Solo contra todos
Tarde de toros en Alicante..
Sol, gente alegre cargada de bolsas y canastos con comida y bebidas; niños, ancianos, madres y hermosas jóvenes; música que parte de una banda de 40 músicos que recorre la plaza con pasodobles y marchas; y una arena donde dos blancos círculos concéntricos de cal se destacan sobre el dorado que pronto se manchará de rojo.
Las fiestas de las Hogueras de Sanjuan están a pleno. Y las corridas de toros son parte de ellas. Una tradición que lleva milenios se desplazará por primera vez ante mis ojos, a pesar de haber jurado que nunca iría a una Plaza de Toros para ver morir a un animal torturado durante una media hora por una grupo de peones, banderilleros y piqueteros, y finalmente liquidado por el matador. Alguna vez las presencié fugazmente frente al televisor, pero el rechazo instintivo a esa tradición ancestral era más fuerte que los elogios de los comentaristas al torero o al toro bravo.
Sin embargo estoy aquí, admirando la perfección de esta Plaza de Toros de Alicante, donde caben unas 5 000 personas en sus gradas, y con la fortaleza Santa Bárbara al fondo destacándose sobre el techo de tejas rojas de la plaza. La brisa fresca del mar entra por las numerosas troneras emplazadas a lo largo de sus gruesas paredes.
Muchos hombres fuman gruesos puros que perfuman el aire cargado de olores que provienen de los establos donde caballos y toros están resguardados esperando el gran momento, junto a los tres jóvenes matadores que hoy harán su debut en esta Plaza.
Ya antes del comienzo las botas de cuero cargadas de vino pasan de mano en mano entre los grupos de amigos que vienen a divertirse, y el ejemplo más exótico es un pequeño barril de madera de unos cinco litros de capacidad, calculo, del cual sobresale un trozo de caña hueca por donde beben el vino los numerosos compinches que la comparten.
Las trompetas anuncian la entrada de los toreros, precedidos por dos jinetes vestidos de negro con sombreros de fieltro del mismo color, adornados con dos largas plumas con los colores de las banderas de España, el rojo y el amarillo.
La gente aplaude, y desde el palco de honor el presidente de esta lidia, saluda y da su aprobación para que comience la corrida.
La soledad y grandeza del toro
Siete toros dejarán de respirar esta tarde. Sus vidas hubieran sido apagadas de todas formas, aún cuando el matador hubiese fracasado en su intento de clavarles la espada en el corazón. Una vez que pisaron la arena no hay retorno. Si por algún milagro el toro saliese vivo, por ejemplo en caso que hiera o mate al torero (lo cual no es muy frecuente) los peones se encargarán en el establo de dispararle una descarga con una pistola eléctrica, y lo dejarán seco. Por lo tanto ese toro negro que sale con paso raudo y desafiante a la arena, bajo el grito entusiasta de los espectadores y la música de las trompetas, cuyo peso es de media tonelada, tiene los minutos contados, cada lidia no lleva más de media hora.
Pero durante ese período intentará con sus cuernos reinvindicar su fama de toro bravo atacando a todos los que se les ponen enfrente, los peones con sus trajes ajustados de diversos colores, algunos de mayor rango en camino de ser toreros, llevan lentejuelas de plata; o finalmente a su futuro verdugo, que viste traje de lentejuelas doradas. Todos llevando la montera negra en sus cabezas y medias color rosado, un toque femenino en una coreografía de machos. Luego descubriría que en algunos momentos de la lidia que el matador se mueve con pasos de baile y poses, que dependiendo de la habilidad de cada uno, están también teñidos de cierto estilo femenino que realzan su faena con los matices de una elegancia muy estudiada.
Los peones hacen la primera y menos dramática parte de la lidia desafiando al toro con sus capotes de color rosado fuerte, y escondiéndose detrás de las barreras de protección apenas el toro ataca. Otros, más duchos hacen algunos pases no muy elegantes, pero suficientes para que el toro comienze a levantar presión y agresividad.
Caballos en peligro
Después las trompetas hacen el anuncio de la entrada de los dos piqueteros, que a caballo hacen su aparición también vestidos con trajes dorados y sombrero de ala negra, con los caballos protegidos por un peto que los salvaguarda de las afiladas astas del burel. Esta es la primera tortura a la que se expone el toro, ya que es atraído a atacar al caballo, que con los ojos vendados no puede esquivar la violenta carga del toro. El piquetero aprovecha la oportunidad para herir en el lomo al toro con su lanza. Y curiosamente, en una sola oportunidad de las siete que hubo, sólo uno de ellos recibió los aplausos del público. En las otras ocasiones fue el toro el que se llevó los aplausos, sobre todo cuando uno de ellos logró derribar al caballo y a su jinete, enmudeciendo al público ante la posibilidad de que clavara sus cuernos en el vientre desprotegido del pobre equino, que debido al peso del peto, debió ser ayudado por varios peones a pararse de nuevo sobre sus cuatro patas.
Más tarde hicieron su irrupción los banderilleros, a los que hay que reconocerles su habilidad y valentía, ya que corren al encuentro del toro, y cuando son atacados clavan las banderillas, esquivan el ataque y huyen al mismo tiempo hacia las vallas de protección. La sangre comienza a correr por el cuerpo del animal a medida que las seis banderillas clavadas hacen su trabajo sobre su lomo. Es ahora cuando el matador comienza su faena, la última fase con el toro enardecido pero ya algo cansado y confundido. Lo hará girar detrás de su roja muleta durante varios pases, más o menos arriesgados, más o menos vistosos. Cada uno de ellos será acompañado por el clásico Olé!, o por el silencio si no hay buena clase, y por los silbidos si son malos.
El toro cansado y con la lengua colgando ya no responde con la misma agresividad. “Ese toro quiere la muerte” comenta alguien del público a mi lado. Bueno, bendita sea la cultura taurina que el toro sabe cuando es hora de morir. Y así sucede, porque el matador clava su espada hasta la cruz y el toro comienza a flaquear mientras los peones con sus capotes lo confunden aún más. Finalmente el toro cae de costado, con sus cuatro patas convulsionadas por los estertores de la muerte. Una oreja para el matador. La única, porque en las otras seis lidias los toreros estuvieron bastante flojos. Incluso un toro se fracturó la pata izquierda apenas entró a la arena, por lo que cada vez que embestía se caía espectacularmente (por eso fueron siete lidias ya que el propietario de los toros incluyó uno más).
Los gritos desde la tribuna se hacían cada vez más sonoros, reclamándole al presidente que detuviera la farsa de esa lidia, porque el toro estaba en desventaja. Como el presidente ignnoró el reclamo, terminaron gritándole “burro” y otros insultos más gruesos, hasta que el joven e inexperto torero pudo apagar la vida del burel, luego de fallar cuatro veces en clavar la espada, ocasionándo más heridas inútiles en el lomo del toro.
La tradición taurina está arraigada en todas las clases sociales en España. Sin embargo existen grupos que desde una posición muy desventajosa intentan recordarle a la sociedad que esta afición no es otra cosa que maltrato y tortura contra los animales.
- “Qué te pareció?” me preguntó Rafael, un amigo español luego que finalizara el espectáculo..
“Muy emocionante por momentos, pero muy cruel e injusto con el toro” –le respondí diplomáticamente.
“Ah!, eso porque no has nacido en España” –fue su escueta respuesta mientras se dibujaba en su cara una ancha sonrisa.