiosamente, la fiscal Gabriela Fossati, que investigaba el caso,  no le prestó atención o había pasado por alto, conscientemente, para no implicar a Lacalle en su investigación. Pero al producirse su renuncia a la fiscalía, y pasar el caso a la nueva fiscal, Sabrina Flores, esta decidió hacer una nueva pericia del celular de Astesiano, para conocer si había más elementos que implicaran en nuevos delitos al exjefe de seguridad y presuntamente al presidente en el caso Abdala,  realizado a espaldas de toda la jurisprudencia y la constitución.


No sabemos por ahora cómo seguirá esta investigación, pero al conocerse los detalles del diálogo entre Astesiano y Lacalle a través de una captura de pantalla, el presidente, en vez de pedir disculpas y reconocer su error, hizo a lo que tiene acostumbrados a los uruguayos. Salir corriendo hacia adelante, como si fuera víctima de una conspiración,  y negar que hizo algo mal. ”Si conocen que hice algo ilegal, que me lleven a la justicia” repite desafiante ante las cámaras y micrófonos. Sabe que nadie puede hacerlo mientras tenga la inmunidad de su cargo de presidente y no haya un juicio político de por medio, donde las dos terceras partes del parlamento lo encuentre responsable de esa presunta ilegalidad, algo que matemáticamente parece imposible, ya que sus aliados no respaldarían ese juicio político.. Moralmente deja mucho que desear su conducta, porque no es la primera vez que busca excusarse por expresiones y respaldos a políticos de su partido Nacional, acusados de corrupción, que muestran la fragilidad y su falta de valores y principios ante hechos que empañan su gestión al frente del gobierno del país. 


En esa fuga hacia adelante de las responsabilidades que debería asumir, perseguido por la prensa y por la oposición, me hizo acordar a uno de los maravillosos cuentos de mi coterráneo, el escritor  Mario Arregui,  donde cuenta las andanzas de Claudio González, una hombre de muchos oficios y habitante de Trinidad. Don Claudio,  como todos lo conocían, era un personaje que contaba historias en las reuniones de amigos y familiares, como era la costumbre en aquellos tiempos de comienzos del siglo pasado, donde las historias bien narradas, por más que fueran fruto de la imaginación y el desparpajo,  atrapaban a quienes querían escucharlas. El cuento de Mario Arregui, sitúa a Don Claudio, montado en su caballo y a la vista de una tormenta ”machaza”, prometiendo un diluvio universal. Entonces, el jinete decide huir de aquella nueva amenaza (ya había huido de una partida de blancos saravistas que buscaban matarlo por ser del partido Colorado, y de los indios que también tenían intenciones de quitarle la respiración). Así que, espoleando su caballo, que era una luz por la pradera, inició un galope infernal. Reproduzco, pero no literalmente, el relato del cuento, sino la esencia del mismo: ”Ibamos galopando tan rápido que las patas delanteras de mi caballo levantaban polvareda y las patas traseras levantaban barro, de tan rápido que galopaba. Si señor! — contaba don Claudio. 

Lo imagino al presidente Lacalle, galopando pero sobre sus piernas, buscando evadir el aguacero de las críticas y cuestionamientos a su conducta, con la pierna derecha levantando polvareda para confundir, y con la izquierda, levantando fango para enchastrar a periodistas y a la oposición, tratando de eludir el diluvio de preguntas y críticas a su conducta, pero arriesgando finalizar todo empapado y embarrado, a diferencia de don Claudio, que lució su ropa de gaucho bien seca e impecable a su llegada al pueblo, donde brillaba el sol sin nubes en el cielo. A Lacalle se le nubla cada vez más el horizonte.
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