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viernes, 18 de mayo de 2012

El arte del timo en Italia

Esculptura de un mendigo en  Roma
Los timadores son embaucadores y en el peor de los casos estafadores, y pertenecen a una clase especial de delincuentes que pueden tener cuello blanco, vestir un uniforme o simplemente ser uno más del montón, y por supuesto existen en todas las sociedades. Su principal arte es obtener un beneficio económico a través de engañar a un organismo público, a personas o a instituciones privadas en un abanico de víctimas siempre renovables. Italia entre otros muchos países, tiene timadores que van por ejemplo desde Umberto Bossi, el fundador de Lega Nord, un partido fascista del norte de Italia, que se sospecha ha acumulado millones de euros para él y su familia estafando al erario público; o el más renombrado de todos, il cavaliere Berlusconi, hasta los ejemplos más humildes que voy a contar, porque fuí una posible víctima de esos timadores que sobreviven día a día tratando de ganarse unos euros en base a la ingenuidad o poca prevención del engañado. Ambas ocurrieron en dos estaciones de trenes, la de Florencia y Roma, donde pululan esta clase de personajes.

A la estación de trenes de Florencia se puede acceder también por una serie de pasillos subterráneos que evitan al peatón cruzar esas caóticas calles de tráfico intenso y conductores anarquistas. En uno de esos pasillos subterráneos estaba un hombre en una caja de cartón con sólo la mitad del cuerpo a la vista. Parecía estar mutilado de la cintura para abajo. Su cara congestionada por el dolor y la pena de tremenda invalidez, se expresaba a través de su voz las palabras "per caritá, aiuto, per caritá". Al acercarnos nuestras miradas se encontraron y en aquéllos ojos estaban reflejados un dolor arrastrado durante toda la vida. En esos pocos segundos pasan por delante de tus ojos imágenes de cómo las mafias explotan en Europa a estas personas para pedir limosna utilizando a un creciente número de discapacitados que muchas veces ni siquiera son concientes de la vida que les ha tocado vivir. Por eso me resistí a darle una limosna, una disyuntiva que todos en general tenemos al enfrentarnos con el mendigo. Pero el personaje metido en la caja de cartón, sospecho, llevaba su propio remunerativo negocio. Porque unas pocas horas después de haberlo visto retorciéndose de dolor y pena dentro de la caja de cartón, me lo encuentro a la salida de la estación, caminando muy campante y con mucha salud con un rostro donde se pintaba el final de una jornada no tan mala en cuanto a los euros recaudados. Mis sentimientos de culpa se diluyeron por no haber puesto la moneda en el vaso de plástico que llevaba en su mano al momento de pasar junto a él. Y no pude dejar de sonreír por el hecho de que fuera tan osado de que todavía se paseara por los alrededores de la estación como si nunca hubiera estado actuando en su pequeño y acartonado escenario.

La segunda experiencia fue en Roma Termini, al llegar desde Nettuno y buscar la combinación con el tren que nos llevaría al aeropuerto de Fiumicino. Una vez bajadas las valijas, nos dirigimos hacia los andenes donde salen los trenes para el aeropuerto. Caminamos a lo largo del andén y ya se podían ver a los personajes que están esperando sus eventuales víctimas para robarles las valijas, la billetera o timarlos de alguna manera. Uno con los años, desarrolla ese olfato para sospechar y vigilar a los que te vigilan, previniendo algún tipo de fechoría en un mar de gente que se cruza en esta estación que es el pulso vibrante de la antigua capital del imperio romano. Una vez alejados de esa muchedumbre comenzamos a buscar cual sería la mejor alternativa para comprar los billetes al aeropuerto, teníamos diez minutos para comprarlos y subir al tren que nos dejaría con el tiempo perfecto para arribar y hacer todos los trámites de rutina en la terminal aérea. Teníamos dos alternativas, o hacer una cola ante la ventanilla donde vendían los billetes, o comprarlos en la máquina automática. En esos segundos de indecisión se acerca un tipo muy simpático de unos cuarenta años, y se ofrece para ayudarnos. - Venga, venga, me dice, es allí donde se compran los billetes del tren, y señala una máquina pequeña adherida a una de las columnas de la estación. Su simpatía y su servicialidad me hacen acompañarlo ante la máquina y entonces me dice que introduzca 14 euros que es es el precio del billete al aeropuerto. - Yo trabajo aquí, y estoy a disposición de la gente para ayudarla, agrega. Yo miro la máquina indicada, lo miro al tipo y finalmente me convenzo de que todo es un timo porque la máquina, descubro, es para marcar la hora y el día en el billete. Lo miro, sonrío y me doy media vuelta y lo dejo plantado al "funcionario" de la estación. De qué forma se apropiaría de esos 14 euros he tratado de deducirlo por esa manía de los humanos de representarnos lo que podía haber ocurrido. Probablemente al no poder yo introducir los euros en la máquina, el tipo amablemente se ofrecería  para hacerlo él que conocía muy bien como funcionaba dicha máquina, y desaparecer imprevistamente entre la multitud dejándome con la boca abierta y sin billete. Al final, la máquina automática correcta fue la solución, todavía no integrada, al parecer, a la cadena de timadores que pululan en Italia.Por el momento...


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