Vistas de página la semana pasada

jueves, 8 de marzo de 2018

Cuentos en la Nube LUCHA DE CLASES y ALGO MÁS

La desigualdad entre hombres y mujeres cobra actualidad cada año el 8 de Mayo en buena parte del mundo, por lo menos allí donde las mujeres hace décadas enarbolan banderas reivindicativas y muestran la desnuda realidad. Este cuento lo publiqué hace un tiempo, pero creo que es un buen ejemplo de cómo se reproducen esas desigualdades, incluso allí donde sería más fácil verlas y cambiarlas.

Todavía había una luz natural debilitándose lentamente a las cuatro de la tarde cuando Cecilia atravesó la calle solitaria castigada  por el viento y la nieve, donde la noche muy pronto sembraría mantos de sombras. Iba pensando en el resultado de la última reunión del sindicato y el tema que más le interesaba, los derechos de la mujer y la igualdad salarial, donde a pesar de la retórica y las palabras bonitas de sus compañeros, poca cosa había cambiado. Y de esto hacia décadas. Entró en un bar y pidió una copa de vino tinto de la Rioja,  y abrió su libreta de apuntes. La repasó cuidadosamente y se dio cuenta que de una forma velada los otros miembros de la dirección del sindicato evitaban el tema mocionando sobre otros asuntos y relegando el suyo. Ya se vería reflejado en el protocolo de la reunión dónde lo habían situado, pero no le cabía dudas que en el último lugar, olvidado. Estaba acostumbrada a esas maniobras que parecían justificadas a los ojos de los demás. O sea, sobre su propuesta de discusión, poco o nada, pensó convencida del mal trago que la esperaba. Todo el mundo en la reunión querían marcharse temprano a sus casas.

Se aflojó el cinturón del abrigo negro que le estaba causando ya mucho calor y lo colgó en el respaldo de la silla. Miró a su alrededor y vio que Víctor se acercaba a su mesa. Él también había participado de la reunión, y entre el grupo de hombres que integraban la dirección del sindicato, era con el que podía discutir sin prejuicios los temas de la igualdad entre los géneros en la empresa.

- Hola Cecilia -saludó Víctor a su compañera. - Pensé que estarías aquí antes de irte a casa.

- Hola. Sí vine a poner orden a las ideas después de esta reunión tan poco fructífera.

- ¿Que fue lo que más te molestó? -preguntó Victor, sondeando el estado de ánimo de su compañera mientras se quitaba la chaqueta de cuero y la gorra vasca con la que acostumbraba a cubrir su cabeza.

- Deberías saberlo tan bien como yo - respondió con voz tensa Cecilia. - La indiferencia hacia el tema de la mujer en nuestro lugar de trabajo me causa una terrible decepción. Y a nivel nacional no es distinto. En estas reuniones siempre hay una mayoría de hombres que echan para atrás  mis planteos. 

- No deberías ser tan dura. Es difícil para estos veteranos, que todavía son mayoría, pensar en cambiar las reglas de juego a favor de las mujeres

- ¿Pero como es posible que no vean la injusticia en la diferencia de salarios entre hombres y mujeres? ¿Acaso no hacemos el mismo trabajo? ¿No se llenan la boca con el igualitarismo y la explotación injusta del obrero? - dijo Cecilia convencida que ese argumento debía ser decisivo para que se comprendieran que sin mujeres los hospitales, las escuelas, las fábricas y otros muchos servicios más elementales donde trabajaba una buena parte de la mano de obra femenina, se paralizaría.

Víctor se rascó la mejilla derecha y bebió un sorbo de su whisky. Se aflojó la corbata de color rojo y suspiró disimuladamente.  Sabía que Cecilia tenía razón, pero él había adoptado una posición neutral a la hora de discutir los temas salariales y las diferencias en las condiciones de trabajo entre hombres y mujeres. Sabía que los patrones presionaban a la dirección sindical para que obviaran el tema del salario igualitario, aunque resultara escandaloso a la vista de los resultados y las protestas. La prensa publicaba cifras sobre esas diferencias que en algunos sectores de la economía eran verdaderamente incuestionables. 
La espada de Damocles que tenían los sindicatos era la amenaza de la patronal de retirarse de la mesa de negociaciones. O en el peor de los casos, el cierre de las fuentes de trabajo.Y el gobierno temeroso del fantasma de la inflación, siempre amenazando en el horizonte, presionaba a su vez a los patrones y sindicatos. Nada de aumentos salariales descontrolados, era la advertencia que bajaba desde el palacio de gobierno.

- Reconozco la injusticia que viene de muy lejos -dijo Víctor. Pero estas cosas no se cambian de un día para el otro. Como miembro del partido de gobierno tengo que atender las razones políticas que frenan esos reclamos. La dirección del sindicato quiere que suavices el mensaje. De lo contrario la organización puede dividirse.

 - Sé que te debates entre una posición de apoyo a mis argumentos y a las razones que tiene el sindicato y el partido para seguir frenando nuestro reclamo - le dijo Cecilia. - Y tal vez seas sincero. Pero no te olvides que las mujeres somos las tres cuartas partes del personal de la empresa. Tenemos la fuerza potencial para causar un buen sacudón, pero todos especulan que somos débiles a la hora de de unirnos y enfrentarnos con la patronal, que todavía no somos un puño cerrado como los hombres cuando se organizan y luchan. Sin embargo te digo que voy a hacer todo lo posible para revertir esa situación. ¡Y al carajo con bajar el tono! - dijo con un grito contenido Cecilia con un mesiánico  brillo en los ojos.

 - Estoy convencido de que lo harás, pero será como luchar contra los molinos de viento. Los sindicatos, y el nuestro en particular, son menos fuertes de lo que parecen, - afirmó Víctor desesperanzado. - Y solo con una revuelta femenina no alcanza. 

 - Pues ya veremos-. Adiós. Te veo mañana en el trabajo - se despidió Cecilia furiosa mientras se ponía su abrigo negro de grueso paño y sacaba de uno de los bolsillos un gorro de piel que le cubría la cabeza y buena parte de la cara.

Afuera persistía el mal tiempo y ya se había hecho de noche cerrada en el mes de diciembre. Sin embargo la comuna había iluminado las calles principales con luces de muchos colores en espera de la Navidad. La gente encorvada por el frío pasaba apresurada cargando paquetes envueltos en papeles brillantes con cintas rojas, amarillas y verdes. Ella todavía no había tenido tiempo para las compras navideñas, pensó sintiéndose  culpable.

Con pasos lentos Cecilia enderezó hacia la parada del bus, pero no podía dejar de pensar en aquél tiempo cuando llegó como refugiada al país escandinavo donde tanto se hablaba de la justicia social, la libertad y la igualdad entre los ciudadanos sin importar el color, el género o sus convicciones políticas o religiosas. Veinte años después, luego de pasar por las distintas instancias por la que atravesaban la mayoría de los refugiados, es decir aprendizaje del idioma, estudios más avanzados para capacitarse en un oficio o profesión, en su caso ingeniera  electrónica, Cecilia comenzó a trabajar en una empresa perteneciente a un consorcio internacional sueco. Allí fue dándose cuenta de las diferencias que existían entre mujeres y hombres. Estos ocupaban generalmente los puestos más altos en la jerarquía de la empresa, y apenas alguna mujer lograba ocupar un puesto de mando.

 - Es un orden estructural que es muy difícil de romper, alentado además por la patronal - le había dicho Irene, la representante de las trabajadoras de la sección donde Cecilia se incorporó  por primera vez.

 - Estadísticamente según la patronal las mujeres hacemos uso de más días libres que los hombres por enfermedad, por el cuidado de nuestros hijos cuando enferman, el estrés, los embarazos y las licencias por maternidad. Todo eso nos mantiene mucho tiempo alejadas del trabajo. Esto lo aprovecha la patronal en nuestra contra para no subir los sueldos.  

- ¿Pero no hay buenos argumentos en contra de esa forma de ver las cosas?  ¿Es que acaso el cuidado de nuestros hijos no es también una inversión de la sociedad para el futuro? Más días de ausencia por enfermedad, ¿acaso cuando trabajamos no producimos tanto o más que los hombres? ¿A que no hay estadísticas sobre esto? ¿No sería posible mejorar la situación de la mujer a través de mayores impuestos a los sectores que apenas los pagan?

- Subir los impuestos es pecado, hablando en términos bíblicos. Actualmente es así, perderían votos ¿y a qué político le gusta perder el poder por una decisión de este tipo? ¿A favor de nosotras las mujeres? Pues todavía no se produjo ese milagro - le comentó Irene, a la que solo le faltaban seis meses para jubilarse.

Los años fueron transcurriendo y en cada negociación salarial Cecilia veía que se repetían las mismas pautas en la negociación. Las mujeres nunca llegaban a alcanzar el nivel salarial de los hombres a pesar que eran la base misma de toda la labor en la producción. Por eso decidió comprometerse y trabajar sindicalmente para tratar de influir en las decisiones del sindicato. Hacía ya doce años de su compromiso. Pero resumiendo todo lo que había vivido a lo largo de esos años, las cosas poco habían cambiado a pesar de su perseverancia.

Cecilia llegó al fin a la parada del bus, y allí esperó hasta que el bus 4 que la llevaba a su casa arribó, y junto a otros pasajeros se apresuró a entrar en el vehículo cuya atmósfera atemperada  los recibió con una caricia. Se bajó en la parada de su barrio, un complejo habitacional de los años 60, y caminó los cien metros que la separaban de su hogar. Allí encontró a Leandro, su marido, mirando la TV y a sus dos hijos, Alejandra y Mariano, jugando y correteando por los pasillos del apartamento.

- Hola cariño - la saludó Leandro - Los chicos no han comido nada desde que llegaron de la escuela. Y ahora dicen que tienen hambre. Compré unas salchichas y hamburguesas que están en la heladera. Cuando quieras podés hacer de comer y cenamos, amor… Yo también tengo hambre.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Le agradecemos su comentario referido al tema. Cada aporte es una gota de reflexión sobre temas que interesan o preocupan. Suscríbase si desea seguir leyendo las notas y relatos de este blog.Es gratis.