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domingo, 4 de agosto de 2013

¿Donde vamos a parar?

La intolerancia es un fenómeno que crece en muchas sociedades europeas y no  europeas. Un amigo me escribió pensando que alguien había jaqueado el blog por el contenido del texto que no tenía el perfil que suele tener. Pero este relato en realidad quiere mostrar cómo la intolerancia se adueña de la psique del hombre y hasta las cosas más simples despiertan una agresividad a veces difícil de imaginar y comprender. El resentimiento y la envidia también son cartas que juegan en contra de aquéllos que ven sus vidas frustradas y tal vez sin esperanza. Nadie debe sentirse señalado. Es un cuento en primera persona y no un panfleto dirigido a nadie en particular. 

Sé que vos sos más tolerante y estas cosas no te importan tanto. Pero a mí me tienen podrido, me sacan de mis casillas y tengo que cambiarme de asiento para caer de nuevo en la misma situación. No sé, la gente se ha vuelto cada vez más insoportable, no respetan nada, ni a sí mismos, te das cuenta? Cada vez que viajo en el metro o en el bus un idiota se me sienta al lado con la música de marcianos en las orejas, pero haciéndose el boludo, porque aunque tenga auriculares grandes como orejas de elefante no le importa que nos apeste el viaje con esa cosa que llaman rap o algo por el estilo. Y no te digo cuando suena un teléfono o alguien empieza a teclear un número. Por Dios! cuantas estupideces hay que escuchar. No alcanza con hablar que faltan papas y tomates para la cena, leche y café para el desayuno o que no te olvides de ir a buscar a los chicos a la guardería. No, los jetones tienen que alardear de sus conquistas del fin de semana, de que la mina tenía las tetas como melones o el culo como una pera. Sí te digo que sí, he escuchado esas barbaridades, y no te cuento los pelotudos que hablan de negocios como si estuvieran en sus oficinas. Que vendí tantas acciones, que la venta de autos subió un 10 por ciento en la agencia de tal marca “gracias a mí”, se ufanan todo el tiempo. Y las mujeres, otro desquicio de conversaciones telefónicas que me llevan a taparme los oídos ante tanta frivolidad. Sí, hablan del color de las uñas, o el color del pelo, del vestido que recibieron de regalo, del novio desgraciado que las abandonó. Unos dramas sacados de las películas de Hollywood, contados desfachatadamente. Se han olvidado de la privacidad. Y no te asombres que hablan de sus amigas a veces con una envidia que corroe. Sí, que esa amiga se creía más importante porque aquélla noche llevaba un vestido y unas joyas que le habían costado tanto y cuanto. O que le habían quitado el novio porque ella todavía no había querido abrirse de piernas, y la otra sí. Como te digo, no hay respeto. No existen ya barreras entre lo público y lo privado. Y decime, vistes esas guachas que ahora se ponen esos pantaloncitos súper, pero súper cortos y eso que llaman top, y que muestran la mitad de los pechos? Y se te sientan enfrente mostrando prácticamente todo, y uno no puede dejar de mirar esos muslos redondeados y firmes. Mi mujer me codea cuando me descubre mirando de reojo a la chica que viaja enfrente. Y que puedo hacer yo ante semejante descaro? Cerrar los ojos? Porqué no imitan un poco a las musulmanas, eh? Se tapan un poco más, un poco más de pudor, por favor! Después nos llaman machistas, sí machistas porque les miramos el culo. Pero si ellas lo lucen muy orgullosas. No es acaso el juego al que someten a los hombres? No lo hacen para lucirse ante los tipos y las otras chicas, para que las envidien y las deseen? Sí, un amigo psicólogo me dijo que todo está en mi propia imaginación! Pero que me decís de la imaginación de ellas cuando se miran al espejo? Porque hay una terrible competencia entre las propias pendejas desesperadas por engancharse con el boludo que juega al básquetbol o al fútbol en el equipo del colegio. Se desperan por ser originales y al final se parecen más unas con otras que los garbanzos. Sí, están contaminadas por las series de la televisión yanqui. Y por esas redes sociales,  donde tienen una vida paralela sin que los adultos sepamos nada. Y no te digo nada de los maricas, que ya no son como antes, discretos y reservados. No ahora se visten y desfilan por las calles en esa caravana de disfrazados, sí eso que llaman Pride, vestidos con plumas y de bikini, meneándose como si estuvieran en el carnaval de Rio. Decime, dónde mierda vamos a parar? Dónde están los saludables valores de la iglesia, o incluso los del partido? A veces creo que todo esto es obra del diablo, cómo será la cosa! Y mirá que yo no soy muy religioso,eh! Hace años que no voy a la misa, pero creo que es hora de empezar a ir os domingos, y rogar por ellos. Sí, a lo mejor no sirve para nada, pero por lo menos me da el consuelo de que me preocupo por esta juventud descarriada. Y no quieras saber que mis propias hijas tampoco me respetan. Sí, me tratan de anticuado, de prejucioso, que no tengo sentido del humor, que lo único que pienso es en el sexo. A mí, que durante tantos años he vivido casi en celibato porque mi mujer me dice que está cansada, que le duele la cabeza, o que ya no tiene ganas. Yo anticuado machista! Hay que ver, las cosas que tengo que escuchar de estas imberbes que me presentan novios mes por medio. Tipos peludos o pelados, con eso que llaman piercing colgados de la nariz o de las orejas. Uno de esos guachos tenía esas cosas en las tetillas. Y no me nombres lo de los tatuajes. Ya no hay parte del cuerpo donde no se pongan un papagayo, mariposa o la hoz y el martillo. Lo que comenzó siendo una moda entre presos y marineros se ha convertido en un negocio brutal. Hasta las chicas se llenan el cuerpo con esas figuras de dragones, serpientes o mariposas. Decime, donde vamos a parar? Y el presidente más pobre del mundo que quiere legalizar la droga? Sí, no sabías? La “marijuana”,  la que vos y yo fumábamos a escondidas en el colegio. Bueno, ahora el estado se hará cargo de la producción distribución y venta. Dicen que es para sacarle el negocio a las mafias. Qué le van a sacar! Se van a volver todos unos narcómanos! Te das cuenta? Sí, no me cabe duda que este mundo va marcha atrás, que estamos hundidos, viejo! No sabés lo jodido que está todo. Vos claro, tenés tu casa hermosa, dos coches y una familia maravillosa. Por eso te das el lujo de ser tan tolerante. Estas cosas ni te rozan. Desde que te recibiste de arquitecto y te viniste a este país, en la misma época que yo, verdad? - te metiste en el negocio de la construcción con ese bandido que reparte coimas a todos los políticos para ganar las licitaciones, las cosas van para vos viento en popa. Proyectos de urbanización, edificios públicos, cualquier cosa que se construye lleva tu firma en esta ciudad. Yo sigo clavado en lo mismo de antes. Sí, no puedo salir de ese pantano, por eso quería hablar contigo, pedirte si podías tirarme un cable para poder dejar este trabajo de mierda antes que me llegue la hora de pensionarme. Que no tenés nada? Que la cosa está jodida? Bueno, no sé porque me hice tanta ilusión, la verdad que siempre fuiste bastante mierdoso, vos sos al fin y al cabo también un fanfarrón de esos que creen que se la saben todas. Sí bueno, me importa un pito. Ahora ya llegué a la estación y me bajo. Ahora corto, sabés? Una pasajera a mi lado me mira con cara de pocos amigos. Que se joda! Ah, y sabés una cosa? Te podés irte a la puta que te parió!



                                                                                              ***

domingo, 6 de enero de 2013

El número de la suerte tiene dueño

La mañana comenzó nublada y Toto agradeció a Dios que le hiciera la jornada más aliviada. Ese verano las temperaturas eran muy altas y recorrer el pueblo en bicicleta bajo el ardiente sol era un suplicio.
       -  Viejo, te vas ahora? le preguntó Ramona, su mujer.
   Sí, después que infle las ruedas de la chiva empiezo el recorrido.

Toto abrió el bolso y sacó los números de lotería que tenía para ofrecer a sus clientes. Miró su humilde casa y la revistió con su fantasía de colores, comodidades y un jardín espectacular donde las flores competían con los tonos del arcoiris. Carajo! si a él le tocara alguna vez sacar la grande. Se rió de sí mismo y miró los números, y como se los sabía de memoria fue recorriendo mentalmente la larga lista de clientes a quienes debería venderle la fortuna para que posteriormente festejaran con champán. Sí, hacia tiempo que la suerte no visitaba al pueblo, pensó Toto mientras subía a su bicicleta. Su mujer salió hasta el portón de la casa y lo despidió otra vez mientras su perro jadeaba a su costado, esperando la señal para que corriera detrás de su rueda. Pero el silbido no llegó esta vez, y Pompeyo se quedó mirando cómo se alejaba.
Toto recorrió mentalmente otra vez la lista de clientes, y el primer lugar a visitar quedaba cerca de su casa. Bajó de su bicicleta, saludó a un cliente que salía del bar del gallego Gutiérrez, y entró saludando a los otros parroquianos.

       -  Buen día, buen día...un numerito para la Grande  de fin de año ? Hoy nos toca la grande, señores.
       -  Dale negro, hace tiempo que esa promesa es una chantada. Ya no te creemos un pito de lo que nos prometés...
   Toto le sonrió a los pesimistas que jugaban al billar y se dirigió al mostrador, donde Gutiérrez atendía a los otros hombres recostados en el mostrador.
       -  Mucha gente esta mañana, constató mientras sacaba varios números y los ponía ordenadamente sobre el lustroso mostrador de madera.
       -   Sí, pero poco consumo, se quejó el bolichero mientras señalaba los décimos que prefería.
Pagó y le alcanzó una copa de grappa a medio llenar.
       -  Tomá negro, para que entrés en calor, le dijo.

Toto agradeció, bebió y siguió su viaje, esta vez con los perros del barrio prendidos a sus pantalones y ladrando ante el intruso. Una patada bien dirigida al hocico de uno de ellos terminó con la persecución. Ahora tenía que pensar en la subida que le esperaba para llegar hasta la panadería del tano Locatelli. Allí siempre le compraban casi todos los empleados un décimo y aprovechaban para hacer una pausa. Pedaleó raudo tratando de no perder velocidad y logró mantenerla hasta que llegó a la cima del repecho donde estaba ubicada la panadería. Bajó jadeando un poco, y se secó el sudor de la frente con el pañuelo que siempre llevaba en su bolsillo.
    
       -  Hola negro, ya venís con la yeta? A ver si por favor algún día nos traés la suerte para poder rajar de este pueblo de mierda... le dijo uno de los empleados mientras preparaba la masa del pan.
       -  No se quejen, ché. Donde mejor van a estar que aquí? Pero a ver si eligen bien que tengo un presentimiento de que hoy la pegamos... les dijo a modo de consuelo.

Cuatro décimos  logró venderles, no mucho es cierto, pensó, pero otras veces no les había vendido nada. Ahora tenía que enderezar hacia el centro. Calles asfaltadas, veredas con la sombra de los frondosos plátanos, y varios clientes más para golpearles las puertas.
       
      -  Y como viene eso? Le preguntó Arteaga, el primer cliente que tenía costumbre de permitir que Toto eligiera el número. -  A ver si me das suerte esta vez, negrito... Así que me das la terminación 47? Con ese puto número seguro que soy 800 pesos más pobre, le dijo mientras se lo guardaba en el bolsillo y le alcanzaba el dinero.

Después de visitar a varios clientes más se dio cuenta que había agotado prácticamente todos los números que llevaba consigo, menos el que siempre reservaba para don Gerardo Montelongo. Aquél número era sagrado para este cliente. Hacía ya quince años que había sacado millones con ese número, y desde entonces volvía a jugarlo empecinadamente.
Golpeó el zaguán de la casa con aquel llamador de bronce con forma de mano, y esperó atento a los ruidos del interior. Pero nada se movía al otro lado de la gruesa madera.
Golpeó de nuevo y nada. Aquéllo lo alarmó porque  don Gerardo siempre estaba en la casa y Toto ahora no sabía nada de su ausencia. Estaría de viaje?
Su ignorancia duró poco. Una vecina que salió con la escoba para barrer casualmente la vereda lo llamó, y susurrando le contó que toda la familia había llegado de un viaje esa madrugada, muy tarde. Seguro que estaban durmiendo todavía. Ella era la única que conocía lo de ese viaje porque don Gerardo no quería que nadie se enterara que habían partido.
       
       -  Por lo de los robos, usted sabe, le dijo.

Le agradeció a la mujer que después de unos pocos escobazos se metió en su casa. Qué hacer? se preguntó Toto desconcertado. Si no retenía el número don Gerardo lo maldeciría por el resto de su vida.  A lo mejor él había comprado el entero allí donde había viajado. Pero si habían estado en el extranjero  era imposible. Conocía además el genio de su cliente que entraba en ebullición por poca cosa. Y mire si sale el número, pensó mientras acariciaba los décimos. El 03865 era el número de lotería que don Gerardo apostaba sistemáticamente y que Toto siempre reservaba.
Al fin se decidió. Él pagaría con su propio dinero el entero 03865 y se lo entregaría con o sin premio. Seguro que don Gerardo se lo agradecería. Recordaba que cuando había sacado la vez pasada le había obsequiado con una par de quilos de yerba mate.
        
        -  De la mejor, negrito, de la mejor!  le gritaba mientras le palmeaba la espalda. Toto se marchó con dos quilos de yerba más rico mientras la fiesta continuaba en el patio de la casa de don Gerardo.Pensó en sus ahorros y seguro que le alcanzaba para comprar el entero. Le explicaría a su mujer lo complicado de la situación, y seguro que ella comprendería.
     Así que fue al banco y llenó el formulario correspondiente.
        
       -  Para qué querés tanta guita, negro? Te vas a comprar un auto?    le preguntó ácidamente el empleado. 
       -  No me alcanza ni pa´ las ruedas. Pero quiero hacerle un favor a don Gerardo, respondió.                             
       - A ese viejo amarrete? Vos un favor a él? No se lo hagas, negro. Y sea lo que sea hacete vos el favor, negrito. Olvidate de ese miserable.
       -  No puedo. Es un cliente de muchos años, dijo con tono reservado. 
       -  Bueno, aquí tenés la guita. Y cuidado con los chorros y carteristas que están como buitres a la salida del banco, le advirtió el cajero.

   Toto montó rápidamente en su bicicleta, y pedaleando raudamente, sin dejar de mirar hacia atrás por las dudas que lo siguieran, llegó a la agencia de loterías.
        
      -  Hola, que tal las chicas más lindas del barrio, dijo a modo de saludo. 
   
    Las empleadas de la agencia lo saludaron riéndose y le abrieron la puerta de seguridad. Al fondo había un pequeño escritorio donde Ángel, el jefe de la oficina, estaba revisando el resultado de las ventas.
-           
   -  Que tal don Ángel, saludó Toto.
       -  Mmmmm, salió un sonido indescriptible de la boca del jefe de la agencia.
       Aquí tengo la plata de la venta y sólo me sobraron estos tres décimos. 
       -  Mmmmm, volvió a confirmar Ángel mientras contaba el dinero. Luego le alcanzó un formulario que ambos firmaron después de observar que todo estaba correcto.
      -  Bueno, nos vemos la próxima semana, que pase bien, se despidió Toto. 
       -  Mmmmm, repitió a modo de saludo el jefe mientras seguía enfrascado en sus papeles.

 Toto no se esperaba más que aquéllos mugidos de don Ángel. Siempre ocupado apenas hablaba con alguien, pero por lo menos no le decía negro o negrito, ese sobrenombre que nunca se pudo sacar de encima a causa del color de su piel y que lo fastidiaba.
Montó otra vez en la bicicleta y se instaló en el bar del gallego Gutiérrez. Faltaban quince minutos para que comenzara el sorteo y quería tomarse una cerveza esperando que los niños cantores anunciaran los premios.

    - Llegó la hora de la verdad, negro. Si no nos toca aunque sea la devolución vas a tener que pagar la vuelta.
        -  No se pongan nerviosos, señores, respondió Toto sin alterarse.

La vieja radio carraspeó y un locutor anunció  el inicio del sorteo. A dos voces una niña y un niño comenzaron a anunciar los números y los premios correspondientes. En el bar todos estaban en silencio. Caras tensas, divertidas y burlonas adornaban el mostrador donde todos se habían arrimado.
De pronto todos se pusieron más atentos, iban a cantar el número de la Grande y las manos apretaban los décimos que habían comprado.
   
- El 03865 con 80 millooooones de peeeesos!!! Gritaron los chicos cantores repetidas veces.

Toto demoró unos segundos en reaccionar. De pronto sintió que se le aflojaban las piernas y un dolor intenso le invadió el pecho. Era el número que había comprado para don Gerardo! Pero él lo había pagado. Qué hacer? 

Con los millones que le tocarían en suerte por el entero fantaseó de nuevo con una nueva casa, reluciente, de techos de tejas, jardín bien cuidado, amplios ventanales, Pompeyo saltando en busca de un palo que su mujer le lanzaba lejos para que corriera a buscarla. Y sus hijos vistiendo ropas nuevas hamacándose bajo un castaño. No escuchaba las voces de los demás que le reprochaban haberles vendido números sin premios, concentrado como estaba en tomar una decisión crucial. Si cobraba el premio sería visto como un estafador, creía, ya que don Gerardo que tenía poder en el pueblo se encargaría de proclamar a toda voz que lo había traicionado. Y si bien no era ilegal cobrar ese dinero, moralmente quedaría marcado como el hombre que se apropió de la fortuna del respetable vecino Gerardo Montelongo.
En esas elucubraciones estaba cuando el mismo don Gerardo entró como un vendabal en el bar con los ojos desorbitados. 
         - Negro, que me hiciste! No me dejaste el número de la suerte! Cómo pudiste hacerme eso, gritaba al mismo tiempo que agitaba los brazos.
         - Pero si estuve golpeando su puerta para dejarle el número, respondió Toto tartamudeado. Y me dijo una vecina que había estado de viaje...

Todos miraban a Toto serios y compungidos por las consecuencias que traería el problema si don Gerardo perdía esa fortuna.Él era el hombre fuerte del pueblo.

        - Negro de mierda, me has jodido. Te voy a machacar y hasta tus hijos van a pagar por esta estafa que me hiciste.

Toto bajó la cabeza y sus manos abrieron el bolso temblando. De allí sacó el entero del número premiado y todavía sin levantar la mirada le dijo a don Gerardo.

       - Mire don, aquí tiene su entero. Yo mismo lo pagué pensando en que usted lo reclamaría.

    Los ojos del hombre se saltaron una vez más de sus órbitas. La ira que lo invadía se transformó por arte de magia en una carcajada estridente y corrió a abrazar a Toto. 

      - Negrito divino, ya sabía yo que vos no me fallabas! Esto es supremo! Aprendan lo que es la lealtad de un hombre! gritaba mientras pasaba el brazo por la espalda de Toto. Gracias macho, de esta no me voy a olvidar. A ver gallego, serví una vuelta para todos! ordenó a Gutiérrez mientras revisaba una y otra vez aquél papel que significaba su nuevo golpe de suerte.
       - Y bien muchachos, me voy a festejar con mi familia que todavía no sabe nada, dijo en forma de despedida. 
Toto levantó la cabeza y vió como don Gerardo se marchaba. Justo cuando llegaba a la puerta le dijo 
 Por favor don Gerardo, no se olvide de pagarme el entero porque lo compré con mis ahorros. 
      -  Claro moreno. Pero ahora tengo cosas más importantes que arreglar, así que tendrás que esperar, dijo en un tono despreciativo y se marchó a grande zancadas. En el bar nadie dijo nada.

        ***

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Espejismo en el espejo



El bar estaba casi vacío esa tarde cargada de relámpagos y truenos.La pesada y eléctrica atmósfera se sentía en el aire que respiraba, casi podía tocarse con los dedos, pensó Isidro mientras tomaba una cerveza sin alcohol. Torció los labios en lo que parecía una sonrisa forzada al recordar que antes de la diabetes y el colesterol, bebía copiosamente todo el alcohol que le pusieran por delante. Luego se enteraría por su médico personal, que su corazón latía demasiado desacompasado y había que corregir el ritmo de merengue de ese músculo incansable que bombea la vida a través de sus venas y arterias. Pero lo que más le preocupaba eran las consecuencias que esas dolencias tenían sobre otro músculo que le venía fallando desde hacía tiempo. Ya ni con Viagra o Cialis, ni las pastillas con efectos milagrosos que los chinos habían inventado alguna vez hacía miles de años, ayudaban a mantener erguido a su miembro más querido y cuidado. Miró con nostalgia el afiche colgado en la pared del bar que mostraba una mujer de pronunciadas curvas que sonreía bajo el sol en una playa del Caribe.

Ya no podía disfrutar del aullido del amor, como le llamaba a ese gemir constante que iba in crescendo a medida que la excitación aumentaba, y terminaba en un alarido de placer en las mujeres que había conocido. Pero en este último tiempo sentía que estaba cada vez más lejos de vivir esa experiencia. No bastaba con seducir a mujeres cada vez más jóvenes para lograr que su éxtasis renaciera como un ave Fénix entre las cenizas de sus fracasos. Su última esposa lo había abandonado hacía unos años por un motorista de Hells Angels munido de una larga barba y melena flameando al viento, y que provocativamente conducía una Harley Davidson. Desde entonces lo había intentado nuevamente porque no soportaba vivir solo, pero su impotencia era como una muralla donde se estrellaban las mujeres que había conocido últimamente. Su obsesión por el sexo le impedía ver que la mayoría de esas mujeres querían establecer una relación, y no encamarse por un rato con alguien que además no funcionaba como se esperaban.
- Se sirve otra cerveza? le preguntó el hombre detrás del mostrador.
- No, todavía no. En realidad la tomo por rutina, pero sin alcohol es imbebible.
- Lo entiendo, dijo el hombre y se marchó al otro extremo del bar. 

Isidro volvió a sus reflexiones sobre los fracasos de su pasión que lo atormentaban, cuando entraron al bar tres amigas que entre risas y grititos se sentaron y pidieron tres copas de vino blanco. Aparentemente no le prestaron atención, y él siguió en sus cavilaciones, mirándose al espejo de bordes rodeados por una franja dorada llena de volutas y meandros, cubierto por botellas de bebidas espirituosas y de diversa procedencia, hasta que descubrió que una de las chicas lo miraba intensamente en un espacio abierto entre tantas botellas. No pudo evitar hacer un pequeño movimiento con su cabeza a modo de saludo, y ella le respondió con una tímida sonrisa. La mujer tendría unos treinta años, era muy atractiva y sensual, pensó Isidro, al mismo tiempo que su corazón desbocado le latía aún más rápido y sentía un cosquilleo en el estómago. Podía sentir cómo el corazón todavía descompasado resonaba en su pecho y sintió miedo de sufrir un infarto. Las preguntas sobrevolaban como buitres sobre su cabeza: debía seguir adelante con aquéllas escaramuzas de miradas elocuentes, pequeños gestos  de aprobación y pícaras miradas insinuantes? Parezco un adolescente, pensó. A sus setenta años Isidro era todavía un hombre atractivo porque su copioso cabello blanco, algo largo como lo usan los bohemios y poetas, enmarcaban un rostro de nariz algo romana y donde las arrugas todavía no habían hecho nido alrededor de sus ojos negros. Labios todavía firmes y un mentón con un hoyuelo en la mitad, le daban un aspecto muy varonil, pensaba. Todos los que conocía le decían que había bebido de la fuente de la juventud. Sabía que su aspecto era atractivo para cierto tipo de mujeres que gustaban de los hombres maduros como a él le gustaba definirse. Absolutamente no viejo como bromeaban sus amigos cuando lo rodeaban en el bar,  ironizando sobre el irreversible destino que les esperaba a todos.

Pidió otra cerveza mientras no dejaba de mirar de reojo a la chica reflejada en el espejo y que seguía lanzando miradas cada vez más provocativas, entre risas y comentarios que él no podía escuchar, pero que provocaban la hilaridad de las otras dos amigas. De pronto se le ocurrió que le estaban tomando el pelo, que aquéllo era una farsa montada entre las jocosas amigas para burlarse y divertirse a costa suya. Entonces no pudo impedir que una profunda desazón le invadiera los sentidos. Se miró otra vez al espejo y vió a un incipiente anciano condenado a no oír jamás el aullido del amor. El espejismo se esfumó entre los meandros del espejo. Miró la calle inundada por la lluvia y no le importó. Pagó las cervezas y se marchó del lugar, todavía con las risas de las tres mujeres aguijoneándole la encorvada espalda.

lunes, 26 de septiembre de 2011

El camión de Fredo



                                       
Esa mañana de enero amaneció calurosa como casi todo ese verano de soles atormentadores y noches en vela. El calor se instalaba en las habitaciones y nadie podía dormir, salvo los que se aventuraban a dormir en el fresco piso de baldosas. Pero Fredo ya no tenía aquélla resistencia de su juventud cuando dormía donde lo agarraba la noche.
 Por eso se levantó sin hacer ruido para no despertar a su mujer que dormía plácidamente, y un rato después ya estaba con el termo bajo el brazo izquierdo y el mate espumoso en su mano derecha. Con paso liviano caminó por el largo pasillo exterior rumbo a la calle donde todavía reinaba el silencio de los motores de motos y motonetas que pululaban en el barrio, y la algarabía de los chicos jugando a la pelota. Se sentó en el muro de su casa y contempló aquél camioncito, un Ford del 49 que lo tenía más que preocupado. Examinó la cabina de color rojo, todavía en buen estado a pesar de los años, y la caja de metal a la que podía agregarle un alto vallado de madera para ganar así en volumen de carga cuando lo necesitaba.

- Cuántos años de satisfacciones y dolores de cabeza, me has dado hijo de puta, murmuró para sí mismo con una sonrisa.

 Era su fuente de trabajo y hacía dos días que no podía usarlo para el transporte de la carga de la más distinta índole que le encargaban la Municipalidad, el bolichero de la esquina o la barraca del barrio. Bolsas de papas, de cemento o tablones para la construcción llenaban la caja del camión cada jornada que tenía la suerte de recibir un pedido. Y a veces algún chacarero le pedía que le transportara pollos y gallinas al mercado. Y en los carnavales lo llenaba con murgueros que meta tambor recorrían el pueblo de punta a punta. Pero eran tiempos difíciles esos meses, los noticieros estaban llenos de noticias y comentarios sobre una crisis mundial que Fredo apenas escuchaba, pero veía sus efectos en su actividad que perdía continuidad. Ahora al camión le estaban fallando los frenos, y estaba decidido a arreglar la avería por cuenta propia, no podía darse el lujo de ir al taller de Domínguez y pedirle que le hiciera el servicio y luego no poder pagarle hasta que volviera a tener un trabajo importante. Algo que por el momento no parecía posible.

Tomó dos o tres mates más a la sombra de los paraísos que bordeaban la vereda de su casa y después se puso manos a la obra. Se sumergió debajo del camión que estaba estacionado allí mismo en la calle, y empezó a manipular el sistema de frenos con más intuición que conocimiento. Un perro solitario se acercó curioso y comenzó a olfatear las ruedas, y al fin dándose por satisfecho, levantó su pata trasera y le regó una de las ruedas a pesar que Fredo trató de ahuyentarlo puteándolo de todas las formas posibles. En todo caso después de un rato de manipular debajo del camión se dio por satisfecho y secándose las manos empapadas de líquido de frenos con un trapo, se sentó en la cabina y empezó a probar el pedal del freno para comprobar que hacía resistencia. Dudó de que algo hubiese cambiado y suspiró pensando qué debía hacer. Al fin se le ocurrió que la mejor forma de confirmar si los frenos realmente estaban bien era realizar una prueba con el camión en marcha. Pero para eso necesitaba la ayuda de su yerno Sebastián y de alguien más, tal vez Ricardito, el chico que lo acostumbraba a ayudar cuando necesitaba cargar el camión. Sí, Ricardito le podía dar una mano esa mañana, seguro que estaba durmiendo y no le costaría mucho despertarlo.

Esperó un rato más hasta que sintió que la yerba ya no tenía sabor, y cuando observó que Sebastián había terminado su desayuno, le contó lo que pensaba hacer.

- Necesito probar los frenos, Seba. Tenés que ayudarme, no es complicado, sabés?

Sebastián lo miró con ojos interrogantes y nada convencido de que lo que pensaba hacer era algo que realmente no tenía una cuota de riesgo. Pero Fredo estaba convencido que aquéllo era un buen plan, así que casi corriendo se fue hasta el rancho de Ricardito, un negro desgarbado con ojos brillantes y siempre alegre. Estaba durmiendo como se temía Fredo, pero después de zammarrearlo varias veces logró despertarlo y le pidió que lo acompañara. Ricardito se levantó a regañadientes y le hizo prometer que debía invitarlo con una taza de café con leche  y media galleta, ya que no podía despertarse completamente sin haber tomado un “desayuno completo”, sonreía Ricardito.

- Está bien, te tomás una taza de café,y  también podés comer pan fresco, pero nada de perder el tiempo, ché, dijo Fredo, contento que  lo acompañara.

Por eso le pidió a Nora, su mujer, que le sirviera un desayuno con pan blanco, manteca y mermelada que su compinche de tareas engulló rápidamente. Después se limpió la boca con la manga de la camisa y con una ancha sonrisa dijo que estaba listo para la misión, aunque no sabía todavía de qué se trataba.

Fredo los reunió a los dos frente al camión y les explicó cual era su idea. Él haría arrancar el motor y apenas apretando el acelerador, dejaría que se deslizara lentamente por la empinada calle de su casa, y luego de unos pocos metros recorridos, empezaría a probar los frenos. Si el camión no paraba Sebastián tenía que estar preparado con un tronco de unos veinte centímetros de diámetro para arrojarlo debajo de una de las ruedas traseras del camión. Seguro que que se detenía porque la velocidad iba a ser mínima, decía Fredo. Sebastián se rascó la cabeza y sintió el peso del tronco de eucalipto que no tenía más de un metro de largo. La idea no lo convencía pero a Fredo era difícil de hacerlo cambiar de opinión cuando se le ocurría una idea.

- Vos Ricardito te parás en la esquina por las dudas que venga un auto, una bicicleta o cualquier cosa rodando o caminando. Ponete en el medio de la calle y lo parás haciéndole señas. Mirá que puedo chocar si el camión no se detiene y voy preso, que es lo único que me falta, dijo Fredo muy serio.

Ricardito asintió siempre riéndose, y rascándose su cabeza llena de motas, se marchó cuesta abajo hasta llegar a la esquina y esperó que Fredo pusiera en marcha el camión. Desde la cabina éste vio que su ayudante le hacía señas que ya estaba listo, y Sebastián también levantó un brazo confirmando que estaba preparado. Sacó la piedra que servía de freno de mano debajo de una de las ruedas, y puso en marcha el motor que arrancó con un ronroneo que le llenó el cuerpo de satisfacción. Puso primera y con un suspiro apretó el acelerador suavemente. El camión empezó a deslizarse pero con un poco más de velocidad de lo que había calculado. Apretó el freno y nada, el camión siguió cobrando velocidad a pesar que había retirado el pie del acelerador y bombeaba frenéticamente el pedal del freno. Miró a Sebastián que a unos treinta metros lo esperaba ya preparado con el tronco de eucalipto en sus manos y con la mirada más que preocupada por lo que se avecinaba.

–No dudes Seba, no dudes ahora que esto se va a la mierda, pensaba Fredo mientras su pie seguía bombeando el pedal sin resultado.

Sebastián calculó que ya debía acercarse con la bravura de un torero a aquél zumbante toro con forma de camión, y desafiar los cuernos con forma de falores para arrojar el tronco debajo de la rueda como estaba convenido. Vio la cara asustada de su suegro y con determinación dio un paso adelante y justo a tiempo puso el tronco en el camino de la rueda. Pero el camión, saltarín, pasó de largo con un gemido de hierros viejos y siguió cobrando velocidad rumbo  a Ricardito a quien la sonrisa se le había ya borrado de la cara.
Fredo dejó de apretar el freno y se preparó para algo que no había pensado, y era cómo detener el camión en aquélla bajada sin que tuviera que chocar contra un árbol para lograr poner fin a su loca idea de que él podía arreglar los frenos sin conocer el oficio de mecánico. La plata que quería ahorrarse con el gasto del taller se multiplicaría por cien si hacía pedazos el motor, los faros y quién sabe que cosas más.

De pronto vio a Ricardito que le hacía señas desesperadas y miró a la derecha como un coche se acercaba a toda velocidad levantando una nube de polvo en la calle de balasto.

– Negro pará ese coche, paralo hijo de putaaaa! -gritaba en la cabina sabiendo que Ricardito no lo escuchaba, y lo peor, no hacía como habían convenido, sino que saltaba a un costado y se despreocupaba del coche que se avecinaba.

Ricardito sólo se quedó allí parado  con los ojos desorbitados mientras el coche se acercaba inexorablemente a la esquina. Fredo tomó una determinación que sabía podía ser lo último que hacía en su vida. Con un giro violento en el volante torció a la izquierda evitando por centímetros al otro vehículo que también hizo una maniobra brusca y desapareció bajo la nube de polvo. Fredo había perdido el control parcialmente porque el camión se acercaba peligrosamente a la cuneta, y debido a la velocidad y el brusco giro a la izquierda estaba marchando sobre las dos ruedas derechas, mientras que las dos del costado izquierdo estaban en el aire.
Ricardito se agarraba la cabeza y Sebastián corría desesperado pensando lo peor cuando veía como el camión se inclinaba cada vez más y la suerte de Fredo parecía estar  sellada.

- Sin embargo, seguro que un ángel me estaba protegiendo ese día, recordaría después Fredo.

Porque el camión chocó antes de volcar con la pared de la cuneta suficientemente alta para que el Ford se enderezara sobre sus cuatro ruedas, y girando se detuviera en medio del polvo de la calle con un gemido de animal herido.
Fredo recostó su cabeza sobre el volante, miró a su alrededor y cuando comprobó que nada serio había pasado, se bajó con las piernas todavía temblando y la frente chorreando un sudor frío. Sebastián y Ricardito llegaron jadeando a su lado, atropellándose para preguntarle si estaba bien.
- Si no me pasó nada, dijo con un a voz apenas audible. Luego levantó la cabeza y miró a Ricardito que había recuperado la sonrisa.
- Negro, me cagaste, te dije que pararas a todo lo que venía por la calle y no te pusiste donde te dije para que ese coche parara. Qué desastre, mirá si lo choco, mirá si vuelco el camión, mirá si mato a alguien...

Ricardito lo miró compasivamente y dijo:

- Tomá pa´ vos que me voy a quedar en medio de la calle pa´ que me pase un auto por arriba. Ché, yo no tengo ganas que me pase semejante cosa por un desayuno con manteca y  mermelada, dijo Ricardito muy serio.

Sebastián lanzó una carcajada en medio de la calle que se estaba poblando de vecinos curiosos y preocupados. Fredo miró a Ricardito, dió dos pasos y lo abrazó riéndose de aquélla absurda escena donde por un pelo se salvó de provocar un desastre.
- Bueno, vamos a tomar unos mates y vemos cómo sacamos el camión de este lugar, dijo Fredo pasando sus brazos por los hombros de sus compañeros.
Los tres se fueron a paso lento y riéndose, mientras el Ford detenido sobre la calle, y con el radiador todavía humeante, era rodeado por los chicos que habían dejado de jugar a la pelota y comenzaban a saltar sobre la caja y se amontonaban en la cabina, dando gritos de alegría.

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