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miércoles, 21 de abril de 2010

Pasión a todo precio


Ana González hechó un último vistazo al salón y a la cocina de su apartamento que había arreglado con mucho cuidado. Iba a recibir una visita muy importante para sus intereses y no quería descuidar detalles. De ello dependía la suerte que la esperaba allí al alcance de la mano, o el fracaso que estaba a la vuelta de la esquina.

Miró las copas de vinos que brillaban a la luz de las velas rojas que recién había encendido. En eso sonó el timbre de la puerta. Se miró por última vez en el espejo, se alisó el cabello y luego la falda, y con pasos lentos se dirigió a la puerta.

-Hola, anda pasa! - Le dijo a la recién llegada.
-Que tal? – dijo Ingrid Vitberga con voz vacilante y mirando por encima del hombro de Ana.
-Todo bien. Tranquila. Él no está aquí.
-Claro, pero cuándo llega?
-A eso de las once. Después que termina la guardia en el hospital.
-Ok. Todavía falta bastante.
-Pues sí. Por eso he preparado la mesa para que comamos algo y bebamos un poco de vino. Te parece?
-Bueno, si te has molestado- respondió Ingrid fríamente y algo sorprendida por la bienvenida y sin mucho entusiasmo.

Hacía meses que ambas mujeres se disputaban la atención y el amor de Luis Caicedo, un joven originario de alguna ciudad costera de algún país del Pacífico sudamericano, algo que todavía ninguna de las dos tenía muy en claro con precisión. Esto porque Luis siempre rehuía decir con exactitud si venía de Perú, Ecuador o la misma Colombia. Razones de seguridad, argumentaba misterioso, al mismo tiempo que hacía un gesto con la mano al alisarse el pelo ondeado que se estiraba con gomina. Disfrutaba con su aire de misterio de amante latino a pesar de sus piernas algo cortas y su cara marcada por el paso de la viruela. Sabía que su fealdad era un atractivo para muchas mujeres y lo aprovechaba al máximo explotando su simpatía y el aire ligero y bromista con que encaraba cada conquista.

Ingrid estaba convencida de que ella era la preferida de Luis, sobre todo ahora, cuando sentada frente a Ana la veía servir el vino, no podía dejar de ver que era una chica entrada en quilos, pechos enormes y un abultado vientre. Qué vería Luis en esa mujer? Se preguntaba al mismo tiempo que alzaba la copa y hacía un falso brindis con su copa sin mirar a los ojos a Ana.

-En mi país es obligación mirarse a los ojos cuando uno brinda- dijo con una sonrisa Ana.
-Disculpa, estaba distraída.
-No es nada. Salud! – dijo Ana y chocó la copa de Ingrid con más fuerza que la necesaria.
-Skål!- respondió Ingrid en sueco.
Ambas se llevaron la copa a los labios y bebieron del vino rojo como la sangre.
-Está bueno, no? Es un vino italiano muy apropado para la comida que estoy haciendo... sabes?
-Sí, es muy frutado- respondió Ingrid sin saber muy bien cuál era el adjetivo más correcto en esa ocasión.

Ana encaminó sus pasos a la cocina y apreció con una olla que humeaba y despedía un aroma delicioso a salsa preparada con hierbas, tomate fresco, basílica, ajo y cebolla, y flotando dentro de ella unas costillas de cordero que parecían estar gritando para que se las devoraran. Ingrid sintió que el nudo que tenía en el estómago se le aflojaba. El vino le había soltado un poco esa tensión que la había atenazado, y ahora el aroma de la comida desataba los últimos nudos de su resistencia, y sin darse cuenta bajaba la guardia ante el despertar de sus sentidos.

-Sabes, tengo pasión por los guisados y todo lo que se pueda meter en una olla. Mi tía abuela me enseñó a cocinar cuando era chica. Y desde entonces no pierdo oportunidad de preparar una buena comida guisada si tengo visitas- la voz de Ana resonó convincente y tranquila en los oídos de Ingrid. Tal vez esa cita no iba a trascurrir como ella había pensado, es decir en un clima de agresión y reproches de ambas partes.
-Sí, mi madre también solía hacer guisos muy sabrosos – dijo Ingrid con voz neutra y probó el primer bocado que le llenó la boca con un violento sabor picante.
-Ohhh! Está muy picante para tu gusto? – preguntó Ana mientras sus pestañas parpadeaban intensamente. – Es que nosotros estamos acostumbrados a poner mucho aliño a las comidas, y el ají no puede faltar.
-No hay problema. Yo creo que el vino aplacará esa primera impresión- dijo Ingrid mientras bebía de la copa. Sentía que el chile le quemaba desde la lengua hasta el mismo estómago, y el rostro se le encendía como una antorcha, aunque la penumbra del salón aplacaba los colores.

La cena transcurrió en silencio, interrumpida a veces con una oferta de Ana: Quieres más pan? Un poco más de vino? Y las sonrisas ya más francas que iban y venían por encima de los platos y las copas.
Cuando ambas acabaron de comer se recostaron en el sofá a tomar café bien cargado y una copa de cognac para “apagar el incendio del guiso”, dijo Ana.

-Bueno, es hora que discutamos nuestro pleito – djio Ana mientras acomodaba un almohadón en su espalda.
-No tengo nada en contra. Pero Luis me ha prometido que ya no tiene nada que ver contigo.
-Ja! eso te ha dicho? Pues te ha mentido en la cara. Aquí viene seguido a fifar conmigo.
-Fifar?
-Sí, cojer, garchar, singar, o si prefieres más fino, copular.
-No es necesario que hables así. Yo le creo a él que me ha jurado que tú ya no eres nada para él.
-Así? Pues Luis no demuestra esa indiferencia cuando me visita. Y esta noche podrás apreciar tú misma cómo llega hecho un caramelo. Lo único que tienes que hacer es estar quieta, oculta detrás de ese mueble. Ya verás...
-No te creo. Me parece que lo único que intentas es dañar la imagen que tengo de Luis.
-No seas estúpida, mujer. Como todas la suecas eres más ingenua que una gallina. A Luis lo tengo bien agarrado de las pelotas, y no sólo con las manos...
-Por favor, no seas grosera. Luis me ha prometido que se mudará al norte y que allí nos casaremos. Además sus planes son abrir su propia empresa y radicarse en mi pueblo, en Dalarna. Eso es la verdad para mí...

Ana se retorció en el sillón. La cara iba adquiriendo un tono cada vez más púrpura, como si la sangre se deslizara a borbotones por los capilares de su nariz, mejillas y frente. Y no era el ají lo que la encendía.

- Mira, no sabes nada de nada. Ya te demostraré que tengo razón.
-No trates de convencerme. Me voy ahora mismo.
-Qué? Quieres perderte lo mejor?
-Ya no me interesa. Creo que mientes. Todo ha sido una farsa. Crees que puedes manipularme pero estás equivocada. Fuí una idiota en creer que podías tener buenas intenciones.
-Eso crees verdad? Que te vas a zafar de esta muy fácilmente, no? Venir aquí con aires de superioridad y hacerme sentir como una mentirosa...
-No, eres tú la que se ha metido en este asunto. Yo no te he molestado nunca. Luis es mío y sé que no me miente.

Ana se revolvió en el sofá e inclinó su cuerpo hacia adelante al mismo tiempo que su mano derecha buscaba algo detrás del almohadón de seda rojo que había acomodado a su lado. Algo brillante y alrgo apreció en su mano, y reflejó las luces de las velas todavía encendidas. Ingrid comprendió que estaba en peligro y atinó a emitir un grito de terror que le salió de lo más profundo de sus entrañas.
Al mismo tiempo Ana se incorporó y atravesó la distancia como un relámpago blandiendo el puñal en alto. La primera puñalada alcanzó a Ingrid en el hombro ya que no había tenido tiempo de abandonar el sofá y ponerse a distancia más segura. Ana estaba concentrada en su agresión con una mirada feroz, el cabello agitándose como un remolino cuando lanzó la segunda estocada, cortando el brazo de Ingrid que trató de parar el puñal con su brazo. Otro grito estridente salió de su garganta. Cobró fuerzas y antes de que Ana pudiera lanzar otra puñalada la empujó y pudo pararse, tratando de buscar una salida que la pusiera a salvo. Pero Ana estaba de nuevo de pié y atacaba con nuevos bríos con el puñal otra vez en alto. Ingrid corrió a la cocina y atinó a agarrar la cafetera todavía caliente y la lanzó sobre la cara de Ana que al recibir el impacto rugió como una leona herida. Ese segundo de confusión le dió tiempo a Ingrid para correr hacia la puerta de salida, pero cuando estaba abriéndola sintió en su espalda algo que la quemaba . La puñalada le penetró un pulmón e inmediatamente sintió el gusto a sangre en la boca.
-Creías que ibas a escapar, verdad? Maldita puta, te voy a cortar en pedacitos.
-Ana, por Dios, no me mates, estás loca? Socorro! – gritó Ingrid con todas sus fuerzas al mismo tiempo que manoteaba el pelo de Ana para detener la nueva puñalada que sin fuerza le hizo una herida en el cuello.
Ya su cuerpo chorreaba a sangre por varios lugares, y atinó a escupir abundante sangre en la cara de Ana cuando esta buscaba una vez más clavar el puñal en el pecho de Ingrid. Ambas rodaron por el suelo mientras Ingrid seguía gritando.

-Cállate maldita cerda. Nadie va a venir a ayudarte. Te voy a matar como te prometí. Luis será mío, entiendes? Mío, mío.míoooo...
Ingrid logró agarrar el brazo armado de Ana y pudo dominar por un momento los intentos que ella hacía de clavarle el puñal en el pecho. Ambas forcejearon e Ingrid vió su oportunidad de atacar con una dentellada feroz la cara de Ana, que gritó de dolor.
-Maldita hija de puta! Me has estropeado la cara! – gritó Ana al sentir que la nariz y la mejilla izquierda sangraban abundantemente. De pronto sintió que las fuerzas la abandonaban, soltó el puñal, y se llevó las manos a la cara. Cuando pudo sacarse la sangre de los ojos y alzó la vista, vió que Ingrid no estaba a su lado. Se incorporó, tropezó y al fin logró orientarse en ese ambiente manchado de rojo. La puerta del apartamento estaba abierta, y allí en el dintel estaba Luis, su Luis.
Sonrió complacida a pesar del dolor. Extendió los brazos hacia aquél hombre de baja estatura y bigote recortado. Luis se acercó a ella, la tomó por el pelo y le dijo con voz suave:
-Hola querida. He venido a terminar el trabajo. Olvídate de Ingrid. Sólo estás tú y yo.
-Sí amor mío. Ella no quería creerme que sólo existimos el uno para el otro. Traté de explicarle, pero la muy empecinada se negaba a ver la realidad. Mira como me dejó la cara...
-No te preocupes, de ahora en adelante no sentirás nada.
Y en la mano de Luis apareció el puñal brillante de sangre que se hundió suavemente en el pecho de Ana, produciéndole una quemazón en el corazón, ese fuego que había sentido por su Luis, y con una sonrisa en los labios cerró los ojos entregada totalmente a su pasión*

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