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sábado, 27 de mayo de 2017

Cuentos en la Nube UN NEGOCIO ESTUPENDO

Renato Peñarol Villagrán era un hombre de acción. Una flecha para los negocios según los que llegaron a conocerle, gente que en honor a la verdad no tenía ni idea sobre las actividades que ocupaban la vida de Villagrán. Él se lanzaba con energía inagotable cada  vez que veía una posibilidad de obtener una buena recompensa por su participación en algún negocio. Pero en realidad  estas oportunidades no eran tan importantes, aunque  Renato Peñarol solía alardear de ellas. Por alguna razón estaba predestinado al frecuente fracaso a pesar de toda la simpatía que derramaba a su paso y el entusiasmo que desplegaba en lograr lo que se proponía.  Frecuentemente los negocios que emprendía eran de poca monta y nunca tenía dinero suficiente para financiarlos. Pero él creía y no renunciaba al golpe de suerte final que lo llevaría a obtener una fortuna, que con el paso del tiempo parecía cada vez más lejana.

Los que lo conocieron comentan que cuando lograba ganar algunos pesos se los gastaba esa misma noche en los bares, de juerga con los amigos y las chicas del ambiente hasta las primeras luces del día. Le gustaba hablar, tejer historias y contar inagotables anécdotas… y mentiras. Tenía amigos en todos los rincones del país. A su manera era un tipo seductor, pero los años y los fracasos lo fueron desgastando poco a poco.

Después de jubilarse se alojó en un cuarto de pensión, lo más barato que pudo encontrar en aquél Montevideo de los últimos años de la década del 70. La ciudad todavía vivía un periodo de opresión y represión, luego de que los militares se apropiaran definitivamente del poder.
Esa noche de julio se había sentado a cenar en el comedor de la pensión, escuchando el informativo de Radio Carve y el comunicado de los militares sobre los peligros que acechaban en la sociedad. No obstante no se perdía ningún movimiento de Dorotea, la dueña de la pensión, que terminaba de servirle la porción de comida de la cena.
- Eso es lo que queda del puchero del mediodía. Hice un salpicón - le dijo Dorotea, que le cocinaba un par de veces a la semana. Lo hacía por lástima.  La jubilación como antiguo empleado del estado era escasa y Renato Peñarol semanalmente le entregaba a ella  algún dinero para las compras en el mercado. Dorotea aprovechaba y se quedaba con alguna parte de lo que cocinaba para consumo propio. Era un trato justo, pensaba ella, fuera del alquiler que Renato Peñarol pagaba puntualmente por la pieza.
- Está bien, comeré ese salpicón. El puchero estaba rico a pesar de que le pusiste mucha sal para mi gusto. No es bueno para mi presión sanguínea, señaló con cierta acidez.
- Bah! No era para tanto. Sólo un puñadito. Ni se notaba, hasta me parecía que estaba desabrido.
- Así que comiste de mi puchero, sabandija!
- Es el sueldo que te cobro por cocinarte. Estás descontento? Pues que te cocine otra.
- No, por favor, nadie cocina como vos, y era solo una broma.
- Ah! Ahora nos entendemos - dijo ella conciliadora.
- Esta noche voy a salir, así que te ruego me cuides la pieza - rogó Renato Peñarol preocupado porque la puerta no tenía cerradura ni candado, solo el picaporte de bronce que con un toque abría la puerta.
- ¿Así? También tengo que hacer de botón? ¿Qué pensás hacer esta noche?
- Voy a encontrarme con un socio. Tengo un proyecto importante entre manos, sabés?. Pronto van a rodar camiones alemanes reciclados por nuestras carreteras. Y billetes de los verdes por mi bolsillo.
- ¿Y eso?
- Mirá, es muy difícil de explicar, así que por ahora lo vamos a mantener en secreto, no vaya a ser cosa que me roben la idea.

Renato Peñarol se puso una chaqueta gris abrigada y se calzó los zapatos negros de invierno. Ajustó el nudo de la corbata roja y se miró al espejo. Pensó que su aspecto todavía era de un hombre respetable. La calvicie le preocupaba, pero se calzó un sombrero negro de felpa, una mala imitación
barata de un Borsalino, y entonces le gustó más lo que veía frente al espejo.

Una vez en la calle sintió que el frío de la noche iba invadiendo lentamente la ciudad. En Paso Molino las calles estaban débilmente iluminadas y apenas circulaban algunos autos por las avenidas. Algún que otro vehículo militar llamados camellos,  con militares armados con fusiles, patrullaban las calles. “Nunca se sabe cuando los que atacan desde las sombras pueden dar un golpe traicionero”, rezaban continuamente los comunicados del gobierno de facto.

Los muros de la ciudad respondían con consignas pidiendo el fin de la dictadura, liberar a los presos políticos y decenas de otras reivindicaciones. Renato Peñarol caminó hasta la parada del ómnibus indiferente a lo que pasaba a su alrededor, y se mantuvo quieto como una estatua hasta que llegó el pesado y ruidoso autobús que a esa hora venía bastante vacío. Se sentó en el ultimo asiento para observar a los pasajeros que subían y bajaban con más comodidad. No quería que lo agarraran desprevenido ni los punguistas amigos de las carteras y billeteras, ni la policía que controlaba en los distintos puntos de la ciudad los documentos de identidad de los pasajeros. A través de la ventanilla pudo apreciar cómo los barrios se iban transformando a medida que se acercaban al centro. Altos edificios y casas antiguas alternaban a lo largo de las calles en una extraña mezcla entre lo antiguo y lo moderno. Los altos plátanos plantados en las veredas  acentuaban ese aspecto sombrío que la ciudad adquiría durante las noches de invierno. Cuando llegó al centro se bajó en una parada de 18 de Julio, cerca de la plaza Libertad. Entonces enderezó hacia una calle transversal y entró en el boliche del Pájaro Olivera.

- Hola Renato. Viejo, que hacés por aquí? No me digas que andás haciendo negocios a estas horas.
- Vos me conocés muy bien Pajarito, sabés que Renato Peñarol mete la pelota siempre picando. Tengo un negocio de la planta. Se me ocurrió el otro día escuchando la radio. Creo que se puede ganar una buena guita. Lo único que necesitaba era un contacto en el lugar donde está la materia prima. Y ya lo tengo y es de primera!
- ¡No me digás, loco! ¿Y me vas a pedir que sea tu socio?
- Noooo, que va, ya tengo un socio. Esta vez te dejo fuera, con mucho pesar, claro.
- Bueno, me alegro, porque últimamente los negocios en los que me has metido me han dejado un poco más pobre.
- Sí, reconozco que no me ha ido muy bien últimamente. Pero esta vez todo parece estar bien atado. Y te voy a devolver la guita que me prestaste la vez pasada. No me olvido de mis compromisos, y menos contigo, Pajarito. Voy a encontrarme más tarde con el tipo que me va a conseguir la guita  para el negocio.

Renato Peñarol observó el bar a su alrededor. Algunos parroquianos habituales estaban sentados en el lugar de siempre. Una pareja hablaba susurrando inclinados sobre la mesa. Tomó su cerveza lentamente y luego se despidió del Pájaro Olivera con un  " Chau, nos vemos pronto” y un brazo en alto. Cruzó la calle y caminó hasta la plaza. Todavía circulaba mucha gente por la avenida principal de la ciudad. Los vendedores callejeros estaban levantando sus puestos de venta repletos de artesanías, calabazas para el mate, termos, grabados en cueros y objetos de regalo con la bandera del país o la imagen del cerro de Montevideo, la Casa Pueblo de Punta Ballena y una torpe imagen del balneario Punta del Este. No faltaban las camisetas y las banderas de los clubes de fútbol más populares, Peñarol y Nacional. La noche estaba fresca pero soportable, así que siguió caminando un par de cuadras más. Llegó al café Vesubio repleto de gente, y pidió un expreso. Saboreó el café espumoso y fuerte, chasqueó la lengua, y vio entrar puntualmente a Juan Traversa al local. Ambos se abrazaron palmeandose las espaldas con exagerada energía   y se sentaron en una mesa junto a la ventana.
- Tengo todo listo - dijo Traversa esbozando una sonrisa.
- En serio? Tenés ya la guita para el negocio? Creía que ibas a demorar mucho más tiempo en
conseguirla.
- No, esta gente que tiene el capital quiere blanquearlo lo más rápido posible, ¿te das cuenta?. Vamos
adelante con esto. Pero los detalles son importantes. La persona en Alemania que es tu contacto tiene que ser gente de confianza, el transporte de los camiones a Uruguay tiene que estar asegurado con una compañía conocida, necesitamos una lista con los clientes potenciales que al final correrán con todos los gastos en el precio final, y mil detalles más. ¿Seguro que podrás manejar todo eso solo? Esto nos tiene preocupados a todos.
- No te preocupés Juan, que ya tengo todo pensado y organizado. Mi hombre en Alemania es un tipo de confianza y muy trabajador. Ya tiene también él  todo bajo control y los contactos necesarios, me ha asegurado -mintió Renato Peñarol. ¿Y cuándo podremos disponer de esa guita?
- Dentro de quince días, si les presentamos todo el plan completo -respondió Traversa mirando fijamente a Renato Peñarol que sostuvo la mirada.

Renato Peñarol  sintió sin embargo cómo le palpitaban las sienes. La presión sanguínea indudablemente le estaba subiendo, constató. Él era hipertenso y no debía descuidarse, le había advertido su médico. Metió la mano derecha en el bolsillo de la chaqueta y sacó disimuladamente una pequeña caja de metal donde guardaba las pastillas  contra la hipertensión. Se echó una en la boca cuando Traversa hablaba con el mozo y bebió un vaso de agua. Se sintió entonces un poco más tranquilo. De pronto lo que le había parecido una utopía se estaba haciendo realidad. Pero Renato Peñarol sabía que su estado de hipertensión no se debía a la inmediatez de concretar el negocio, que de llevarse a cabo sería un magnífico golpe de suerte. La razón era otra y muy desalentadora. En la última conversación telefónica con su amigo en Alemania, solo había conseguido obtener una vaga promesa. Aun así se había hecho la ilusión de que las cosas iban a salir bien, que podía hacer un negocio muy rentable con los camiones alemanes que ya estaban fuera de servicio. Y le propuso la idea a Traversa que era un persona con muchos contactos donde no faltaba el dinero, del blanco y del negro.

En Uruguay los camiones podían ser puestos a punto y seguir funcionando unos cuantos años más, se
había  ilusionado Renato Peñarol. La industria de la madera esta creciendo y la demanda de camiones para carga pesada mostraba que había futuro en esta industria. Pero no tenia nada concreto, había inflado la idea y ya no podía detenerse.   En realidad le había hecho un cuento chino a Traversa. Y lo que pensaba se iría diluyendo en vaguedades con el tiempo, había tomado un cariz inesperado. Había gente que quería hacer el negocio. Y dinero para invertir. Renato Peñarol sabía que no podía seguir simulando por mucho tiempo. ¿Pero cómo salir del atolladero? Estuvo a punto de decirle la verdad a Traversa, sin embargo siguió audazmente con la mentira en vez de reconocer que el negocio todavía estaba tan verde que seguramente  nunca maduraría. Mejor esperar, mejor tomarse más tiempo le gritaba una voz interior. Pero en cambio respondió:

- Qué bueno, voy a hablar con nuestro hombre en Hamburgo. Lo pondré a trabajar inmediatamente. Mañana mismo lo llamo - las palabras salieron de la boca casi sin proponérselo y haciendo un esfuerzo  para que no se notara su nerviosismo y lo cerca que estaba del abismo.
 -Estupendo! Tengo que marcharme, pero estamos en contacto. Y no me fallés que me juego mucho frente a la gente que pone la guita. Estás bien? Te veo algo pálido.
 Si, y no te preocupés por mí que estoy bien. La presión, vos sabés…

Ambos se abrazaron al despedirse, y Renato Peñarol quedó solo pensando en el lío que se había metido por ser tan bocazas. Nada estaba organizado, no sabía con total certeza si realmente había camiones disponibles, si era posible reciclarlos y su contacto en Hamburgo apenas había hecho algunas averiguaciones después de que él le había insistido en la oportunidad de comprar y reciclar los camiones Mercedes Benz. Con toda esa preocupación volvió a la pensión y apenas si pudo dormir esa noche, con remordimientos que le picoteaban como aves de rapiña la cabeza calva escondida bajo las frazadas.

Al otro día se le ocurrió una idea. Llamó a Dorotea y le pidió ayuda. La anciana se intrigó ante el tono misterioso de su inquilino.
- Dorotea, tengo un problema y voy a desaparecer de Montevideo por unas semanas. Seguramente alguien va a venir a preguntar por mí. Les dices que me fui a la casa de mi hermana, no mejor diles que me morí. Sí, exacto, sin más ni menos.
- Pero… ¡como se te ocurre, hombre! En qué lío te has metido, ¡sinvergüenza!
- Nada serio en realidad. Pero quiero mudar de aires por un tiempo. Te prometo volver, es solo hasta que pase una posible tormenta. Tu hechas a correr el rumor de mi partida al Purgatorio, y todos se quedarán tranquilos pensando que podía ser peor. Muchos me desean el Infierno pero yo les digo que no es de buen cristiano desear esa condena por un negocio fracasado.
- No sé, todo esto es muy extraño.
- Es cierto, pero estoy en un apuro. Le contás a la gente que pregunte por mí que tuve que marcharme de urgencia y que me morí de pronto de un infarto en algún lugar del litoral, no sabés dónde, y que me enterraron en el pueblo de mi familia. Cuál? Pues no tenés idea porque nunca te lo conté ¡Y listo!
- Estás loco de atar. Pero si es lo que querés, pues te haré finado. Y tus cosas de la pieza, y el alquiler?
- Dejá todo como está, después de un tiempo regreso y explico que todo fue un malentendido. Con todo esto de la dictadura la gente desaparece, yo tuve suerte y solo fue por un tiempo y vos creías en el rumor que había estirado la pata.
- Estás más loco que una gallina, pero me tenés que pagar el alquiler, eh?!
- Gracias Dorotea, ya te recompensaré por esta gauchada.
- No me prometas nada, mentiroso. Y andate que no quiero estar frente a un fiambre.

Renato Peñarol hizo la valija y se dirigió al mediodía a la estación del ómnibus interdepartamental. Se había calado el sombrero hasta las orejas y con las solapas subidas del sobretodo era difícil
reconocerlo. Hacía frío y nadie se extrañaría de su empeño por mantener el viento a raya. Se subió al coche de ONDA, la empresa que hacía el recorrido entre Montevideo y Paysandú donde pensaba refugiarse en uno de los pueblos cercanos a la capital sanducera. Lo tentaba también la idea de cruzar a la vecina ciudad argentina de Colón, al otro lado del río. Ya vería que decisión  final iba a tomar, pensó mientras se dirigía al ómnibus cuyo motor ronroneaba perezosamente.

El guarda del autobús recibió el boleto que RenatoPeñarol le extendió, lo cortó a la mitad y le entregó el comprobante. Le tocó el asiento número 13. No sin cierto desagrado se sentó junto a la ventanilla y corrió la cortinilla para poder dormirse lo antes posible. Nadie se había sentado a su lado -¡Por suerte! - pensó mientras sacaba su lapicera fuente y escribía meticulosamente algo en un  trozo de papel que apretó cuidadosamente en la palma de su mano. “Es por cábala” murmuró para sí mismo y sonrió tranquilo,  mientras el sueño iba cerrando sus párpados extrañamente cada vez más pesados. Sintió que esa pesadez invadía sus brazos y las piernas, y suspiró ante la idea de que dormiría como un lirón durante todo el viaje.

La primera etapa del recorrido había llevado unas tres horas con una sola parada para que los viajeros con destino a Trinidad bajaran, y los que continuaban fueran al baño, tomarán un café o estiraran las piernas mientras esperaban continuar el viaje. Otras tres horas después el conductor anunció a viva voz la llegada a destino. Los pasajeros empezaron a levantarse perezosamente después del largo viaje y a recoger sus pertenencias.

- Voy a inspeccionar a ver si alguien se durmió sin escuchar el aviso- dijo el guarda al conductor mientras comenzaba a abrirse camino entre los pasajeros en el pasillo.

Lentamente caminó observando los asientos del autobús hasta que al llegar al número 13 descubrió que allí había uno que no había advertido el aviso.

- Señor! Hemos llegado a destino - advirtió el guarda en voz baja para no asustarlo. Al ver que no despertaba lo sacudió más fuerte y entonces descubrió la palidez del rostro, la vidriosa mirada  y la rigidez del cuerpo. Acercó dos dedos al cuello de Renato Peñarol y descubrió que no había pulso. La piel estaba fría. El hombre se había ido en un sueño, constató.

- Ramón, Ramón, tenemos un fiambre. El segundo en el mes - avisó con voz apesadumbrada  al conductor, arrepintiéndose enseguida por la presencia de los pasajeros que no habían descendido todavía. Ellos empezaron a murmurar y una mujer rompió a llorar. Un hombre a su lado le susurraba tratando de que se calmara.

- Llamá a la ambulancia. Nosotros no podemos hacer nada -  dijo el conductor con indiferencia.
- Sí claro,, voy enseguida y llamo -respondió el guarda que pidió a los pasajeros que desalojaran el vehículo lo más rápido posible y se quedó un instante más junto a Renato Peñarol. Después de cerrarle los ojos, murmuró una oración que sabía a medias, se persignó y bajó del ómnibus para esperar a la ambulancia. La policía ya había sido advertida y dos agentes subieron al ómnibus. Constataron también la muerte de Renato Peñarol y uno de ellos observó que en la mano abierta del muerto había algo escrito. Los dos pudieron leer las palabras prolijamente escritas en un trozo de papel: “Perdón, lo intenté pero no pude”.

Se cuenta que la gente que conocía a Renato Peñarol mantiene viva su memoria en los boliches que frecuentaba . Allí los amigos aún recuerdan las anécdotas y las hazañas del seductor e incansable charlatán que todos recordaban con cariño.

Dorotea, apenas se enteró de que Renato Peñarol había cumplido involuntariamente con el destino que se había fijado antes de partir, se apresuró a vender las cosas que él había dejado a su resguardo  y alquiló inmediatamente la habitación. Era ropa y utensilios de calidad, porque a pesar de la pobreza el hombre conservaba lo que en épocas de bonanza había comprado a buen precio. Dorotea sonrió al pensar que ella sí había hecho un buen negocio y todavía sin proponérselo. “Que Dios te tenga en la gloria, Renato Peñarol!” murmuró Dorotea mientras contaba el dinero que había logrado por la venta de las pertenencias de su antiguo inquilino.  

                                                                                  *
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