Esa mañana de enero amaneció calurosa como casi todo ese verano de soles atormentadores y noches en vela. El calor se instalaba en las habitaciones y nadie podÃa dormir, salvo los que se aventuraban a dormir en el fresco piso de baldosas. Pero Fredo ya no tenÃa aquélla resistencia de su juventud cuando dormÃa donde lo agarraba la noche.
Por eso se levantó sin hacer ruido para no despertar a su mujer que dormÃa plácidamente, y un rato después ya estaba con el termo bajo el brazo izquierdo y el mate espumoso en su mano derecha. Con paso liviano caminó por el largo pasillo exterior rumbo a la calle donde todavÃa reinaba el silencio de los motores de motos y motonetas que pululaban en el barrio, y la algarabÃa de los chicos jugando a la pelota. Se sentó en el muro de su casa y contempló aquél camioncito, un Ford del 49 que lo tenÃa más que preocupado. Examinó la cabina de color rojo, todavÃa en buen estado a pesar de los años, y la caja de metal a la que podÃa agregarle un alto vallado de madera para ganar asà en volumen de carga cuando lo necesitaba.
- Cuántos años de satisfacciones y dolores de cabeza, me has dado hijo de puta, murmuró para sà mismo con una sonrisa.
Era su fuente de trabajo y hacÃa dos dÃas que no podÃa usarlo para el transporte de la carga de la más distinta Ãndole que le encargaban la Municipalidad, el bolichero de la esquina o la barraca del barrio. Bolsas de papas, de cemento o tablones para la construcción llenaban la caja del camión cada jornada que tenÃa la suerte de recibir un pedido. Y a veces algún chacarero le pedÃa que le transportara pollos y gallinas al mercado. Y en los carnavales lo llenaba con murgueros que meta tambor recorrÃan el pueblo de punta a punta. Pero eran tiempos difÃciles esos meses, los noticieros estaban llenos de noticias y comentarios sobre una crisis mundial que Fredo apenas escuchaba, pero veÃa sus efectos en su actividad que perdÃa continuidad. Ahora al camión le estaban fallando los frenos, y estaba decidido a arreglar la averÃa por cuenta propia, no podÃa darse el lujo de ir al taller de DomÃnguez y pedirle que le hiciera el servicio y luego no poder pagarle hasta que volviera a tener un trabajo importante. Algo que por el momento no parecÃa posible.
Tomó dos o tres mates más a la sombra de los paraÃsos que bordeaban la vereda de su casa y después se puso manos a la obra. Se sumergió debajo del camión que estaba estacionado allà mismo en la calle, y empezó a manipular el sistema de frenos con más intuición que conocimiento. Un perro solitario se acercó curioso y comenzó a olfatear las ruedas, y al fin dándose por satisfecho, levantó su pata trasera y le regó una de las ruedas a pesar que Fredo trató de ahuyentarlo puteándolo de todas las formas posibles. En todo caso después de un rato de manipular debajo del camión se dio por satisfecho y secándose las manos empapadas de lÃquido de frenos con un trapo, se sentó en la cabina y empezó a probar el pedal del freno para comprobar que hacÃa resistencia. Dudó de que algo hubiese cambiado y suspiró pensando qué debÃa hacer. Al fin se le ocurrió que la mejor forma de confirmar si los frenos realmente estaban bien era realizar una prueba con el camión en marcha. Pero para eso necesitaba la ayuda de su yerno Sebastián y de alguien más, tal vez Ricardito, el chico que lo acostumbraba a ayudar cuando necesitaba cargar el camión. SÃ, Ricardito le podÃa dar una mano esa mañana, seguro que estaba durmiendo y no le costarÃa mucho despertarlo.
Esperó un rato más hasta que sintió que la yerba ya no tenÃa sabor, y cuando observó que Sebastián habÃa terminado su desayuno, le contó lo que pensaba hacer.
- Necesito probar los frenos, Seba. Tenés que ayudarme, no es complicado, sabés?
Sebastián lo miró con ojos interrogantes y nada convencido de que lo que pensaba hacer era algo que realmente no tenÃa una cuota de riesgo. Pero Fredo estaba convencido que aquéllo era un buen plan, asà que casi corriendo se fue hasta el rancho de Ricardito, un negro desgarbado con ojos brillantes y siempre alegre. Estaba durmiendo como se temÃa Fredo, pero después de zammarrearlo varias veces logró despertarlo y le pidió que lo acompañara. Ricardito se levantó a regañadientes y le hizo prometer que debÃa invitarlo con una taza de café con leche y media galleta, ya que no podÃa despertarse completamente sin haber tomado un “desayuno completo”, sonreÃa Ricardito.
- Está bien, te tomás una taza de café,y también podés comer pan fresco, pero nada de perder el tiempo, ché, dijo Fredo, contento que lo acompañara.
Por eso le pidió a Nora, su mujer, que le sirviera un desayuno con pan blanco, manteca y mermelada que su compinche de tareas engulló rápidamente. Después se limpió la boca con la manga de la camisa y con una ancha sonrisa dijo que estaba listo para la misión, aunque no sabÃa todavÃa de qué se trataba.
Fredo los reunió a los dos frente al camión y les explicó cual era su idea. Él harÃa arrancar el motor y apenas apretando el acelerador, dejarÃa que se deslizara lentamente por la empinada calle de su casa, y luego de unos pocos metros recorridos, empezarÃa a probar los frenos. Si el camión no paraba Sebastián tenÃa que estar preparado con un tronco de unos veinte centÃmetros de diámetro para arrojarlo debajo de una de las ruedas traseras del camión. Seguro que que se detenÃa porque la velocidad iba a ser mÃnima, decÃa Fredo. Sebastián se rascó la cabeza y sintió el peso del tronco de eucalipto que no tenÃa más de un metro de largo. La idea no lo convencÃa pero a Fredo era difÃcil de hacerlo cambiar de opinión cuando se le ocurrÃa una idea.
- Vos Ricardito te parás en la esquina por las dudas que venga un auto, una bicicleta o cualquier cosa rodando o caminando. Ponete en el medio de la calle y lo parás haciéndole señas. Mirá que puedo chocar si el camión no se detiene y voy preso, que es lo único que me falta, dijo Fredo muy serio.
Ricardito asintió siempre riéndose, y rascándose su cabeza llena de motas, se marchó cuesta abajo hasta llegar a la esquina y esperó que Fredo pusiera en marcha el camión. Desde la cabina éste vio que su ayudante le hacÃa señas que ya estaba listo, y Sebastián también levantó un brazo confirmando que estaba preparado. Sacó la piedra que servÃa de freno de mano debajo de una de las ruedas, y puso en marcha el motor que arrancó con un ronroneo que le llenó el cuerpo de satisfacción. Puso primera y con un suspiro apretó el acelerador suavemente. El camión empezó a deslizarse pero con un poco más de velocidad de lo que habÃa calculado. Apretó el freno y nada, el camión siguió cobrando velocidad a pesar que habÃa retirado el pie del acelerador y bombeaba frenéticamente el pedal del freno. Miró a Sebastián que a unos treinta metros lo esperaba ya preparado con el tronco de eucalipto en sus manos y con la mirada más que preocupada por lo que se avecinaba.
–No dudes Seba, no dudes ahora que esto se va a la mierda, pensaba Fredo mientras su pie seguÃa bombeando el pedal sin resultado.
Sebastián calculó que ya debÃa acercarse con la bravura de un torero a aquél zumbante toro con forma de camión, y desafiar los cuernos con forma de falores para arrojar el tronco debajo de la rueda como estaba convenido. Vio la cara asustada de su suegro y con determinación dio un paso adelante y justo a tiempo puso el tronco en el camino de la rueda. Pero el camión, saltarÃn, pasó de largo con un gemido de hierros viejos y siguió cobrando velocidad rumbo a Ricardito a quien la sonrisa se le habÃa ya borrado de la cara.
Fredo dejó de apretar el freno y se preparó para algo que no habÃa pensado, y era cómo detener el camión en aquélla bajada sin que tuviera que chocar contra un árbol para lograr poner fin a su loca idea de que él podÃa arreglar los frenos sin conocer el oficio de mecánico. La plata que querÃa ahorrarse con el gasto del taller se multiplicarÃa por cien si hacÃa pedazos el motor, los faros y quién sabe que cosas más.
De pronto vio a Ricardito que le hacÃa señas desesperadas y miró a la derecha como un coche se acercaba a toda velocidad levantando una nube de polvo en la calle de balasto.
– Negro pará ese coche, paralo hijo de putaaaa! -gritaba en la cabina sabiendo que Ricardito no lo escuchaba, y lo peor, no hacÃa como habÃan convenido, sino que saltaba a un costado y se despreocupaba del coche que se avecinaba.
Ricardito sólo se quedó allà parado con los ojos desorbitados mientras el coche se acercaba inexorablemente a la esquina. Fredo tomó una determinación que sabÃa podÃa ser lo último que hacÃa en su vida. Con un giro violento en el volante torció a la izquierda evitando por centÃmetros al otro vehÃculo que también hizo una maniobra brusca y desapareció bajo la nube de polvo. Fredo habÃa perdido el control parcialmente porque el camión se acercaba peligrosamente a la cuneta, y debido a la velocidad y el brusco giro a la izquierda estaba marchando sobre las dos ruedas derechas, mientras que las dos del costado izquierdo estaban en el aire.
Ricardito se agarraba la cabeza y Sebastián corrÃa desesperado pensando lo peor cuando veÃa como el camión se inclinaba cada vez más y la suerte de Fredo parecÃa estar sellada.
- Sin embargo, seguro que un ángel me estaba protegiendo ese dÃa, recordarÃa después Fredo.
Porque el camión chocó antes de volcar con la pared de la cuneta suficientemente alta para que el Ford se enderezara sobre sus cuatro ruedas, y girando se detuviera en medio del polvo de la calle con un gemido de animal herido.
Fredo recostó su cabeza sobre el volante, miró a su alrededor y cuando comprobó que nada serio habÃa pasado, se bajó con las piernas todavÃa temblando y la frente chorreando un sudor frÃo. Sebastián y Ricardito llegaron jadeando a su lado, atropellándose para preguntarle si estaba bien.
- Si no me pasó nada, dijo con un a voz apenas audible. Luego levantó la cabeza y miró a Ricardito que habÃa recuperado la sonrisa.
- Negro, me cagaste, te dije que pararas a todo lo que venÃa por la calle y no te pusiste donde te dije para que ese coche parara. Qué desastre, mirá si lo choco, mirá si vuelco el camión, mirá si mato a alguien...
Ricardito lo miró compasivamente y dijo:
- Tomá pa´ vos que me voy a quedar en medio de la calle pa´ que me pase un auto por arriba. Ché, yo no tengo ganas que me pase semejante cosa por un desayuno con manteca y mermelada, dijo Ricardito muy serio.
Sebastián lanzó una carcajada en medio de la calle que se estaba poblando de vecinos curiosos y preocupados. Fredo miró a Ricardito, dió dos pasos y lo abrazó riéndose de aquélla absurda escena donde por un pelo se salvó de provocar un desastre.
- Bueno, vamos a tomar unos mates y vemos cómo sacamos el camión de este lugar, dijo Fredo pasando sus brazos por los hombros de sus compañeros.
Los tres se fueron a paso lento y riéndose, mientras el Ford detenido sobre la calle, y con el radiador todavÃa humeante, era rodeado por los chicos que habÃan dejado de jugar a la pelota y comenzaban a saltar sobre la caja y se amontonaban en la cabina, dando gritos de alegrÃa.
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