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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Un invierno de lobos

La expresión un invierno de lobos es muy popular en Escandinavia ya que describe lo duro que puede ser el invierno en algunas ocasiones. Acostumbrados a vivir inviernos menos fríos en las últimas décadas, y a escuchar lo del recalentamiento del planeta, el impacto de vivir el invierno más frío desde hace más de cien años nos sorprende a todos. Montañas de nieve en las calles y en los lugares abiertos, pueblos aislados, aviones en tierra, trenes atascados, buses en la banquina, son algunas imágenes que estamos acostumbrados a ver en estos días en muchos lugares de Europa.

Este duro invierno del 2010 me trae recuerdos de otro que viví en Suecia, y durante diez días en la Polonia socialista de 1978. En aquélla época había conocido a un colombiano que estudiaba en la Universidad de Varsovia y que en los veranos viajaba a Malmö, el sureño puerto sueco vecino a Copenague. Víctor era su nombre, y nos contaba que con tres meses de trabajo durante la estación de verano en Suecia, podía mantenerse el resto el año en Varsovia, donde tenía al parecer una beca de estudios muy baja. Ese verano del ´78 nos invitó a pasar Fin de Año en su apartamento de Varsovia. Recuerdo que estaba obsesionado con que le lleváramos café, filtros de papel para colar el café y papel higiénico, porque lo primero en Polonia sabía a jugo de calcetines, decía, el segundo no existía y el tercero era carísimo. Iba a ser la primera experiencia de conocer un país socialista y Varsovia en particular, así que no dudamos en realizar nuestro primer viaje a tierras polacas pasando por Alemania Oriental.

Ese invierno del 78 batió también récords en bajas temperaturas que alcanzaron los -35C°. El viaje lo decidimos junto con Abel y Berta su pareja, quienes tenían un bebé. María del Carmen era mi esposa en ese entonces, y nos acompañaban Mariana , María y Soledad, que también era un bebé. Con una imagen romántica de lo que eran los países socialistas de entonces pensábamos que era una aventura conocer el socialismo real que estaba siempre en el centro de la polémica.

Ya cuando nos encontrábamos en el ferry comenzó una nevada espesa y brutal. Al llegar al puerto de Sassnizt, en la entonces Alemania Oriental, descubrimos que la nevada había cubierto la ciudad, las calles estaba taponadas con montañas de nieve en los costados, no se veía a nadie en las calles. De todas formas decidimos audazmente continuar viaje y preguntando fuimos a desembocar a un cruce de carreteras que nos llevarían hasta las famosas autopistas construidas por Hitler, y que todavía estaban en buenas condiciones. Sin embargo los carteles apenas podían verse sobre la dirección correcta que debíamos tomar.

La mala suerte fue que la elección fue errónea y equivocamos el camino, introduciéndonos en territorio prohibido para los turistas, sabíamos que en Alemania Oriental los turistas tenían restringida la circulación por la mayoría de las carreteras y caminos por la tensión de la Guerra Fría y el temor al espionaje.. Y no habíamos recorrido muchos kilómetros cuando una larga columna de vehículos blindados y camiones hizo su aparición entre la espesa nieve. En ese momento nos dimos cuenta que estábamos en territorio prohibido y que frente a nosotros teníamos a las tropas del Pacto de Varsovia en algún tipo de maniobras o despliegue. Un capitán se acercó a nuestros coches e inmediatamente se dio cuenta que por nuestras caras sorprendidas y no menos asustadas, estábamos probablemente perdidos. Tal vez la presencia de los chicos en los dos coches también le habrán tranquilizado, y con buenos modales nos pidió que regresáramos y tomáramos el otro camino que habíamos desechado. Con toda premura pudimos regresar sin ser interrogados en el lugar o llevados a un lugar de detención, y pudimos continuar viaje esta vez correctamente rumbo a Varsovia.

Sin embargo nuestro viaje fue a partir de ese momento vigilado por vehículos particulares que se mantenían a distancia detrás nuestro, pero nunca nos detuvieron, sólo controlaban que nos dirigíamos a donde habíamos dicho: a la frontera con Polonia. Como las niñas estaban cansadas y las bebés necesitaban ser atendidas con mayor comodidad decidimos pernoctar en un hostal al borde del camino, que milagrosamente encontramos cuando era medianoche. Allí pudimos comer y descansar toda la noche, y después del frugal desayuno, café con leche y pan con manteca, un lujo dadas las circunstancias, nos pusimos en camino nuevamente.

Llegamos a la frontera a eso de las 10:00 de la mañana,  también muy vigilada. Allí no había nevado  y el frío no bajaba de los -5 C°.  Pasamos sin embargo una severa inspección de los coches y pasaportes, controlando con espejos debajo de los vehículos, y una revisión manual de lo que llevábamos en ellos. Ni los paquetes de pañales se salvaron de ser revisados. Cuando reiniciamos el viaje la temperatura empezó a caer de una forma espectacular. De unos -5C° pasó de pronto a -30C° poniendo a prueba el sistema de calefacción de nuestros coches, una combi Volvo Amazon del 65, y un algo más moderno Saab de mi amigo Abel. Para colmo de males María tenía que limpiar el parabrisas por dentro con una espátula ya que la ventilación del Volvo dejó de funcionar y se formaba una fina capa de hielo que me impedía ver el camino. Realmente una locura conducir así, pero deseábamos llegar cuanto antes a la casa de Víctor. Además nos habíamos quedado casi sin combustible así que nos detuvimos en una estación de servicio para llenar el tanque. En Polonia entonces había que tener cupones para poner nafta o gasoil. Así que habíamos comprado los cupones antes de salir para no estar desprevenidos. Yo aproveché para limpiar el parabrisas con alcohol e incorporar una espátula más para quitar el hielo.

Al fin llegamos, orientados por un mapa y preguntando a los que se habían atrevido a salir a la calle ya con -15C°, a la casa de Víctor que nos esperaba ansioso. Nunca le habíamos preguntado con qué comodidad contaba para alojarnos, nos había bastado su buena voluntad de invitarnos, así que no fue una gran alegría encontramos con un reducido apartamento que no contaba con más de dos ambientes, cocina y baño. Otra desilusión fue comprobar que la calefacción no era central, sino consistía en una especie de brasero colocado en el centro del salón donde se quemaba el carbón, que por suerte expulsaba el aire tóxico por medio de un tubo fuera del apartamento. Como la temperatura seguía descendiendo el calor del brasero apenas alcanzaba para mantener la temperatura por encima de los +-0C°. Así que toda la ropa de abrigo que que teníamos a nuestro alcance era poca para sentirnos calientes, y dormíamos vestidos los nueve en la sala, en sacos de dormir que habíamos llevado con nosotros, prevenidos por Víctor. Además el único dormitorio que contaba el apartamento estaba frío como un témpano. Allí nadie podía dormir a riesgo de morir congelado.

Víctor nos informaba que las tormentas de nieve arreciaban por todo el norte de Europa, los aeropuertos estaban cerrados, los ferrocarriles estaban paralizados y había gente que moría congelada en las carreteras. El escenario no podía ser peor para regresar a Suecia, regreso que se vio además atrasado porque al Saab de Abel se le averió la bomba del embrague. Recorrimos en mi Volvo todos las agencias que vendían autos extranjeros pero el Saab era una marca inexistente en Polonia. Al mismo tiempo recorríamos supermercados donde las góndolas bostezaban vacías de mercaderías, así que con suerte a veces conseguíamos huevos en un lugar, un pollo congelado en otro, pan y mateca, y así otros productos que necesitábamos para poder comer todos los que allí convivíamos, que éramos nueve con las cuatro niñas.

En nuestra búsqueda de la bomba de embrague nos encontramos con filas de empleados de oficinas con picos y palas limpiando las vías del tranvía. Parecía una imagen de las películas anticomunistas de Hollywood de la época, o mejor dicho, ninguna de ellas podría haber igualado en realismo semejante fenómeno donde se descubría la falta de infraestructura para realizar el trabajo con máquinas y evitar semejante sacrificio de la población con los -35C° a los que estaba llegando la temperatura. Los rostros tapados de la gente, que eran decenas, y sus torpes movimientos, eran un golpe duro a las convicciones de que el mundo socialista era superior a lo que hasta entonces habíamos conocido.

Finalmente se produjo el milagro. Un mecánico chileno que se había refugiado en Varsovia después del golpe de Pinochet, pudo adaptar después de mucho esfuerzo, una pieza de la marca rusa de autos Vaz al Saab. En el garaje de un amigo polaco de aquél hábil mecánico, Patricio creo que se llamaba, nos servían vodka para calentarnos ya que allí no había calefacción. El frío era tan intenso que el vodka se congelaba en la parte superior y nos reíamos bromeando que el servicio era perfecto: vodka on the rocks.

Una vez solucionado el problema obligados por el vencimiento de nuestras visas, que ya no podíamos renovar por segunda vez, decidimos María y yo partir a Suecia un día antes que Abel y Berta.
Además yo debía comenzar a trabajar inmediatamente en mi primer trabajo: haciendo limpieza en un supermercado de la ciudad de Lund, donde vivíamos.

Ese viaje de regreso fue una de las peores experiencias que tuve como conductor. Los días son muy cortos en invierno, así que a pesar de que salimos a media mañana de Varsovia, a esos de las cuatro de la tarde ya estaba oscuro, y todavía no habíamos llegado a la frontera con Alemania. Las carreteras polacas de entonces no tenían un buen mantenimiento, así que las placas de hielo y la misma nieve nos cerraban el paso en muchas ocasiones, lo que demoraba aún más el viaje, porque había que conducir lentamente. Cuando se hizo de noche cerrada descubrimos lo importante que son las señales que se disponen a orilla de las carreteras, en cuyo extremo se coloca material que refleja la luz de los faros del coche. Al no existir dichas señales, había que adivinar realmente por donde iba la huella del camino, y no siempre era visible porque a esa hora apenas había alguien que se aventuraba por esas carreteras. Varias veces me tuve que bajar para cerciorarme de que realmente estábamos en la carretera. Tampoco se veían luces de posibles casas cercanas para pedir auxilio en caso de necesidad. Una pesadilla verdaderamente. Mariana y María que tenían diez y och años por suerte dormían en sus sacos de dormir, y Sole también lo hacía en brazos de María.

Arribar a la frontera alemana fue todo un festejo, aunque en una nueva inspección aduanera nos quitaran inexplicablemente unos adornos de cerámica sin más valor que su originalidad, es decir hechas por artesanos polacos. Pagamos el soborno en "natura", porque otra de las experiencias vividas era la corrupción a todos los niveles en Polonia y DDR.

A partir de allí por fortuna, las condiciones del camino mejoraron y pudimos llegar a tiempo para embarcarnos en el Ferry rumbo al puerto sueco de Trelleborg. Atrás quedaron esos días donde el invierno de lobos había tenido en jaque a todo el norte de Europa, y a nosotros en particular.
Descubrimos además a una Polonia donde ni las imágenes más deprimentes que se le podían haber ocurrido a la propaganda americana anticomunista de entonces, reflejaban la pobreza y la escasez en la que vivían los polacos. Aquél ejército de empleados de oficinas y obreros de fábricas armados con picos y palas que trataban de mantener limpias las calles a falta de máquinas apropiadas; estantes vacíos en los comercios; largas colas para obtener lo esencial para sobrevivir; viviendas sin calefacción donde la gente debía apilarse para no pasar frío, y mucho más donde no se repartía la riqueza, sino la pobreza. Esa fue la imagen que nos llevábamos de la Polonia del ´78. Y qué felicidad cuando las luces del puerto de Trelleborg aparecieron en el horizonte y desembarcamos rodeados de luz y carreteras limpias de nieve e hielo.

Sí, ese invierno  fue un invierno inolvidable, donde nos puso a prueba no sólo la inclemencia del tiempo, sino las circunstancias que rodearon ese viaje y nuestras convicciones políticas cuya ingenuidad sufrió un duro golpe. Sin dudas no puedo dejar de mencionar mi gratitud por aquél Volvo Amazon del ´65,  que raudamente se deslizó por aquellas carreteras imposibles, mientras veíamos a menudo a los Trabant polacos volcados en la banquina. Una experiencia única, porque nunca más me atreví a conducir durante un invierno de lobos por otros caminos que no fueran los conocidos.




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