El avión iluminado por la luna parecía un fantasma sobre la pista. Era medianoche, y la mayoría de los pasajeros estaban ansiosos y cansados. El retraso de la partida, y la larga espera en el bar y restaurante del aeropuerto, los habían mantenido despiertos, charlando y bebiendo, a los más entusiastas. Las conversaciones iban y venían según la gente alzaba o bajaba la voz, y se mezclaban extrañamente el castellano, chino y ruso. La presencia de un nutrido grupo de turistas provenientes de Moscú y Beijing, añadía el ruso y el chino a los oídos de Nico, haciéndolo sentir más confundido de lo que estaba por la falta de sueño y su ansiedad. Finalmente se acomodó en su asiento, luego de que finalmente llegara la hora de partir en el avión de la compañía Iberia que hacía el recorrido Montevideo - Madrid.
Nico, que hacía su primer viaje a Europa como becado para hacer un Master en Ingeniería Hidrográfica en la universidad de Zaragoza, trató de relajarse y pensó que de todas formas podría dormir durante la mayor parte del viaje, y que estaría relativamente a salvo de aquél aquelarre con sólo cerrar los ojos y un poco de suerte. Además, el hecho de que estaba obligado a volar por primera vez en su vida, lo había puesto en tensión toda la semana, y estaba agotado por una sensación de temor irracional. Le costaba reconocerlo, pero ya en el avión no pudo más que darse cuenta que luchar contra el miedo era como pelear contra los molinos de viento. Por eso trató de ponerse lo más cómodo posible en el asiento; estiró las piernas, apoyó su cabeza en el respaldo, y contempló el techo iluminado de la cabina.
Las voces de las azafatas que saludaban a los pasajeros que se iban acomodando en sus respectivos asientos sonaban lejanas. A Nico le había tocado el segundo asiento de una fila de cuatro en el centro de la cabina. Un lugar por el que protestó pero no pudo cambiar a pesar de su insistencia.
Dos turistas rusas se habían sentado a su derecha. De vez en cuando le miraban y sonreían. Nico observó que estaban entretenidas mirando unos artículos de perfumería que habían comprado en alguna tienda exclusiva del centro de Montevideo. Eran mujeres de edad mediana, bien vestidas y no sin cierta elegancia. Las saludó en inglés y ellas respondieron “Privet! Privet!” en ruso.
En ese momento se paró a su lado, frente al asiento vacío del pasillo, un hombre de aspecto descuidado. Algo bajo de estatura y abdomen prominente, parecía salido de algún pueblo perdido en medio de la llanura desierta, propietario de un almacén de Ramos Generales o empleado de Correos, se imaginaba Nico. Lo reconoció porque le había llamado la atención instantes antes en el bar, por la forma como comía, o mejor dicho como engullía el lomo de cerdo que había pedido para la cena. Y luego, cómo fumaba un cigarrillo tras otro en la zona de fumadores, cabizbajo y envuelto en una nube azul de humo. Había algo en la mirada apesumbrada de aquél hombre, que le hizo pensar que arrastraba una pesada culpa. Vestía un buzo blanco de algodón con bordes rojos y azules en los puños En el pecho se notaban claramente unas manchas oscuras de café o de vino.
El hombre acomodó un bolso voluminoso y pesado en el portaequipajes ubicado sobre el asiento, y se sentó bruscamente apoderándose del apoyabrazos compartido, desplazando el brazo de Nico. No era el mejor comienzo para un viaje de doce horas -pensó Nico molesto, tratando de recordar si había visto algún asiento vacío en la parte trasera del avión. Pero la nave estaba completa, y para colmo de males, un bebé de meses estaba con sus padres una fila más adelante. El chico berreaba sin parar.
De pronto el hombre dijo en voz alta para que la pareja le escuchara:
- Parece que no vamos tener una noche muy tranquila, parece -exclamó con acento capitalino.
Nico se volvió hacia el hombre que tenía fija la mirada en el asiento delantero.
- Así es, tal vez sea una noche bastante agitada –dijo con algo de sorna, pero pensando en su vecino y no en el bebé que lloraba.
El hombre carraspeó pero no respondió. Siguió mirando fijamente el respaldo del vecino. El rostro rojo y abotagado le daba un aspecto casi estúpido, pues le colgaba el labio inferior.
- Los bebés suelen comportarse así cuando viajan. Lloran un rato hasta que el cansancio los agota y después se duermen como troncos - dijo Nico como si tuviera experiencia de viajes con chicos llorando. En realidad su intención era evitar que el matrimonio reaccionara, y se planteara una discución antes que se iniciara el vuelo. La presencia del hombre había aumentado la tensión que dominaba a Nico que hacía esfuerzos por controlarse y parecer normal a los ojos de los demás.
- Sí, tenés razón, pibe –comentó al fin el hombre. - Voy a tomar un par de esas botellitas de vino que tienen a bordo apenas pueda levantarme de este jodido asiento para ver si puedo dormir. Pero no voy a poder fumar, mierda carajo! -dijo el hombre resignado, bajando sin embargo la voz y abrochándose el cinturón de seguridad. Nico sentía que aquél borracho iba a joderle el sueño y el viaje si la suerte a la que había invocado finalmente no estaba de su lado.
Mientras el avión carreteaba sobre la pista y las azafatas repetían las instrucciones de rutina, Nico esperó que el hombre se quedara tranquilo, y que las luces finalmente se apagaran. Sentía que la transpiración comenzaba a correr por sus axilas y le mojaba la camisa. Trató de alejar la idea y las terribles imágenes del avión en llamas y la inminente catástrofe que se acercaba, y buscó mejor apoyo para su cabeza. Con suerte podría dormir de un tirón hasta que las azafatas lo despertaran para el desayuno. La cena no le importaba. A él sin embargo, también le hacía falta un trago para conciliar el sueño y fumarse un cigarrillo, pensó. Añoró el sabor del tabaco, el sabor dulzón penetrando en las mucosas de la boca, y la caricia aterciopelada en el paladar del whisky preferido.
El hombre, que había vaciado una botella de vino tinto y dos whiskies bien cargados durante la cena en el bar del aeropuerto, transpiraba ahora y un vaho a alcohol y tabaco emanaba de su cuerpo y de su ropa. Observaba con desparpajo a su vecino, haciéndose el canchero como si viajara en avión todos los días. Sin dudas se había dado cuenta de la tensión que vivía Nico. Las dos rusas entretanto se habían bañado con perfume, entre risas y y cuchicheos. La combinación del olor a alcohol que emanaba del cuerpo del hombre y perfume de las rusas, no podía ser peor, pensó Nico, mientras la sensación de náusea comenzaba a crecer paralelamente a su pánico, y trataba de dominar a ambas obligándose a pensar en su vida futura los próximos meses, y en el fantástico proyecto de la Expo de Zaragoza.
Apenas el avión despegó y las luces de advertencia se apagaron, el hombre se levantó y se dirigió a la parte trasera del avión donde trajinaban las azafatas preparando la cena. A los pocos instantes volvió con un vaso de whisky on the rocks –como gustaba llamarlo. Seguramente se había arrepentido por el camino, y en lugar de vino prefirió un somnífero de mayor potencia, pensó Nico. Una operación que repitió cuatro o cinco veces, antes de que sirvieran la cena. El hombre hacía girar los cubitos de hielo en el vaso de plástico, y los miraba con atención. No parecía muy satisfecho. De pronto, como decidiendo algo importante, se bebía de un trago el contenido del vaso y lanzaba un largo suspiro. Rechazó la cena lo mismo que Nico, quien había perdido totalmente el apetito.
Con la lengua arrastrándose como un camaleón en su boca, el hombre murmuró algo ininteligible.
- Perdone? No le entendí lo que dijo –preguntó Nico sin ganas de abrir los párpados ni de entablar de nuevo una conversación con aquél tipo. Y maldiciendo porque las luces de la cabina sólo estaban apagadas a medias y el cuchicheo seguía mezclado con el llanto ahora más entrecortado del bebé.
- Me siento nervioso -dijo el hombre. -Necesito fumar, fumar y fumar pero está prohibido y hay alarmas en el baño. ¡Doce horas sin fumar hasta llegar a Madrid! ¿Cómo es posible que sean tan jodidos? Cómo no van a tener un compartimento para los fumadores como yo, que somos adictos a la nicotina. Seguro que los que viajan en primera clase pueden fumar sus habanos tranquilamente –protestó con amargura, y alzando otra vez la voz para que lo escucharan todos a su allrededor una vez que el silencio se había establecido al calmarse el llanto del bebé.
- Fuma mucho? Yo dejé de fumar hace tres años –señaló Nico con cierto tono de orgullo mal disimulado que ocultaba en realidad su tensión y las ganas de fumar que también él sentía.
- Yo, pibe, fumo desde los trece, y sin parar, – respondió el hombre ácidamente.
- ¡Mierda, que empezó temprano! –exclamó Nico.
- Dos y hasta tres paquetes de cigarrillos al día, campeón. No puedo dejarlo, sabés? y estos viajes largos me matan... no voy a negar que tengo un poco de temor a volar, claro que lo controlo, no? Ah! lo que te estaba contando, ché, mi ex-mujer también fumaba hasta dos paquetes al día cuando estaba embarazada, y no pasó nada, te das cuenta? Joden todo el tiempo con lo del cáncer -dijo el hombre con tono burlón. - Mi abuelo murió a los 90 y fumó toda la vida, que no jodan más ché -machacó finalmente.
- Claro, el mío se murió a los sesenta de cáncer al pulmón. Sin dudas hay organismos que soportan mejor los efectos del tabaco que otros –respondió Nico sin ganas de polemizar. - Pero el deporte es una buena receta si quiere bajar el consumo o dejarlo del todo – dijo Nico sin tutearlo - Sobre todo la bicicleta. No hay mejor forma de recuperar la condición física –aconsejó Nico con tono académico y un poco más relajado.
- Yo en una época jugaba al fútbol. Pero ya no puedo. Tengo casi sesenta... entendés lo que me pasa? – dijo el hombre con tono resignado.
- Como le digo, la bicicleta es el mejor remedio para cualquier edad. Consiga una de entrenamiento para el hogar, y verá cómo en poco tiempo se recupera - agregó Nico imaginándose al tipo forcejeando con la bici mientras el sudor le corría por la cara mofletuda.
- Mirá botija, yo corría casi todos los días. Y jugaba al fútbol en el equipo del barrio. Conocés el Cerro? ... No? Vos no sabés lo que te perdés. Seguro que nunca estuviste allí? – preguntó el hombre incrédulo – Bueno mirá, un día me invitaron a participar en un partido para olds boys, sabés? Fuí porque mi chico jugaba con los hijos de esos veteranos, comprendés? Toqué tres veces la pelota. La cuarta, cuando iba a rematar al arco, no llegué a tocarla a la muy hija de puta –dijo el hombre con tono amargo, como si estuviera viviendo de nuevo aquél momento.
- Así? Que ocurrió? -preguntó Nico con aparente interés.
- Me llevaron al hospital y me enyesaron. Me hice un terrible esguince de tobillo que me dejó postrado dos semanas, qué te parece? -dijo el hombre.
Nico asintió con la cabeza pero no respondió. Las rusas habían logrado poner en marcha un pequeño aparato de dvd y miraban la serie americana Desperate housewifes. Se divertían y conversaban animadamente entre ellas. A veces miraban a Nico y señalaban con el dedo la pequeña pantalla del dvd. Ël trataba de adivinar de qué iba la cosa, pero no entendía dónde estaba lo divertido en esa serie de mujeres norteamericanas de clase media, atormentadas por maridos mediocres y realidades hogareñas insoportables.
Nico observó a las rusas y pensó en lo pequeño que era el mundo ahora. Las nuevas turistas llegadas de Moscú, estaban descubriendo nuevos continentes. Mujeres con dinero, pensó Nico. Ahora estaban en todos lados, hombres y mujeres maduros ansiosos por ver el mundo. Como los japoneses en décadas anteriores.
El hombre se incorporó otra vez del asiento, e interrumpió los pensamientos de Nico que lo habían alejado de su vecino y de su pánico. Con mayor dificultad esta vez se dirigió hacia la azafata sentada al fondo del pasillo, para que le sirviera un trago más. Volvió contento por el resultado de la expedición, y se dejó caer sobre el asiento con un suspiro.
- Espero que este sí me ayude a dormir –dijo mientras se empinaba el vaso de plástico, pero sin vaciarlo esta vez de un solo trago - ¡Carajo, qué ganas de fumar que tengo! –repitió una vez más y su mano derecha se crispó sobre el vaso. Nico creyó que iba a partirse y derramarse sobre la falda del hombre y la suya. – Visité mi familia después de muchos años, por razones ... mi madre se nos fué, sabés chico? -murmuró con voz pastosa, y agregó - Me casé con una muchacha muy humilde del barrio. Me dediqué a los negocios. Era vendedor ambulante, ché, me he recorrido todo el país ¿comprendés lo que te digo? Y bueno, no duró mucho aquél matrimonio, aunque tuve un hijo con aquélla desgraciada. Pero años más tarde me junté con una gurisa madrileña que conocí en Piriápolis, en uno de mis viajes. Qué minón! Ella tenía parientes aquí, sabés? Y abandoné todo. Nos fuimos a España los dos. Qué vida, pibe, que vidurria la que pasamos.... Ahora vivo solo,claro. Aquéllo no duró mucho tampoco, yo soy un picaflor, te das cuenta? Pero me queda mi hijo que también vive en Madrid. -expresó con una mueca, con aquélla voz apenas perceptible cargada de alcohol y de hilachas de recuerdos muertos.
La mirada del hombre se iba poniendo cada vez más vidriosa. Apuró el último trago, y el hielo del vaso se pegó a su labio superior. Sopló con fuerza y los cubitos de hielo se fueron al fondo del vaso. Se quedó mirándolos, y luego agregó:
- La verdad que quiero confesarte algo, pebete. Le tengo pánico a los aviones! – dijo en voz baja . Te das cuenta? Semejante boludo y le tengo miedo a la altura, ché.
- No se preocupe, ya se le va a pasar – respondió Nico con un tono de voz tranquilizador que le sorprendió a él mismo.
- Hmmm, vamos a ver –dijo el hombre. Y después de una pausa agregó:
- De regreso a la península, vale! Pero me muero por un puto pitillo ... Aaaah, me olvidaba de contarte otra cosa. Sabés que soy abuelo, campeón? Sí, tiene apenas dos años el gurí, pero es una flecha. Y mi hijo me necesita. Sí, como me necesita ese chaval. Sin mí a su lado se muere. Y mi nieto también. Es que es muy pegote, sabés? – se mintió el hombre, y lanzó otro largo suspiro.
- Claro que sí -mintió a su vez Nico después de un instante.
Sin embargo el hombre ya no le escuchaba. Con la cabeza inclinada sobre el hombro de Nico, roncaba suavemente. Al otro lado las rusas seguían devorando su telenovela.
Nico sintió que el pánico había desaparecido completamente de su mente y su cuerpo.
Sonrió y volvió a sentir unas ganas locas de fumar.