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martes, 27 de diciembre de 2016

Laicismo vs confesionalismo

No sé cuantos uruguayos recuerdan que el Estado y la Iglesia Católica se separaron en 1917 durante el gobierno del presidente Feliciano Viera (1915-1919) , convirtiéndose así en uno de los primeros países latinoamericanos en declararse laico. Ya en la reforma educativa de finales del siglo XIX la religión había sido separada de la educación pública con la reforma de José Pedro Varela.
Como dato aleatorio Argentina y Brasil mantuvieron en sus constituciones la unión con la Iglesia Católica hasta muy avanzado el siglo XX. Incluso en Brasil el ex-presidente José Sarney decidió en 1986 que el billete de 500 Cruzados tuviera la frase: Alabado sea Dios. Curiosa forma de predicar a través del dinero cuando el propio Jesús lo consideraba una fuente de avaricia y corrupción.

Pero volvamos a Uruguay y lo que ha sacudido la opinión pública. En su discurso de Navidad el arzobispo por Montevideo y cardenal Daniel Sturla manifestó entre otras cosas que los fieles a la iglesia se estaban quedando en minoría en la sociedad, e hizo un llamamiento a los que todavía creen y tienen fe en la religión Católica, a esforzarse para convencer a nuevos adeptos en una sociedad que ha caído en la apatía, según su punto de vista. Movilizar a sus fieles es parte de la estrategia de cada organización religiosa. Por lo tanto este llamado a la "militancia" por la Cruz y la Biblia es comprensible. En siglos pasados los españoles que invadieron y conquistaron América se valían de la espada en su ofensiva misionera para convencer a los indígenas que su Dios era más poderoso, por ejemplo que el Sol, el dios de los Incas. Y sí que lo era, sin dudas.

Pero lo que es llamativo es que el cardenal Sturla envíe a sus fieles el mensaje de que el Estado ha decidido que sus ciudadanos carguen con "un balde laicista que desde hace 100 años le han puesto a Uruguay". Esto es un giro semántico ya que lo que se pretende es enfrentar los conceptos de "laicidad", que sería razonable y respetuoso, con el de "laicismo",  que sería extremista y
discriminatorio.
La metáfora "balde" parece bastante críptica, aunque pensamos que se refiere a la cruel decisión del Parlamento reunido en Asamblea General de darle el esquinazo a la iglesia católica en aquél 1917 cuando se reformó la Carta Magna que incluía muchas otras reformas además de la referida a la iglesia .
O sea que esta reforma fue una decisión democrática parlamentaria luego de un plebiscito adoptada por los partidos políticos de entonces: colorados, blancos y socialistas con la oposición de la Unión Cívica que luego se llamaría Democracia Cristiana.

La mencionada "trampa semántica" en el mensaje de Sturla es entonces la palabra "laicista" que expresada de esa manera nos trae oscuros recuerdos como: comun-ista, anarqu-ista, social-ista, etc. enemigos históricos de la Iglesia  ¿Voluntad de crear miedo entre los fieles? Bien, pensemos que no, pero es una "mala palabra" en resumidas cuentas, cuando en realidad la insospechada Real Academia de la Lengua española no hace diferencia entre laicidad y laicismo como muchos lo han señalado.
Es una pena que Sturla trate de considerar a la iglesia como una víctima del estado laico cuando su declive depende exclusivamente de la propia obra y de los grandes escándalos que la han sacudido durante décadas y que hoy todos deberíamos conocer.
La gente se vuelca a otras comunidades religiosas o deja de creer en Dios, lo cual no es una obligación como en siglos pasados cuando o abrazabas la cruz o eras un hereje arriesgando a terminar  tus días en la hoguera. Lo vemos en el fanatismo religioso islámico de ISIS y sus castigos a los herejes e infieles  que nos recuerdan el oscuro medioevo. La libertad de culto, la "cultura laicista" en Uruguay es la mejor garantía para que católicos, protestantes, judíos, musulmanes y otros tantos que abrazan otras religiones tengan la seguridad y garantía de poder ejercerla y no ser discriminados, algo bastante usual en sociedades confesionales. Lo demás son nubes de humo que confunden, en este caso al propio católico, que nunca fue perseguido por gobierno alguno en Uruguay.

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