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jueves, 24 de octubre de 2024

Crimen y castigo

 Ricardo Zabala es un antiguo Inspector Mayor de la policía, cuyo último cargo fue integrar el Servicio de Información de Defensa (SID) durante la dictadura en Uruguay y,  posteriormente, fue profesor en la Escuela Nacional de Policía. Se lo acusó de estar implicado en el secuestro y desaparición del maestro Julio Castro en 1977, pero solo reconoció haber participado en el secuestro, para, posteriormente, entregarlo a los militares del ejército. Por esos vericuetos de la ley, fue absuelto de cualquier delito, porque jugó a su favor ”decir la verdad”, y no responsable de las torturas y desaparición del maestro cometida por otros.

Para su desdicha, era sospechoso de otro crimen. Zabala fue objeto de un juicio donde se lo procesó como coautor el homicidio de Cecilia Fontana de Heber, ocurrido en 1978, quien murió envenenada al beber de una de las tres botellas de vino, al que se le había mezclado un insecticida. En realidad las botellas estaban dirigidas al esposo de Cecilia Fontana, Mario Heber, al expresidente Luis Alberto Lacalle Herrera y a Carlos Julio Pereira, todos pertenecientes al partido Nacional (PN). El motivo habría sido que estos tres políticos habían iniciado conversaciones con militares para iniciar una posible salida de la dictadura. Las huellas dactilares y la información obtenida en archivos desclasificados por EEUU, posteriormente, dieron con la pista de por lo menos un implicado directo en el homicidio de Cecilia Fontana. Pasaron cuarenta y seis años desde aquel intento de asesinato de los tres políticos, un crimen planeado por el sector más ultrarepresivo de las llamadas Fuerzas Conjuntas, integrado entre otros, por Juan Ricardo Zabala.

Porqué hago referencia a este antiguo Inspector Mayor de la policía? Porque yo fui compañero suyo de Liceo, y juntos íbamos caminando hasta el centro de estudios desde la Plaza Flores, en Trinidad, y jugamos juntos al fútbol en Juventus, en el llamado baby fútbol. Entonces solo lo llamábamos Juan y no Ricardo. Tenía además un apodo bastante llamativo y denigrante, hay que decirlo,  para un chico adolescente: le llamaban la ”rata” Zabala. Nunca le pregunté porqué, pero me imagino que sería por su rostro algo ratonil, que le daba esa característica, en una sociedad como la uruguaya, donde los apodos, a veces muy denigrantes, clasifican a la gente de una manera a menudo, humillante. En el caso de Juan Zabala, al final de su carrera profesional, con el resultado en la mano y entre ”rejas”, en la Unidad Domingo Arena (estos delincuentes gozan de privilegios que ningún preso común podría soñar) me pregunto si lo llamarán por ese apodo  

 Tal vez fue una premonición acertada ponerle aquel apodo denigrante, al conocer hoy en día el alcance de sus acciones y responsabilidad en las decisiones que tomó, y solo conocemos dos crímenes en esa larga carrera de uniformado. Habrá otros nunca confesados?  En todo caso se sabe que no lo hizo solo, también habrían participado de esta conjura, según el fiscal que investiga los crímenes de lesa humanidad, Ricardo Perciballe, ”el general Amauri Prantl (ex director del Servicio de Información de Defensa, SID), José Gavazzo (ex jefe del Departamento III del SID y adjunto a la dirección), así como el director de la DNII, Víctor Castiglioni, y sus hombres de confianza, el comisario Hugo Campos Hermida (todos fallecidos) y el subcomisaro Juan Ricardo Zabala Quinteros”.

No es fácil pensar en que aquél chico, algo tímido, bromista, con el que jugaba al fútbol y charlábamos camino al Liceo, no muy atento en el estudio, entonces, se convertiría en un represor de esa categoría. Qué lo impulsó a estudiar para policía, y luego a seguir esa ruta del crimen organizado, amparado en el estado, cometer delitos de lesa humanidad, solo él lo sabrá, si es que algún día hace un examen de conciencia. Detrás suyo quedó lo que todo represor deja cuando es descubierto, una condena y repudio general por sus crímenes, que lo perseguirá, implacablemente, el resto de su vida.


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