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martes, 30 de agosto de 2011

Con la mirada puesta en el arco rival


Quién dijo que la vida no es redonda como una pelota de fútbol?



Jugar al fútbol amateur es un privilegio y una alegría que muchos compartimos. Incluso a pesar de las recomendaciones de los médicos que después de cierta edad aconsejan que es hora de colgar los zapatos. Yo he hecho caso omiso a tales consejos y he seguido jugando al fútbol a pesar de mis 62 años (sí leen bien) y unas rodillas desgastadas de tanto perseguir la guinda y a los rivales. Pero la camaradería y las emociones dentro de la cancha, el sudor de la camiseta y el ver sacudirse la red del arco rival han sido una satisfacción que nunca otro deporte pudo entregarme.

En los comienzos de la década del sesenta comenzó en Flores un torneo del llamado “babyfutbol” sobre el cual no tengo memoria cómo ni quienes lo organizaban. Una fantástica noticia para los que perseguíamos la pelota en el campito o en los recreos de la Escuela Artigas en la Plaza de Deportes. Allí en multitudinarios y caóticos partidos donde el Chimpa y Sosita eran los líderes, corríamos todos detrás de una pelota que terminaba arruinada después de cada recreo con los zapatos Incalcuer con más rayas que una zebra, y los rezongos de don Ciriaco López, el hombre orquesta de la Plaza de Deportes, ardiéndonos en las orejas.

Recuerdo que me enrolaron como golero en el equipo de Cerro recién formado para participar en el campeonato de babyfútbol dirigido si mal no recuerdo, por ún veterano del fútbol trinitario, Lezué. Después de un par de temporadas con la albiceleste con diversos resultados, mis amigos me convencieron para que jugara de golero para el Juventus dirigido por Carlos Brignoni, pero como mi fama de cancerbero se vio prontamente perforada por goles infames en los entrenamientos, me pusieron de back central, puesto donde jugué hasta que debí dejar el babyfútbol por llegar a los 13 años. Con la Juve levanté por lo menos una copa de campeón (o fueron más?) y participamos en algún torneo interdepartamental. Tengo una foto de esos tiempos donde se ven Ariel Cheble, Horacio Irazábal, Fagalde chico, Peti Farro y otros compañeros cuyos nombres las nieblas del tiempo han ido apagando, pero no sus rostros ni los momentos vividos.

Después vestí la celeste de los juveniles de Flores en algún campeonato del Sur (1966-67?) como marcador de punta y por alguna temporada vestí la camiseta del Porongos y la de Peñarol sucesivamente en la primera división trinitaria, un pasaje seguramente bastante desapercibido para la hinchada, ya que fui más suplente que titular en aquéllos años en que algunos de nosotros entrenábamos más en las pistas de baile que en la cancha. También en el Liceo formamos algún que otro seleccionado para medirnos con los chicos de la Escuela Agraria en aguerridos partidos. Sin embargo lo que sí tuvo continuidad fueron los partidos de los sábados en un campito del Gabino Sosa, donde nos juntábamos una barra a jugar por la tarde, y ´por la noche nos íbamos a la parrilla de Cañete frente a la plaza, y donde se libaba aquél vino clarete que acompañaba las achuras y la pulpa asada. En fin, después por razones políticas pasé una temporada en la cárcel de Libertad donde también pudimos jugar al fútbol en una cancha de balasto, donde salíamos con las rodillas y las manos raspadas después de cada contienda. Unos años más tarde trabajé en los barcos de pesca del SOYP cuando las puertas de la universidad se cerraron para mí, y tuve que abandonar el país algún tiempo después y radicarme en Suecia, exiliado. Pasaron años sin fútbol…

Una vez que llegué a la ciudad universitaria de Lund en 1978 fundamos con otros latinos la Asociación cultural y deportiva latinoamericana, ACLA, equipo con el que competimos varios años en la región de Scania, en la sexta división. En ese entonces le había tomado el sabor al gol y me convertí en un delantero centro, y junto a otro compatriota, el negro Severino, nos convertimos en peligrosos y efectivos artilleros. Y hasta ganamos un campeonato que nos permitió ascender de categoría.


Pasaron los años y después de aquélla experiencia seguí juntandome con otros amantes del fútbol en potreros donde con nostalgia recordábamos viejos tiempos. Mi marcha a Estocolmo en 1987 cambió otra vez las posibilidades de practicar fútbol, al comenzar a trabajar como reportero en el programa en castellano de Radio Suecia. En el vecino gimnasio de la TV sueca jugábamos todos los martes al fútbol con los compañeros de trabajo. Luego pude sumarme a un grupo de suecos y latinos que habían fundado la asociación Mundialistas. Ellos se juntaban también una vez por semana para jugar, y a mí que ya venía sintiendo el paso del tiempo en mis gastadas rodillas, me cuadraba perfecto. Poco a poco dejé el puesto de delantero y me fui replegando silenciosamente hasta llegar bajo los tres palos. Así se fue sumando gente hasta que a los partidos semanales se agregó la posibilidad de realizar un torneo internacional con equipos de las mismas características que el nuestro provenientes de las ciudades alemanas de Bremen y Hamburgo. Cada año una ciudad organiza la Copa de la Amistad, donde participamos con uno o dos equipos, según las posibilidades.


Mundialistas en el torneo de Hamburgo 2010


Este año nos toca a los mundialistas organizarlo este 29 de setiembre y esperamos con mucha expectativa lograr el campeonato por segunda vez en los seis años que se realiza el torneo. Latinos de todos los países, africanos de Mozambique y Angola, suecos y alemanes dominan el escenario futbolero que finaliza con un gran asado y mucha fiesta para agasajar a los visitantes. Mi carrera de golero en estas lidias ha terminado bastante bien, ya que por dos veces fui elegido como el mejor del campeonato. Y así finaliza también mi larga carrera detrás de la pelota, cerrando el círculo en el puesto donde empecé en el babyfútbol trinitario, de cancerbero del arco y con las ganas de siempre de ganar cada partido. Probablemente sea este mi último desafío, probablemente ya es hora de dedicarme al ciclismo que no afecta a las desgastadas rodillas… o tal vez me calze los guantes un poquito más, quién sabe.

El fútbol y el compañerismo en el equipo me han dado muchas alegrías, y agradezco que la salud me haya regalado esa posibilidad de poder disfrutar durante tantos años del deporte más popular del planeta junto a jóvenes y veteranos de todas las etnias y culturas. Y de poder disfrutar además de los éxitos de la celeste, tan ansiados después de tantos fracasos.



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