Mis viajes a Italia acostumbran a tener episodios dramáticos en algunas ocasiones, un karma del que no puedo escapar, diría un budista algo severo. Esta vez el viaje de cinco días había resultado perfecto hasta la hora de partida.
Pero comencemos por el inicio.
El sábado 26 de mayo llegué al aeropuerto de Roma Fiumicino desde Arlanda, Estocolmo, donde me estaban esperando mis amigos Giulia y Piero para llevarme a casa de una amiga, Mara que nos aguardaba para invitarnos a tomar y comer una merienda. Mara y su amiga Daniella, a quienes se sumaban sus dos perros enormes y juguetones, se portaron como excelentes anfitrionas. Mara había preparado la mesa con diversos tentepies, vino y cerveza… y agua también.
Después de un rato de compartir charla y comida partimos para la actividad principal de esa noche que nos esperaba. No, no era la final de fútbol de la CL entre el Real Madrid y Liverpool, sino la final de fútbol que disputarían dos equipos de las categorías menos relevantes de las decenas de torneos de fútbol romano. Mis amigos que habitan en el balneario de Nettuno vecino a Anzio, hinchan por el Atlétic Pop United, (APU) compuesto por entusiastas jugadores inmigrantes del África Occidental, más un italiano que admirablemente se sumó a los muchachos africanos.
El resultado 3-2 fue favorable al APU contra todo pronóstico, y los jugadores levantaron felices la copa junto al DT Cristiano, mi amigo, que por segunda vez triunfaba con este equipo en un torneo de estas características y categoría. La alegría de los jugadores era exaltante y al mismo tiempo admirable porque como la mayoría eran musulmanes, no habían ingerido comida, por estar en Ramadán, hasta la caída del sol. El partido fue bastante malo, mucho juego brusco, a veces violento, al pelotazo buscando las espalda de los zagueros, y una gran cantidad de rencillas individuales que tenían a mal traer a los árbitros del partido, especialmente al principal.
Cristiano , el DT de APU, fue el principal protagonista junto al arquero del equipo contrario que varias veces abandonó la valla para increpar al árbitro y buscar pelea con Cristiano, porque según el portero, el DT rival provocaba a los jugadores y a los suplentes del banquillo. Al parecer había algo de verdad porque Cristiano confesaría más tarde después del partido, que buscaba provocar a los rivales para que no se concentraran en el partido y lograr arrebatarles la victoria al APU. Una táctica poco deportiva que dio resultado. Y después hablamos de la ”viveza criolla” rioplatense. En todo caso después de finalizado el partido las discuciones continuaron y muy cerca de irse a los puñetazos estuvieron algunos protagonistas. Incluso Piero, desde las tribunas se ensarzó en una discución con el arquero que estaba muy agresivo y excitado por haber perdido, y por las continuas discuciones con los rivales y el árbitro. De todas maneras no se llegó a mayores, las grescas verbales se fueron diluyendo, y hay que reconocerlo, el portero saludó a todos los jugadores del APU y pidió disculpas por su actitud. Después nos fuimos a dormir, yo primero que nadie a casa de Cristiano y Eleonora, su pareja, en Nettuno.
El domingo, aprovechamos el día de las cantine abiertas del Lazio, con Giulia, Piero, Eleonora, Cristiano, Ana María y Ernesto, recorriendo un par de cantine (bodegas) que estaban abiertas al público. La primera fue la bodega de Marco Carpineti, de producción de vinos y aceite de oliva biológicos. Allí nos invitaron con un sándwich de buenas proporciones con carne de porcheta, arancinas (una especie de croquetas) y frutillas.
La bodega de Carpineti está ubicada en la bella región de Cori, con altas colinas y valles donde es bodeguero tiene más de 50 hás. de viñas y olivos, cultivos que se reparten esa superficie. La bodega produce solamente vino y aceite de oliva biológico, sin ningún tipo de aditivos, según nos explicaba Marco en su recorrido por la instalación. Las uvas cultivadas en la cantine son Bellone, Arciprete Bianco, Malvasia, Trebbiano y dos variedades de uva Greco. Las uvas del vino tinto son Nero Buono di Cori, Montepulciano, Cesanese y Sangiovese.
Luego continuamos rumbo a Nettuno, pero antes de llegar visitamos la bodega Casale del Giglio, en la comuna de Aprilia, en la zona del Pontino, ya en terrenos llanos próximos al mar. Aquí se cultivan uvas que luego se transformarán en vinos también orgánicos, chardonnay, sauvignon, petit manseng, viogner, bellone entre los blancos y Cabernet Sauvignon, Merlot, Shiraz entre los tintos. Allí nos esperaban también fuentes de porcheta, queso parmesano y pasta flora. Yo ya estaba muy satisfecho por lo ingerido antes así que renuncié lastimosamente a seguir comiendo, aunque probar los vinos era imposible renunciar.
Catar significa para los que tienen clase no beberse el vino sino después de olfatearlo, mirar su color, su cuerpo y hacerlo girar en la boca para apreciar su sabor, se lo devuelve en unos contenedores especiales. Pero como la gran mayoría que llega por estos lugares, yo entre ellos, no quieren desperdiciar este tesoro que nos da la tierra y la uva, lo catamos y lo bebemos sin sentimientos de culpa.
Bueno, la recorrida terminó con un Aperol Spritz, una bebida del norte de Italia, muy popular en muchos lugares del mundo, en un bar vecino a la playa de Anzio. A la noche fuimos a comer una pasta a casa de Giulia y Piero, que nos esperaban con la pasta con frutti di mare. Y vino blanco del Lazio, por supuesto. Siempre siguiendo la máxima italiana: Mangia che te fae bene.
Luego nos fuimos con Cristiano a un apartamento vacío que había pertenecido a su abuela fallecida hacia cuatro años y que en ese momento estaba vacío. Podía disponer de la vivienda por esos días que pasaría en la ciudad para mi suerte, porque estaba en el centro de Nettuno.
El lunes decidí visitar el cementerio americano de Nettuno. Allí están sepultados los soldados que combatieron con los alemanes en la 2aGM luego que desembarcaran en las costas de Anzio en diciembre de 1944. Miles de soldados de ambos bandos perdieron la vida en esos meses de invasión aliada y resistencia de los ejércitos de Hitler. El lugar impresiona por la fila de miles de cruces blancas con el nombre y rango de cada soldado, prolijamente ordenadas sobre un césped verde y bien cortado, bordeado de altos pinos mediterráneos que dan una sombra refrescante en este caluroso mediodía italiano.
Luego entré en un edificio donde había información sobre la invasión aliada y algunos objetos de los soldados como cascos, armas, y otros pertrechos e información escrita sobre paneles más dos pantallas que mostraban audiovisuales sobre los episodios de la guerra allí vividos.
Una pena que no compartan los guerrileros italianos ese espacio, u otro en la ciudad, ya que muchos perdieron la vida contra el nazismo y el fascismo, me comenta Giulia con razón. En otros lugares que visité, por ejemplo Arzelato y Pontrémoli al norte de Italia, existían estos memoriales con los nombres de los que sacrificaron sus vidas por la libertad.
Más tarde me dirigí al viejo borgo de la ciudad para almorzar. Si, han adivinado, una pasta con frutti di mare.
Aquí la ciudad es conocida por sus platos de pescado y mariscos, así que es difícil resistirse a lo que se ofrece ya que los pescadores de la vecina Anzio proveen de productos frescos a los restaurantes.
Martes, he decidido hacer una larga caminata a Anzio. Son unos 50 minutos de paseo por la avenida Gramsci que desemboca según Google Maps muy cerca del museo Arqueológico. Pues no, era mejor la alternativa que me dejaba en la estación de trenes y solo tenía que bajar cien metros para entrar al museo por la vía Mencacci. Una vez en el museo la presencia de los emperadores Nerón y Caligula están muy presentes con estatuas y pinturas. El primero tenía una inmensa villa a orillas del mar donde todavía se levantan algunas paredes semiderrumbadas como testimonio de lo inmensa que era la construcción. El segundo nació allí, aunque no tuvo mayor relevancia para el pequeño puerto de entonces.
Cristiano tenía su trabajo en un hospital público cercano al museo así que me acompañó a almorzar a un restaurante cercano donde la pasta fresca al huevo era deliciosa y costaba la mitad de precio que el almuerzo del día anterior. Regresé a pie de nuevo a Nettuno desafiando el cansancio y terminé con una ampolla en la planta del pie izquierdo. En total recorrí 11 km ese día. Llegue arrastrándome al apartamento y me acosté para dormir la siesta, una larga de dos horas. Ya recuperado me duché y fui más tarde a casa de Giulia y Piero mis anfitriones. Esa noche cenamos en la terraza del apartamento de Cristiano y Eleonora, cuya madre estaba de visita y también nos acompañó. Las noches estaban tibias así que estar en la terraza viendo como se apagaban las luces del día era un placer añadido.
Miércoles, he decidido esta vez viajar en tren a Anzio y visitar la tumba donde yacen las cenizas de mi hermano Gustavo desde 1995, y las de mi madre, Olga, desde 1990. Compré floresa la entrada del cementerio, limpié el sitio y dije algunas palabras en voz alta, de esas que espontáneamente uno le expresa a sus muertos, mencionar amigos y amigas que los recuerdan, anécdotas o episodios compartidos, el cariño que vive en el corazón. A la salida del cementerio me encuentro con una anciana que arrastra un bolso con ruedas, le pregunto cuál es el camino más corto a la estación de trenes y me indica el mismo camino que yo había hecho antes para llegar al cementerio, lo que me confirma que había elegido bien el trayecto ya que era el más corto según ella.
Al llegar a la estación constaté que debía esperar una hora el tren de regreso así que me decidí a hacer otra caminata, esta vez a la propia Villa del Emperador Nerón, que quedaba a un par de kilómetros de la estación de trenes. Cuando llego veo las paredes antes descritas, es decir semiderruidas que afloran de la tierra como gruesos murallones de un pasado de gloria y lujo, algo en lo que Nerón no ahorraba mientras torturaba a su corte de amigos con la lira y sus poemas. Todo estaba rodeado por una valla de metal que impedía la entrada así que volví frustrado hasta la estación. A pesar de haber hecho el viaje en tren, en total caminé ese día 8 kms.
De regreso a Nettuno, ya muy hambriento visité el restaurante de Romolo, donde me decidí por unos ñoquis también acompañados por mariscos, y una botella de vino blanco Anthium de la bodega Casale del Giglio que habíamos visitado el domingo. Una combinación deliciosa y para recordarla. Regresé al apartamento que por suerte quedaba cerca y otra siesta para bajar los efectos del vino que era demasiado para un solo comensal, sin lugar a dudas.
Como al otro día partía de regreso a Suecia mis amigos organizaron una cena de despedida en casa de Giulia y Piero, con el chef Ernesto como protagonista ya que su oficio de cocinero daba un sello especial a la reunión. Ana María su compañera, Cristiano y los hijos de Piero y Giulia, Pablo y Camila completaban la reunión. En Italia quien conoce a los Italianos y la cultura del país saben que la comida es uno de los pilares de la vida social del país. No solo se come, también se habla de comida, de los platos de la abuela o de la madre. Ernesto en esta ocasión nos ofreció una pasta llamada calamarata , una pasta cilíndrica parecida a los canelloni pero más cortos, acompañada por una salsa de calamares con pequeños tomates cortados y un producto obtenido de un pez llamado céfalo, un trozo oscuro y duro al que hay que rayarlo como al parmesano encima de la pasta. Primera vez que lo comía, y las palabras de elogio son pocas para describir un plato sencillo pero muy sabroso.
Como en las despedidas frecuentemente se brinda, abrimos una botella tamaño magnum de vino espumante de nombre Kius de la bodega de Marco Carpineti de la que dimos cuenta sin avergonzarnos. Ensalada, verduras asadas al horno y otros complementos llenaron el plato y nuestras panzas sin que perdiéramos la compostura. Al final de la noche, eran las once, los invitados nos retiramos a dormir la mona, después de la suculenta cena. Por ahora la crisis no se nota en la mesa de la mayoría de los Italianos como pueden ver.
Esta vez el viaje de cinco días había resultado perfecto. Pero llegó el jueves, día del regreso y algo tenía que torcerse.
El despertador del teléfono celular me despertó a las 4 de la mañana, me aseé y me comí el último kiwi que tenía en la fuente, terminé de aprontar la valija de mano, ordené el cuarto , dejé las llaves del apartamento como me había pedido Cristiano sobre la mesa de la cocina, y bajé al patio. Cuando me voy acercando al portón de entrada recuerdo tardíamente que el portón se abre con una de las llaves que estaba en el llavero dejado en el apartamento.
El tren partía a las 4.50 h y si bien la caminata a la estación no me llevaría más de 7 minutos, tenía que encontrar la forma de salir de allí. Lo primero que se me ocurrió fue llamar a Cristiano, pero no contestó. Observé el portón y me di cuenta que podía trepar por uno de los costados y me pareció que tenía buenas chances de superar la barrera de metal enrejado que podía arruinarme la partida con el avión desde Fiumicino. Entusiasmado deposito la valija sobre la columna derecha del portón y trepo por la izquierda sin dificultad, paso la pierna al otro lado para apoyarla en un soporte que estaba al costado, pero al pisarlo se hunde inexplicablemente porque parecía de cemento, pero no lo era, y pierdo pie y me caigo de espaldas en la vereda.
Un porrazo bastante fuerte pero sin consecuencias serias para mi salud, gracias a una rutina deportiva activa, solo un raspón en un codo.
Al levantarme observo que un auto frena junto a la vereda y pienso que debe ser alguien que viene a ayudarme al verme caído o a preguntarme qué me había pasado. Pues no, como en las películas cuando el ladrón es sorprendido por la poli, allí hay un carabiniere apuntándome con la linterna. La sorpresa que me llevé al ver al uniformado en tan comprometedor momento, fue infartante, pero como la actitud policial no era agresiva me compuse y como caballero oriental, saludé a los representantes de la ley y les expliqué porqué había salido del lugar tan estrepitosamente. Bueno, no me creyeron, me pidieron documentos, me hicieron preguntas sobre el pasaporte, porque si era uruguayo, tenía pasaporte sueco, quien era el dueño del apartamento, si estaba de vacaciones, etc, etc. La hora pasaba y después de averiguar con la central policial de información sobre delincuentes internacionales buscados, se convencieron que el presunto ladrón no era más que un desafortunado turista estresado, me entregaron el pasaporte y me dejaron ir.
Tenia 5 minutos para llegar a la estación y lograr tomar el tren a Roma Termini y luego combinar con el tren a Fiumicino. Les pregunté a los policías si no tenían la amabilidad de llevarme hasta la estación y con una sonrisa me respondieron que no eran un servicio de taxi. Así que medio trotando medio caminando ligero con la valija a rastro, maldiciendo mi suerte con un anatema aprendido de Ernesto: ”Vaca vieja de mierda” - que aprendió durante su estadía en España, llegué justo a la hora de la partida.
El tren estaba todavía en el andén y parecía todo extrañamente tranquilo. Traté de abrir las puertas pero nada. En eso sale un individuo de una oficina, pienso que es un empleado de la estación, y le pregunto porqué no se abren las puertas.
-Tienes que ir al otro lado, me dice muy tranquilo.
Cuando miro lo largo que es el tren se me cae el alma a los pies. Mis chances de llegar a tiempo para subirme son igual a cero. Pero lo intento, con el cuerpo todavía dolorido por el porrazo, trato de correr lo más rápido posible, llego finalmente al final del tren y veo que hay otro tren en el andén de enfrente. Pensando que el hombre me había indicado el segundo tren me dirijo hacia allí. Porque a quien se le ocurre en este mundo indicarles a los pasajeros que deben rodear un tren de setenta metros en vez de permitirles el acceso directo y cómodo del andén principal cuando llegan al lugar? - pues si, en Italia ocurre esto inexplicablemente.
Bien, compruebo dolorosamente que el segundo tren estaba a oscuras y más muerto que un dinosaurio, entonces miro hacia el primero y veo el botón verde de las puertas de acceso encendido, corro hasta el tren y simsalabim se abre la puerta! y entro como una bala empapada en sudor. El tren partió inmediatamente después.
No sé si el conductor vio desde la locomotora a este personaje deambular como un “perro en cancha de bochas” por el andén y esperó a que me subiera para partir; si el hombre que me indicó que tenía que dar la vuelta al tren era el conductor y me esperó; o fue solo casualidad y la Diosa Fortuna volvía a acompañarme.
En fin, después todo transcurrió como debía, y el avión llegó sin perder un ala al aeropuerto de Arlanda en Estocolmo. Sin embargo no podía dejar de repetir “Vaca vieja de mierda”, maldición exótica y desconocida repetida por el chef Ernesto. A lo mejor fue ese anatema el que me salvó un final feliz del viaje. En todo caso Ernesto se sentirá orgulloso cuando se entere, y dirá frecuentemente con su acento italiano “ vaca vieca di mierda”. Y el resto de mis amigos se reirán de la nueva aventura por las tierras de Garibaldi.
En todo caso para mi consuelo, hablando con Cristiano cuando esperaba subir al avión, me comentó lo que yo ignoraba y nunca había visto ni él me lo había mostrado: para salir del pasillo del edificio y abrir el portón bastaba con apretar un botón que estaba ubicado en una de las paredes de la salida. Todo el drama había sido parte de una pequeña falta de comunicación.