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viernes, 2 de abril de 2010

Cuando las utopías se convierten en pesadillas

La humanidad siempre ha creído en fuerzas superiores que de una u otra forma manejan los hilos de la vida de cada individuo. Claro que siempre hubo escépticos, pero las grandes religiones monoteístas impusieron sus dominios sobre la conciencia de mujeres y hombres en su esfuerzo por controlar a esa descarriada raza humana. El premio a tanto sacrificio aquí en la tierra sería recompensado con el Paraíso en el Cielo o estar ante la Divina Presencia.

Luego llegó la modernidad, y después del renacimiento en occidente y de las teorías socialistas y de otros signos que se fueron expandiendo por el planeta, así como los avances acelerados de la ciencia , el escepticismo ganó nuevos adeptos que han dejado a las religiones y las utopías políticas un poco acorraladas en sus dogmas, pero no por eso vencidas ni mucho menos.

En todo caso la Nueva Era ha dado paso a otras utopías terrenales a falta de paraísos en el cielo, donde el ser humano protagonista indiscutible jugaría el papel de superhéroe para ganar la igualdad, la fraternidad, la justicia social perfecta, y nada menos que la libertad.

El siglo XX ha sido un buen laboratorio para que las ideas socialistas y de otros signos pudieran ponerse en práctica en su afán por llegar a la meta que los teóricos del siglo anterior habían fijado y que tantos millones de humanos esperábamos se hicieran realidad. Sin embargo la evolución inherente en esos procesos totalitarios terminaron por socavar su existencia, porque las bases que soportan las relaciones humanas están predeterminadas por un solo centro de poder donde el máximo control de los ciudadanos es una necesidad ineludible. De ahí la debilidad de esa estructura que acaba por implosionar cuando los soportes se debilitan ya que dentro del colectivo comienzan a dibujarse el perfil de cada individuo. Estos terminan imponiendo la idea y la meta que la necesidad de libertad es más importante que el control de las conciencias por el partido/estado.

Al mismo tiempo contemplábamos y sufríamos la utopía de las derechas, que abrazadas generalmente a los rituales y fe de la religión, convertían la tierra en un infierno donde el tango Cambalache describe con mucho atino a lo que la condición humana es capaz de arrastrarnos, si es que no queremos ser más serios y recordar el precio de las guerras de alta y baja intensidad, golpes de estado, dictaduras, etc, etc.

Sin embargo, aquéllos protagonistas con la conciencia tranquila de los que entienden que los fines justifican los medios, se valían (se valen) de la oración, algunos padres nuestros y aves marías, para que todo fuese perdonado - y al momento de dejar de respirar, allí estaba la recompensa esperándolos, es decir el paraíso donde todo es armonía y paz.

Por otro lado otra religión se ha hecho cada vez más importante en las capas sociales donde predomina el consumo y el materialismo: con su profeta Don Dinero y su padre, don Poder. Ambos unidos causan estragos desde hace mucho tiempo también en este planeta, no sólo entre los humanos sino también en el clima y el medio ambiente. La utopía de estos adoradores del poder y del dinero es convertir al mundo en un gran mercado, donde cada uno vende su cuerpo, su alma y su conocimiento al mejor postor sin intervención del estado o cualquier otra autoridad. Todo se compra todo se vende.

Ni la utopía de la izquierda ni la de la derecha, ni las otras que están en la cabeza de otros actores que hoy aparecen en el escenario de nuestras vidas en un mundo cada vez más globalizado, en esta primera década del siglo XXI, nos convencen cuando vemos los resultados de tanto sudor, sangre y sufrimiento de las víctimas de esas utopías. Porque si ese es el precio para llegar allí, cuál será el que deberán pagar los que vivan la realidad de esa utopía si logran imponerla. Ejemplos sobran para entender que todo no es más que una falacia de la mente humana asociada al mesianismo, le complicidad de los oportunistas y el cinismo de los indiferentes.

Los líderes mesiánicos desfilan ante nuestros ojos, ya sea con la cruz en la mano al mismo tiempo que acarician el cuello de un chico o una chica adolescente al cual con toda seguridad después violarán, mientras con la otra hacen el signo de la cruz para salvar otras almas descarriadas que los ven a esos misericordiosos representantes de Dios como puros e intocables.

Pero también puede ser ese otro actor que irrumpió en occidente, humillado y con los ojos inyectados de venganza, con la media luna en la frente y la espada en una mano, con un cinturón de bombas alrededor del cuerpo, dispuesto a volar por los aires junto a decenas de personas que visitan un mercado o una mezquita, viajan en tren, avión o en bus, con el deseo de convertirse en mártir, un mártir que como está escrito en su manual religioso aprendido de memoria, recibirá como premio las vírgenes que lo esperan con toneladas de leche y miel.

A todos estos profetas, mártires y utopistas les arde en el cerebro una sola cosa: conquistar el espíritu de los escépticos y convertirlos en otros tantos iluminados para cambiar el mundo. Algo nuevo en este planeta? No claro, sin embargo y a pesar de la lenta y trabada democratización de las sociedades, esas utopías aparecen cada vez más lejanas e inalcanzables porque en el proceso crece la importancia de cada individuo y el valor de su opinión y conducta.


Claro que todavía en el plano político y religioso tenemos a ese líder que agita su última obra impresa donde están grabados los principios que conducirán al colectivo a realizar aquí y ahora la obra más justa y monumental que la historia humana haya conocido, mientras todo se derrumba a su alrededor, y el conformismo achata a una sociedad que sólo tiene una meta: sobrevivir un día más.

Esa es la realidad que las imperfectas democracias parlamentarias y plurales enfrentan en un mundo fragmentado y contradictorio - y donde esa condición humana hecha de barro y de oro, busca sin embargo alejarse de las utopías para lograr un mundo accesible, sin dudas imperfecto e incluso muchas veces injusto, pero donde el esfuerzo por la justicia y la igualdad son la permanente meta que se construye en base al esfuerzo y valentía de los individuos y la fortaleza de las instituciones.

Por eso cada mañana hago mi oración a la Imperfección Humana para que impida que las utopías de leche y miel, paraísos celestiales y sociedades perfectas se hagan realidad. Y mejoremos con actitud cívica la imperfección que nos toca vivir hasta que al polvo regresemos. Amén.

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