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sábado, 22 de mayo de 2010

Justicia social en el cementerio


En Suecia, desde hace décadas, los trabajadores han luchado por profundizar la justicia social en base a un reparto más justo de la riqueza. Es evidente que esa lucha a tenido sus idas y venidas, pero es innegable que de todas formas mucho se ha logrado en ese esfuerzo por mantener una economía de mercado y un sistema impositivo que como herramienta de reparto, mantenga a la clase trabajadora disciplinada y con poco ánimo de tomar medidas de fuerza contra las injusticias que todavía perduran en el sistema y que con el tiempo parecen agravarse.

Como no hay ni habrá ningún sistema perfecto en este orden, hay que reconocer que los suecos han logrado sin embargo una igualdad ante la muerte en sus cementerios. Recorriendo el cementerio Skogkyrkogården de Estocolmo con mi bicicleta, a la que llamo Pantera Rosa por su color y velocidad, me he dado cuenta que la similitud y sencillez de las lápidas que existen entre los que han abandonado este mundo es muy similar, a pesar de las diferencias sociales que tuvieron cuando estaban vivos esos muertos que hoy descansan en este tan particular cementerio, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.


El mismo fue diseñado por los arquitectos Gunnar Asplund y Sigurd Lewerentz en 1921,
como un enorme parque donde el bosque de abetos, pinos, hayas, y otros múltiples tipos de árboles dominan el paisaje que en este mes de mayo se llena de flores.

Y nombro este episodio no sólo por el valor simbólico que tiene, sino también comparándolo con los cementerios de muchos países latinoamericanos donde la riqueza y la opulencia de los muertos también se destacan en el lujo de sus tumbas. Una que me quedó grabada fue en una visita el Día de los Muertos al cementerio central de Ciudad de Guatemala. Allí un potentado que seguramente construyó su fortuna en base a la desgracia de sus trabajadores, se hizo construir una pirámide al estilo de los faraones y hasta con dos leones a la entrada de la misma.

Al recorrer Skogkyrkogården esta mañana de mayo, uno puede observar cómo las personas que visitan a sus parientes fallecidos, limpian las tumbas y adornan con nuevas flores y canteros el lugar de descanso de sus seres queridos. Las lápidas varían muy poco entre ellas, siendo de granito el material preferido con inscripciones doradas o sólo repujadas en la piedra.

Esa especie de igualitarismo tumbero se completa con el canto de los pájaros que invaden todo el parque con sus trinos. Los mirlos dominan con su bello canto la atmósfera matutina, pero otros pájaros no menos cantores demuestran también sus cualidades de barítonos y sopranos como regalo para el oído. Para mi sorpresa, en una zona sin tumbas y con aspecto más boscoso de este enorme parque, me encuentro con un cervatillo a unos treinta metros que me observa receloso cuando detengo la bicicleta para ver como reacciona. Se queda mirándome inmóvil, como una estatua de bronce, sin mover un sólo músculo durante un par de minutos, hasta que inconscientemente levanto un brazo para pasarme la mano por el pelo, y es entonces cuando de un salto se esconde entre los espesos arbustos.

Un encuentro casual en este paraíso socialista visitado por miles de personas de todo el mundo. Hace poco me encontré con un grupo de estudiantes de arquitectura de Montevideo que visitaban entre otros monumentos emblemáticos del arquitecto Asplund, el cementerio de Skogkyrkogården.

Tal vez Karl Marx y otros tantos teóricos de la justicia social deberían solicitar el pase a este cementerio. Si sus doctrinas políticas nunca llegaron a cumplirse, por lo menos es este cementerio donde descansa no sólo Gunnar Apslund sino también Greta Garbo y otros tantos famosos, conocerían la perfección de la igualdad ante la muerte.

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