Los últimos acontecimientos ocurridos después de la reunión entre el presidente de EEUU D.Trump y el presidente de la Federación rusa V.Putin, se expandieron como círculos concéntricos sobre la superficie del planeta. El presidente que todavía pretende ser el hegemón del planeta, recibe con la alfombra roja al que prácticamente todo occidente trata como el maléfico, el nuevo Hitler, asesino de niños, expansionista y el nuevo zar que, empecinadamente, busca de invadir a la pobrecita EU hasta Lisboa.
Sí, este es el discurso que diariamente vivimos a través de ese conglomerado que emerge en un combo formado por los voceros de los gobiernos neoliberales, los consorcios mediáticos, incluidos los públicos que han perdido toda medida de imparcialidad, el complejo militar industrial, o lo que queda de él en la UE; la academia, alineada con esa narrativa, mientras que rige la mordaza para politólogos y otros académicos que buscan un equilibrio en ese relato, donde el punto de vista de los rusos nunca aparece. Nunca verás a Putin ni a Lavrov argumentar porqué, como y cuándo se inició realmente este conflicto. Hablar de ello es prácticamente traición, cuando debería ser la norma para entender las causas y negociar para acabar esta guerra y proteger los intereses de Ucrania y Rusia, ambas con derechos y reclamos legítimos.
La OTAN, la UE y la mayoría de los gobiernos europeos están empeñados, sin embargo, en ganar una guerra por encargo, que ya hace tiempo no solo está perdida y le cuesta posiblemente a Ucrania más de 1:700 mil vidas entre muertos y desaparecidos (1), destrucción masiva de aldeas, ciudades e infraestructura con el objetivo final de debilitar a Rusia y balcanizarla, si es posible, para conquistar lo que siempre está detrás de cada guerra que en este caso Occidente ha iniciado a través de la historia: recursos naturales como minerales, petróleo, gas, tecnologías, además de fuerza de trabajo, conocimiento y sumisión de la población. El viejo sueño del Reino Unido, Francia, Alemania, que cuando lo intentaron, mordieron la amarga fruta de la derrota, y dejaron millones de vidas rusas en el camino, y propias cuando fueron vencidos.
Trump, al parecer, se ha resistido a cumplir con ese papel de complicidad con la OTAN y Bruselas, que el llamado estado profundo quiere obligarlo a obedecer, es decir, todas las agencias de inteligencia estadounidenses, los políticos neoconservadores, otra vez los medios corporativos, la academia ensobrada e ideológicamente embanderada con él globalismo imperial de los consorcios y los llamados Think Tanks. Por supuesto, el complejo industrial militar, este sí con una presencia muy activa, porque a mayor conflictos bélicos en el planeta, más grande es la torta a repartirse entre los consorcios líderes como Lockheed Martin, Northrop Grumman, Raytheon, General Dynamics, Boeing, en EEUU, y en Europa occidental se destacan: Rheinmetall (Alemania), BAE Systems (Reino Unido), Thales (Francia) y Leonardo (Italia)(*) Este es el gran negocio con el que Trump quiere seguir haciendo caja para aliviar la deuda que aplasta a su país, (casi 60 billones de dólares) al mismo tiempo que afirma buscar la paz en el mundo. Alguien lo ha comparado como un muñeco de cuerda, cuando la cuerda está al tope proclama la paz y la diplomacia; a medida que afloja la cuerda, su relato va cambiando y habla de sanciones, reglas de seguridad, inaceptables para Rusia, con la finalidad de conformar a sus aliados europeos. Caos y poco apego, quién sabe como lo definirá la historia a este hombre cuando no quede más de él que el copete naranja, hoy todavía adosado a su cabeza, en algún escaparate de un museo como recuerdo del gran hombre que quiso ser, pero que el remolino del estado profundo (esos hombres de trajes oscuros y corbatas azules) lo devoró sin compasión.
(*) https://es.statista.com/grafico/
(1) El grupo de hackers Killnet, aparentemente rusos, han revelado, luego de hackear el sistema de datos de la Defensa de Ucrania, que el país habría perdido más de 1:700 mil soldados, entre muertos y desaparecidos, en esta sangrienta guerra que, según los más pesimistas, podría alargarse por muchos meses más, sino años, en caso de no llegar a un acuerdo de paz.


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