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domingo, 14 de mayo de 2017

Cuentos en la Nube EL REGRESO DE EMMA

No pocas veces constatamos admirados como las historias se repiten en el tiempo, con sus particularidades, pero siguiendo el mismo rastro dejado por el suceso anterior. Tal es el caso de Agustín, un turista que repitió la historia inventada por un gran escritor.


La mujer estaba sentada inmóvil en un banco de la plaza principal de la ciudad. A esa hora del mediodía la zona estaba muy concurrida por la gente que se tomaba una pausa en el trabajo, o turistas que hacían un alto en sus recorridos por el barrio histórico. Las palomas llegaban y partían nerviosas entre tanta gente que deambulaba por allí. Agustín quizo hacer lo propio después de un largo paseo y atravesó la plaza en busca de un lugar libre. El único que encontró era en el banco donde estaba sentada la mujer de cabello castaño, de ropas holgadas y livianas de lino, que no ocultaban sin embargo una estudiada elegancia  Agustín se sentía cansado de tanto caminar por las empedradas y estrechas calles de la ciudad vieja, así que decidió sentarse junto a la mujer, aunque él se sentía siempre un poco incómodo cuando tenía que compartir un lugar con los desconocidos. 

Ella estaba cabizbaja y Agustin comenzó a sospechar que podía estar algo ebria. De su boca salía un murmullo apagado que él no podía identificar en qué idioma estaba hablando, pero le resultó sumamente raro que estuviera conversando sola cuando su apariencia era de una persona normal, hasta bonita, constató Agustín. Él era un hombre algo corto de estatura, con sobrepeso a pesar de su juventud, y su cara mofletuda no era muy atractiva para las mujeres. Por lo menos esa era su propia sensación y experiencia, algo que permanentemente quería constatar cuando se miraba al espejo. Usaba ropa poco formal que le daba un aire casi bohemio. La holgada chaqueta de algodón y los vaqueros simulaban un poco los kilos que estaban demás. Echó otro vistazo furtivo a la mujer y a pesar de la expresión de su cara confirmó que era bonita, pero sin dudas con una humillación, pena o tribulación que le había dejado anclada en el rostro aquélla expresión amarga, pensó Agustín con algo de lástima.

- ¿Oye forastero, que haces por esta ciudad de mierda? - preguntó la mujer agresivamente en español con acento indefinido. Su mal talante no era contra él, sino contra la ciudad que hasta entonces él había recorrido lleno de admiración y que ella por algún motivo odiaba. Como la pregunta inesperada fue lanzada a quemarropa, Agustín quedó mudo un instante, y luego con un carraspeo se volvió hacia ella. ¿Cómo podía saber aquélla mujer  que él hablaba español?¿Estaría borracha como le había parecido? 

- Hola, bueno me parece que esta ciudad de mierda es bastante bonita con sus callejones de adoquines, edificios y casas antiguas del medioevo, rosales  en las paredes que trepan hasta los techos, balcones donde uno espera que Julieta lo invite a subir o el alcalde lo salude  - respondió Agustín intentando darle una pátina humorística a su respuesta. ¿Y cómo sabés que hablo español?
- Bah! Se ve a la legua de donde vienes, chaval. Si vivieras aquí te darías cuenta de la mugre social que hay detrás de las fachadas. Esta ciudad es una farsa bonita pero sin alma ¿Estás solo, chaval? - preguntó la mujer incisiva.
- Así es, estoy recorriendo el país con la intención de poder reunir datos, experiencias propias con la gente del país e impresiones muy personales sobre lo que observo, y con ese material quiero escribir un libro sobre esta experiencia - respondió Agustin, pensando que tal vez su respuesta la impresionaría.
- ¿Escribirás sobre mí? ¿Sobre esta mujer que desvaría en el banco de una plaza?
- Bueno, en realidad el hipotético libro abarcará también este tipo de encuentros y anécdotas - dijo Agustín conciliador ante el cambio de humor en la mujer que había abandonado aquella expresión hosca en su cara. 
- Me llamo Emma - dijo ella con una sonrisa 
- Mi nombre es Antonio, y soy mexicano - mintió Agustín impulsivamente.
- Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. - dijo Emma repitiendo aquél tópico tan usado. Y posteriormente soltó una cristalina y resonante risotada que dejó al descubierto unos dientes blancos que resaltaban detrás de los labios pintados de rojo, que a Agustín le parecían cautivadores. Se sonrojó y pensó que la mujer probablemente no le había creído nada de lo que dijo porque su acento no era mexicano, pero ya era demasiado tarde para arrepentirse.

Descubrió al mismo tiempo un sentimiento excitante que brotaba de su pecho al ver la expresión coqueta de aquélla mujer que se había transformado en pocos minutos, y que cada vez le parecía más atractiva y menos borracha. Trató de reprimir aquéllos sentimientos y preguntó a Emma si era oriunda de la ciudad o venía de otro lado.
  - Pues como ves  no soy oriunda de este país, pero sí he vivido aquí la mayor parte de mi vida. Me casé muy joven con un abogado que visitó Sevilla, hace ya veinte largos años. Yo tenía diecisiete.
- Ah! Ahora entiendo porqué hablas el español tan fluido. En realidad por tu aspecto podrías pasar por ser oriunda de cualquier país a orillas del Mediterráneo. Llegué a pensar que eras italiana - mintió esta vez sin pudor Agustín.
- ¡Gracias! Me hubiera gustado haber nacido en Florencia, por ejemplo, hablar el italiano y haberme convertido en una estrella de Cinecittà y acostado con Fellini o Rossellini.
- ¡Vaya qué fantasía! 
- Bueno aquí me ves, amargada por una vida sin emociones y con el sentimiento de estar atrapada sin salida.
- Bueno, tan mal no deberías pasarlo pensando en las oportunidades que aquí se ofrecen a los que quieran mejorar sus condiciones de vida. Y hombres no te faltarían si es eso lo que más anhelas- dijo Agustín audaz, sin poder refrenar aquélla creciente excitación que le provocaba Emma.
- Sabes guapo? Eso es lo que deseo. Te estaba esperando, quiero echarme un polvo con un desconocido -soltó Emma en su cara. -Tú no me disgustas, y por eso mismo te elijo entre algunos candidatos que hace un rato se acercaron por este banco. Podemos ir a mi casa.

Agustín se lo pensó dos veces a pesar de que por su cabeza ya pasaban escenas eróticas con Emma. La mujer no estaba borracha como él había creído, incluso pensó que en realidad era su táctica para alejar a los tipos que no le interesaban. La ropa y los zapatos eran de calidad y no parecía ser una prostituta profesional. ¿Y porqué no acompañarla? - se preguntó tratando de convencerse a sí mismo. Y recordó aquél otro tópico que rezaba: cuando llegas a un país de turista hay que recorrerlo, comerlo y cogerlo.

- Está bien. Me gustas mucho, y sería un idiota si no acepto una propuesta, inesperada por cierto, pero muy tentadora - respondió al fin  Agustín.
- Mira, ahí en la plaza tenemos un taxi, llámalo y nos vamos a mi casa. Yo pago el trayecto - dijo Emma muy segura.
Antonio la miró, incrédulo todavía, pero en su sonrisa cautivadora vio que no había rastro de estar engañándolo para burlarse de él.

Los dos subieron al taxi y Emma murmuró una dirección que Agustín no llegó a entender. El idioma de aquél país era un conjunto de sonidos algo guturales y las vocales no se apreciaban siempre con claridad al mezclarse con consonantes que les daban distintos sonidos según se combinaban.
El auto se deslizó por los suburbios entre mansiones lujosas que Agustín nunca había visto antes en su recorrido por la ciudad. Las casas presentaban estilos arquitectónicos con influencia del Mediterráneo y con amplios jardines. Apenas se veía gente en aquella zona. El taxi se detuvo finalmente, frente a una de aquéllas mansiones. Emma pagó y ambos bajaron del coche. Atravesaron un amplio jardín con canteros enormes donde florecían distintas especies de plantas y arbustos bien podados y los cipreses en fila formaban una muralla en los lindes del terreno.

Curioso, Agustín observó el nombre en la chapa de bronce que estaba en la entrada de la mansión y no pudo dejar de sorprenderse: Jacobo Zunz, abogado. Un recuerdo que no podía precisar rondaba por su cabeza pero no podía precisarlo. Por alguna razón aquél apellido le resultaba familiar. No había rastros del nombre de Emma en ninguna chapa de bronce junto a la del abogado, por lo que Agustín dedujo que ella no tenía ni profesión ni probablemente ocupación de ningún tipo, pero sí tenía todo el tiempo del mundo para aburrirse, y buscar compañía.
Pero sus elucubraciones pronto finalizaron porque apenas pisaron el vestíbulo, Emma lo abrazó  y lo besó en la boca con pasión, deslizando luego su mano derecha a lo largo de su espalda para terminar el recorrido en su entrepierna todavía dormida y seguramente desconcertada. Pero Agustin se repuso rápidamente y respondió a las caricias y a los besos de aquélla atractiva mujer casada, que lo había llevado a su casa y con quien estaba a punto de irse a la cama.
La tarde transcurrió en un embrollo de brazos, piernas, pechos y cabellos enredados y con la felicidad de Agustín de haber conocido una mujer exuberante y apasionada. Emma era una amante deliciosa, y le había hecho sentir que en su cuerpo había energías y sensibilidades hasta entonces desconocidas. En esa nube se encontraba cuando Emma dijo fríamente:

- Bien, es hora de largarse. Mi marido está al llegar.

Agustín se había quedado medio dormido y demoró en reaccionar. Emma estaba parada al costado de la cama, vestida  y lo apuraba para que él se vistiera y se fuera de una vez. 
Un profundo pesar y desaliento se adueñó del alma de Agustin al comprobar que aquél momento tan dichoso estallaba como una pompa de jabón. Tartamudeó algunas palabras cariñosas que ella no atendió y casi a empujones lo llevó hasta la entrada de la mansión y lo despidió sin el más mínimo sentimiento de ternura por las horas compartidas. Agustín se volvió una vez, pero Emma ya había desaparecido detrás de la puerta principal. Se dirigió cabizbajo a la calle y tuvo que caminar un buen rato antes de conseguir un taxi que lo llevara de regreso al hotel donde se alojaba.

Cansado y sin poder desprenderse de un contradictorio sentimiento de felicidad y frustración, llegó al hotel, se duchó, cambió de ropa y bajó a cenar. De una cosa estaba seguro, dormiría como hacía tiempo no lo hacía después de aquella tarde inolvidable. Y estuvo acertado, porque recién se despertó a las nueve de la mañana del otro día, con sed y con hambre. Acostumbraba a desayunar a las siete, y su reloj interior se había retrasado. Pero no le importó, porque mientras se daba una ducha rápida para despejarse recordó a Emma y su frenética forma de hacer el amor, y el orgullo que había sentido por estar a la altura de lo que aquélla mujer sexualmente le había demandado. O por lo menos él lo creía así. No era tan mal amante como había creído hasta entonces, y  sonrió frente al espejo mientras se peinaba. Luego se dio un par de cachetadas en cada mejilla mientras murmuraba:
- Los hiciste bien, atorrante. Vas a tener mucho para contar.

Se vistió lentamente, se puso una camisa azul por fuera de unos vaqueros blancos ajustados, se calzó unas zapatillas deportivas y parsimoniosamente se dirigió al salón donde se servía el desayuno. Recogió un periódico y mientras esperaba que le sirvieran una taza de café, empezó a ojear las páginas del matutino. No entendía prácticamente nada de lo que trataban los titulares y menos el contenido, pero no pudo dejar de reconocer la foto de Emma en la tercera página. Presentaba moretones y un ojo hinchado de color violáceo. Al costado de la foto de ella había otra que mostraba a un hombre tendido sobre un charco de sangre. Era Jacobo Zunz, según pudo deducir del texto al pie de la foto. Nervioso y trastornado le preguntó a la camarera que hablaba español que le contara cual era el contenido de la noticia. La chica le dijo entonces que ese conocido abogado había sido asesinado de tres tiros en el pecho y su mujer, Emma Fernández de Zunz, había sido brutalmente golpeada y violada. La policía estaba detrás del rastro del asesino, que al parecer había dejado suficientes huellas para ser identificado y detenido.

Agustín intimidado por lo sucedido, agradeció a la chica, y entonces como si se abriera una grieta en su memoria, recordó el libro de Jorge Luis Borges y el cuento "Emma Zunz". Las circunstancias de entonces eran distintas a las que él estaba viviendo, porque la verdadera Eva Zunz de la historia de Borges había matado por venganza al señor Löwenthal, el hombre que había engañado y estafado a su padre; y había soportado estoicamente en un sórdido hotel del puerto de Buenos Aires, una relación sexual repugnante con un marinero del buque de bandera sueca Nordtjärnan. El barco había partido ese mismo día de Buenos Aires y el marinero  estaba a salvo de la policía en caso que no le creyeran su historia. Pero era imposible que no lo hicieran. La relación sexual con el marinero había sido necesaria para demostrar, en el examen médico posterior a la denuncia, que había sido violada por Löwenthal, y por ese motivo lo había matado. 

La Emma de ahora se había servido de las huellas dejadas en la cama y en su cuerpo para que la policía rastreara el ADN dejado por el presunto violador, y así probar el brutal delito.

Con un escalofrío Agustín se imaginó que los golpes probablemente se los había propiciado algún cómplice que estaba en la mansión mientras  ellos estaban en la cama. Luego el marido fue asesinado por el intruso que además se había preocupado de revolver y hacer daños en los aposentos, simulando la búsqueda de joyas y dinero. 

Agustin no tuvo mucho que pensar sobre el motivo del asesinato y del robo, la finalidad era probablemente quedarse con la herencia valorada en millones que el abogado dejaba a su esposa. Y a diferencia del marinero sueco, el avión  de Agustín no partía ese mismo día. Recordó que le había dicho a Emma el nombre del hotel donde se alojaba, y con un ápice de esperanza dejó el desayuno sin tocar, y se dirigió a su habitación. Pero no llegó al ascensor porque había dos policías esperándolo. Y mientras el coche policial recorría las calles de la ciudad que tanto le había agradado, pensó que su libro iba a tener muchas anécdotas sobre aquél lugar, mientras pasaba entre rejas tratando de probar su poca creíble inocencia.

                                                            
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